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Kahane vive, pero fuera de la ley

Los extremistas proscritos por Israel consideran que todo vale en la guerra contra los palestinos

Hay que ir a las oficinas de los dos movimientos extremistas israelíes proscritos para darse cuenta de que son demasiado lentos los pasos que el Gobierno de Issac Rabin está dando para tratar de convencer de que los días del terrorismo judío están contados.En la tercera planta del destartalado edificio de cinco pisos en el número 11 de la calle de Agripa, cerca del mercado de Jerusalén occidental, figura todavía el emblema del grupo Kahane Vive.

El puño impuesto sobre la estrella de David resume la doctrina extremista judía que el domingo fue declarada ilegal, así como la del movimiento Kach. Son frutos de una filosofia nacida del odio ancestral a los árabes y que propone la expulsión de los palestinos de Palestina por cualquier medio.

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El candado que cierra la central de Kahane Vive no ha sido puesto por la policía. Es un candado negro y barato, que causaría risa a cualquier ladrón. En el cuartelucho donde se reunían los judíos que glorifican a Baruch Goldstein, el autor de la matanza de decenas de palestinos de Hebrón el 25 de febrero, puede verse que el Gobierno, a pesar de su apasionada declaración de guerra contra el "terrorismo judío" el pasado domingo, no está actuando con la energía prometida.

Las mismas autoridades que juraron perseguir y castigar a los miembros del Kach y del Kahane Vive con el mismo tesón que a los extremistas palestinos ayer no habían enviado a un solo policía para cumplir con el formalismo de soldar las puertas de los centros de mecabelín, la palabra hebrea para describir a los "terroristas".

Es más, las señales de que el despacho de Kahane Vive todavía está en acción -a pesar de que los ordenadores han sido extraídos a toda prisa y que, evidentemente, no hubo tiempo ni voluntad de recoger los incendiarios panfletos de los extremistas judíos- las dio un joven que emergió misteriosamente de su interior con una botella de zumo de naranja.

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Por supuesto, no quiso hablar. Pero a la entrada de la oficina había un barbudo rabino elocuente de Brooklyn que se parecía mucho a Trotski a pesar de su impermeable moderno y que dijo tener 45 años. Lo que dijo en media hora de conversación fue un público manifiesto subversivo. La ferocidad de sus palabras, sin duda, le habría costado la vida a cualquier palestino. Pero el hombre hablaba con libertad y atacaba con furia dogmática al Gobierno de Rabin y al proceso de paz. Incluso admitió que estaba dispuesto a empuñar las armas en el probable caso de una guerra entre los judíos que quieren negociar con la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y los que creen en el "derecho sagrado" de los judíos de expulsar a todos los árabes de Palestina por orden de Jehová.

Consciente de su flamante pero inocua condición de fugitivo, el rabino se inventó un nombre para enmascarar su verdadera identidad. Pidió que se le identificara sólo como Isaac Ben Aarón. Y ése fue el prólogo de una larga descarga contra el Gobierno laborista, una extraña interpretación del concepto democrático de Thomas Jefferson y citas de incontables filósofos sionistas. Esencialmente, disparos verbales contra Rabin en particular y todos los árabes en general.

La matanza de Hebrón, dijo, fue un "justificable acto de guerra". "Todo el mundo sabe que el 90% de la población de Hebrón es leal a Hamás", agregó, refiriéndose al movimiento islámico que crece día a día gracias a las concesiones y la ineptitud de la OLP. "Los que murieron en la mezquita no eran inocentes; eran el enemigo. ¿Acaso Truman fue acusado de asesinar a millares de japoneses cuando arrojó bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki? Ése también fue un acto de guerra. La gente se olvida de que en la guerra todo vale".

Héroe nacional

¿Admira este rabino a Baruch Goldstein? Seguro que sí. "Es un héroe nacional", dijo. ¿Habría hecho lo mismo, disparar contra musulmanes que oraban la madrugada del 25 de febrero? El rabino duda por un instante. Luego hay un fogonazo de honestidad. "No", dice, "porque no creo tener el coraje que tuvo el doctor Goldstein. Si tuviera agallas, lo habría hecho yo también". ¿Dispararía contra la policía si uno de estos días viene a detenerlo? La pregunta, sostiene con una sonrisa efímera y de alivio, no viene al caso. "No tengo carné de ninguna de las organizaciones proscritas. Nuestra batalla será en la corte suprema, donde impugnaremos la decisión de esta dictadura de corte soviético. Si eso falla, pasaremos a la clandestinidad. Pero nada nos hará cambiar nuestras ideas".Estas ideas, que son peligrosamente contagiosas: según un estudio del Centro Jaffee de Estudios Estratégicos de la Universidad de Tel Aviv, en Israel y los territorios ocupados hay unos 10.000 judíos dispuestos a usar medios violentos para sabotear el proceso de paz con los palestinos.

Porque en Israel el odio corre hondo, la cifra está destinada a crecer. A la entrada del vetusto edificio de la calle de Agripa, un chaval de 12 años recitó en perfecto inglés los argumentos de los extremistas judíos. Dijo que se llamaba Jack. Había nacido en San Luis, en el Estado norteamericano de Misuri. Hasta hace poco, su héroe era Batman. Hoy es Baruch Goldstein. Y no le tiene miedo a la policía.

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