El acuerdo del acordeón
2.000 accionistas 'celebran' el plan de saneamiento de Sáenz
Soplaba un viento fuerte. Las banderas blancas del banc-desastre ondeaban sin crespones y con mucho brío. Autobuses cargados de damniafectados se acercaban al pabellón 6 del parque ferial Juan Carlos I con la expresión triste del dinosaurio. Y sobre nuestras cabezas se abría el inmenso agujero de la capa de Conde con sus 245.000 millones de billetes podridos. Pero este aroma, a juzgar por el porte de los convocados, resultaba estimulante. Cuando algo apesta, pensé, es porque todavía existe.Unos 2.000 accionistas se daban cita para celebrar el acuerdo del acordeón y bailar al son del plan de saneamiento de Sáenz y su grupo instrumental.
En éstas estábamos cuando un auténtico cocodrilo vestido de joven mujer abrió su gran bolso de escamas y extrajo la acreditación de los títulos, único salvoconducto para asistir al safari. ¿Ocultaría allí dentro al principal gestor del banco o, en su defecto, el velamen de Alejandra, megayate del magnate, a la venta por 1.000 millones de miserables pesetas? Me dirigí a ella. Por favor, señorita, su nombre, edad y número de acciones que posee, si no le importa. "Encantada. Me llamo Sonia García. Tengo 28 años y 2.000 acciones. Mejor dicho, son de mi familia. Pero les represento yo. Mías solo tengo 100".
Sonia se ajustó el cinturón de piel sobre sus pantalones de cuero. Puso sonrisa de reptil al sol y añadió que Mario Conde debería asistir a la junta con su asesor personal, a quien admiraba mucho. "Porque tengo que decirle que estoy en contra del plan de saneamiento. En contra de Sáenz. Y del Gobierno. A Conde podían haberle dado un toque y basta. No es tonto y estaba en condiciones de resolver por sí mismo el problema. Pero ahora ya está vendido el pescado. Usted ya me entiende". Y dicho ésto, Sonia García agitó su cola sin dividendos y penetró en el local, seguida por un tipo con garrota de pastor y cara de arrearle al ganado.
Una azafata del estrellado banco, que parecía servir el puente aéreo, guiñaba el ojo. Se ve que les dijeron que extremaran su amabilidad con los periodistas. Otras, muy avispadas, regalaban bombones Trapa, del holding de la abeja, cuando este año el banco no estaba para repartir ni el chocolate del loro. Una oportunidad que, a río revuelto, Ruiz Mateos no quiso desaprovechar. "¡Anímese y entre, verá qué bonito han decorado el escenario! Sin flores, porque este año no hay ni para flores. Pero han puesto muchísimos helechos. Todo rebosa helechos".
En efecto. A los pies de la larga mesa rectora encaramada en una tarima había una gran mancha vegetal. Y sobre la mesa, en un ángulo, como si se tratara de un tintero de lujo, habían colocado el busto del Rey, aunque en muy reducidas proporciones. El bronce era verde, muy a tono con las circunstancias.
Por fin, los accionistas ya iban entrando mirándose el reloj y con su papel de accionistas arrugado, doblado o incluso mojado, en la mano crispada. Unos iban cabizbajos. Otros menos, como don Javier Cortés, de 83 años, gorrita inglesa de visera a cuadros tipo hipódromo y pañuelo de seda chorreando desde el bolsillo superior de su impecable chaqueta. ¿Y usted, señor? ¿Puede decirme cuántas acciones posee y qué piensa del desastre?
"No puedo decirle el número que poseo. Ya puede imaginarse que no son cuatro, ¿verdad? Y lo que pienso es que Sáenz y su equipo han hecho bien unas cosas y en cambio otra, que es muy importante, la han hecho fatal". El señor Cortés hizo una pausa para arreglar el despeñamiento de su pañuelo. "Lo que han hecho mal, él y el Banco de España es no permitir que los accionistas entremos en la ampliación de capital. Eso es muy injusto. ¿Por qué no confían en nosotros? ¿Por qué no nos dejan decidir? Pues porque temen que los mayoritarios peguen la patada en la puerta. Y quieren pegarla ellos. Los tres. El BBV, el Santander y Argentaria. Y otra cosa. Le digo que las acciones que hoy valen 400 pesetas valdrán 1.000 dentro de un año. Es decir, que los tres bancos que se han metido en esta operación se van a hacer multimillonarios. Ésa es la historia. No hay más. Por eso en una parte apoyaré a Sáenz. Y en la otra no".
En primera fila, con el culo encallecido sobre la dura tijera desde buena mañana, Antonio Fernández, de 52 años, y su tío, de mas edad, ambos de Vega de Villalobos, provincia de Zamora, esperaban la llegada de Mario Conde para hacerle un par de preguntas. Pero nada de abucheos. "Mire usted, yo estaba paseando mis perros pastores belgas por los campos de mi pueblo, y oía la radio, cuando dijeron lo del Banesto. No me lo creí. Le juro que no me lo creí. ¿Banesto? Pensé que era una inocentada. Y mire. De ésto hace cien días y uno se va enfriando. Qué remedio. ¿Qué gano yo abucheando a nadie? Tenía acciones por valor de 4,5 millones de pesetas y hoy no valen mas de un millón y medio. Pero hay que confiar en que Sáenz nos lleve a la recuperación dentro de unos años. No veo otra salida, la verdad".
A las doce en punto reventaba el salón como una parroquia de televangelistas. Como un solo hombre, los accioperjudicados se pusieron en pie, aunque algunos hubieran estado dispuestos a ponerse de rodillas y juntar las manos con tal de acabar cuanto antes. La presidencia, agria como un anuncio de ricino, tomó entonces asiento en el altar de los sacrificios máximos. Y Alfredo Sáenz Abad, sereno como un maestro en yoga, anunció en tono suave y conciliador la lectura de su discurso que, para ir haciendo boca, sólo tenía 13 fólios.
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