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Un gran toro

Torrestrella / González, Ponce, Finito

Toros de Torrestrella, con trapío (aunque 2º muy chico), bonitos de lámina y capa, flojos, varios inválidos absolutos, encastados; 51 de excepcional casta y nobleza.

Dámaso González: estocada tendida caída (silencio); cuatro pinchazos y se tumba el toro (silencio). Enrique Ponce: estocada trasera y rueda insistente de peones (oreja); media trasera; rebasó 4 minutos el tiempo reglamentario sin que hubiera aviso (oreja y dos vueltas); salió a hombros por la puerta grande. Finito de Córdoba: pinchazo bajo, otro hondo perpendicular caído y tres descabellos (aplausos y saludos); dos pinchazos, estocada -aviso- y dobla el toro (ovación).

Plaza de Valencia, 20 de marzo. 11ª y última corrida de Fallas. Lleno.

Enrique Ponce pidió cambio de tercio cuando el quinto toro llevaba una sola vara, seguramente porque el animal flojeaba, pero el presidente tuvo más vista y no accedió. Los toreros siempre dicen que son ellos quienes deben determinar la duración de los tercios, porque se ' juegan la vida -ese es su argumento favorito- y porque saben más. Efectivamente, se juegan la vida frente al toro, y no el presidente ni nadie que esté tras la barrera. Ahora bien, la sapiencia, sólo un severo tribunal de docta cátedra podría dirimirla y, por añadidura, todo el mundo se equivoca; toreros y catedráticos también. Si el toro aquel no llega a recibir la segunda vara que ordenó el presidente, a lo mejor Enrique Ponce no habría podido hacer la faena que luego cuajó. Pues tenía casta en grado superlativo, y pese a sus vacilaciones locomotoras y alguna caída primeriza, se fue arriba para embestir a los engaños con creciente codicia y esa fijeza absoluta que define la categoría de los toros nobles y bravos.

Toro que pudo haber sido de indulto, como aquel del mismo hierro -Gitanito se llamaba- lidiado en esta misma plaza la fecha histórica del 28 de julio de 1993, y no lo fue porque le faltó, precisamente, la prueba del caballo, medir sus reacciones al castigo. A las banderillas, en cambio, acudió pronto, veloz y recrecido; y a la muleta, tal cual quedó dicho, hasta convertir su bravura en un clamor. El torero tuvo parte importante en la manifestación de esa casta maravillosa, porque dio las distancias, planteó los cites, embarcó los pases según convenía al temperamento vivaz del toro, y resultó de ahí una faena que iba paralelamente a más; una faena mandona, enjundiosa, variada, emotiva, quizá porque, en realidad, volcó en ella Ponce todo el genio y toda la afición que ha de sentir un torero cuando lleva la torería en el alma.

Muletazos de gusto, aquellos que levantan a la afición de los asientos con el ¡olé! desgarrado que asimismo sale del alma, apenas creó, no obstante, acaso porque la confrontación toro encastado-torero bueno se dilucidaba de poder a poder, más cercana a la técnica dominadora que a las exquisiteces del arte. Lo cual no quiere significar que faltaran los olés en el transcurso de la faena; antes al contrario, el exaltado público lo oleaba todo, y lo musicaba la banda (términos castizos de los revisteros antiguos), entre otras razones porque el público se pasó la tarde oleando y la banda musicando. La plaza de Valencia es así. En cuanto algo se mueve -basta con que corra el aire- ya está pidiendo música, gritando olés, rompiéndose las manos de aplaudir.

La faena de de Ponce al segundo -una menudencia impresentable- provocó el paroxismo, aunque resultó rápida, crispada, de temple aleatorio, ventajista en los circulares agarrándose el circulante al costillar y abusiva por el número de pases. Bueno, Ponce es valenciano, se dirá; y algo de eso había, para suscitar tanto entusiasmo. Sin embargo Finito de Córdoba no es valenciano, toreó peor que el paisano chivato, trazó desacompasado la mayoría de los muletazos, los instrumentó muy abierto el compás pero muy descargada la suerte, y le aclamaron con parecido frenesí.

Únicamente a Dámaso González no le olearon ni musicaron las faenas: sencillamente, sus toros padecían invalidez total, y hubo de despenarlos presto. Cruel destino, del maestro González. O pudo tratarse de la ley de las compensaciones; porque el maestro González lidió al Gitanito indultado en la feria anterior, y encontrarse de segundas con aquel quinto toro de bandera, habría sido igual que si le toca dos veces la lotería.

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