_
_
_
_
ELECCIONES EN ITALIA

Italia: ¿revolución o cambio de parejas?

Berlusconi ha ganado las elecciones apoyado en un mensaje audiovisual y no en un programa político

¿Pero qué es lo que ha ocurrido en Italia? ¿Una revolución, un motín o un cambio de pareja? Seguramente todo al mismo tiempo. Una revolución, por lo menos de personas, porque la práctica totalidad de la clase política ha cambiado. La Cámara baja está hoy repleta de caras nuevas, de atléticos partidarios de una renovación sonriente, de jóvenes bárbaros que lo van a poner todo patas arriba. Son los 360 y pico representantes de Forza Italia, Liga Norte y Alianza Nacional (neofascistas) repartidos en bloques de numeración decreciente: la mitad de esos escaños -unos 180- para Berlusconi, dos tercios de los restantes 180 para Bossi y el tercio final para la formación neofascista de Gianfranco Fini.Lo fácil para explicar este fenómeno de sustitución masiva sería decir que la desaparición de la Democracia Cristiana (DC) -el gran ausente con respecto al último Parlamento de 1992- donde tenía más de 200 representantes ha esparcido sus votos, preferentemente a la derecha, para quien supiera hacerse con ellos. Pero la verdad, como todo en Italia, parece que es más sutil.

Más información
El descalabro de Mario Segni
Interés público, interés privado
Bossi pone difícil a Berlusconi formar Gobierno

La DC no había creado esos votos, no era un partido con seguimiento propio, sino una coalición de fuerzas en general más bien conservadoras, que tomaba sus votos prestados de otras formaciones políticas anteriores a su creación, al término de la II Guerra Mundial y, a la vez, impedía la aparición de nuevos partidos.

La DC De Gasperi en 1948 no era un partido, sino un antipartido, aquella formación que se crea no tanto para ganar e imponer un programa propio, como para bloquear el camino a otro partido, el comunista, y con su fuerza y la de sus aliados impedir que obtenga el poder. Así, la DC estaba básicamente formada por una masa sociológica huérfana del mussolinismo -como la UCI) supo en España recoger la masa sociológica del franquismo- más la derecha de los negocios, más el partido monárquico y también más los supervivientes del antiguo Partido Popular de Dom Sturzo, del periodo de entreguerras, que, como elementos de conexión con el Vaticano, la surtían de un brillante Estado Mayor de la política.

No es, por tanto, que el fascismo se extinga en Italia a la desaparición del dictador, ni que en Italia sea imposible una derecha laica, orleanista diríamos si habláramos de Francia o una derecha social como la del Zentrum en Alemania, sino que todas esas posibilidades estaban contenidas en la DC italiana, que era un partido de partidos. Por tanto, cuando la DC ha estallado por jubilación de su objetivo -la defensa de Occidente contra el comunismo- todos esos votantes han tendido, naturalmente, a recuperar su sufragio o a encontrar un casillero nuevo en el que inscribirlo.

La revolución es, por todo ello, la explosión de la DC y la libertad que recobra su sufragio en préstamo para encontrar su desembocadura en una sociedad posindustrial, laica, consumista y, sobre todo, jaranera como la italiana.

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

El motin lo constituye, en cambio, el principal conducto rigurosamente nuevo que ha encontrado ese voto para expresarse: el partido de Berlusponi, inventado hace apenas unas semanas, sobre la base no de un programa, sino de un mensaje audiovisual. Ese mensaje es, básicamente, el de la publicidad de los grandes productos de consumo. Forza Italia, como partido, es un club de fútbol, el que contrata a los mejores jugadores, el que tiene el mejor estadio, o un desodorante, el de efecto más inmediato, o una compresa, la más adherente y menos abusiva y, todo ello, gracias a la iniciativa privada. Efectivamente, cuando el Estado se anuncia en televisión lo hace para recomendar la observancia de normas de tráfico o proponer el alistamiento en las fuerzas armadas profesionales. Imposible competir en este terreno con las grandes marcas comerciales- Berlusconi, como partido, a lo más que podrá aspirar es a ser más que un club.

El cambio de pareja, finalmente, se produce porque ese votante dejado a su albedrío ha elegido dos partidos que habrían sido difícilmente verosímiles sólo hace unos años. La Liga Norte de Bossi, la revuelta fiscal del federalismo lombardo, tiene, pese a todo en común con la Democracia Cristiana el hecho de ser un voto negativo, expresado contra Roma en lugar de contra Moscú. Es una novedad considerable pero que, posiblemente, está tocando techo.

El segundo cambio de pareja es el que parece más cargado de presagios. La Alianza Nacional de Fini es el segundo gran triunfador de las elecciones. Si el partido Republikaner alemán hubiera obtenido sólo la mitad de su porcentaje en unas elecciones nacionales (13,5%) estaríamos ahora leyendo la prensa de todo el mundo con resonancias de holocausto, profanación de cementerios y amenazantes revanchismos en el horizonte.Fini, en cambio, está sabiendo orquestar este tránsito, incomparablemente culto y bien educado. El orador más fogoso y competente de las elecciones, de civil es un ciudadano adormecedoramente agradable, sinceramente encantador, palpablemente profesional en todo. Expresión de cómo un perfecto contable o un intachable aparejador pueden convertirse en el último gran suceso político de Occidente.

Cuando el fascismo se hace respetable, sin haberse molestado ni tanto como el comunismo de Occhetto en mudar de piel, podemos decir con autoridad que el fenómeno italiano ha puesto, además, el verdadero punto final a la última gran guerra europea.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_