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"Tendría que estar 'colgaíto'..."

Igual que en la vida cotidiana, los asistentes a la junta de Banesto se dividieron ayer en actores y en espectadores.Los primeros ocuparon la mesa de la presidencia y hablaron de planes de viabilidad. O tomaron al asalto el micrófono que se ofrecía a quien lo deseaba y lanzaron grandes discursos y encendidas proclamas. O desplegaron pancartas y se arriesgaron a ser expulsados del Gran Teatro, el inmenso pabellón del recinto ferial madrileño.

Los segundos, los espectadores, no hicieron nada de eso. Ocuparon las 6.000 sillas que se les había preparado y sólo se dejaron notar de forma colectiva: aplaudieron, silbaron, o se removieron inquietos durante alguna intervención. Pero no dejaron oir su voz. Ellos también fueron a la junta, pero nunca se hubiesen atrevido a hablar en público. La rabia les corroe por dentro.

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Manuel Martínez y Nicolasa Gascón son un matrimonio madrileño que ronda la cincuentena y que ha visto cómo lo poco que habían logrado ahorrar se diluía entre tanta agua como soltó el chaparrón Banesto. Su pequeño paquete de 204 acciones ha pasado de valer unas 400.000 pesetas antes de la intervención de Banesto a sólo unas 160.000 pesetas estos días. Ellos, sin embargo, guardan la memoria de cuando sus acciones valían más, mucho más, "700.000 u 800.000 pesetas". "Estamos muy disgustados", dice ella. "Para nosotros, eso es mucho".

Y hablan de un golpe tremendo, de su limitada economía, de que Manuel es conductor y Nicolasa es empleada de hogar. ¿Mario Conde? "Tendría que estar colgao", salta ella; luego se calma, relaja el gesto y se ríe de su propia desgracia: "Tendría que estar colgaíto...".

El patrimonio de Conde

Después del exorcismo liberador, la exigencia de reparaciones. "Y que todo el patrimonio de él", se embala ella hablando de Conde, "todo esto, que lo ponga en el banco, para que los pobres como nosotros, porque nosotros somos unos pobres", precisa, "podamos recuperar lo nuestro". Respira aliviada.Se sobresaltan de nuevo cuando el fotógrafo los coloca en el pasillo, con la mesa al fondo presidida por Alfredo Sáenz, que prosigue su discurso. Habla de ejercer la acción de responsabilidad social contra los anteriores gestores de Banesto, pero probablemente no se esté refiriendo a lo mismo que Nicolasa, cuando dice lo de colgaíto.

Por eso Manuel y su mujer no le entienden. Mientras se preparan para la foto, ambos musitan su impotencia para controlar sus intereses. "Vienes aquí y no te enteras de nada".

¿Esperanza de que la situación mejore? ¿Recuperar lo perdido? Nicolasa ríe nerviosamente, y en lugar de decir no, recurre al socorrido refranero. "La esperanza es lo último que se pierde".

Y para demostrarlo, una vez tomada la foto, deciden abandonar la junta y marcharse a pasear por el parque Juan Carlos I, justo enfrente del pabellón que alberga la junta. Fuera, por lo menos, hay sol.

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