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Tribuna
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Sólo quedan 48 horas

Mientras las maniobras precongresuales se desarrollan por las alas a buen ritmo, el eje central del frente político socialista se mantiene estático. El silencio entre Felipe González y Alfonso Guerra, a 48 horas del comienzo del 33º Congreso Federal, comienza a ser presagio de la calma que precede a la tormenta. En medios próximos al vicesecretario general se da por seguro que si no se produce una conversarción en profundidad entre los dos principales dirigentes socialistas antes de que comience el congreso es muy difícil que Alfonso Guerra pueda integrarse como número dos en una Comisión Ejecutiva en cuyo diseño no está teniendo arte ni parte. La tensión que se ha creado entre estos dos políticos que han pilotado el ascenso electoral más espectacular del socialismo español ha tenido un largo proceso de gestación, que en los últimos 12 meses ha cristalizado en una incomunicación hecha de malentendidos y desencuentros personales, pero también de una diferente concepción del modelo de partido y de los objetivos estratégicos de la socialdemocracia española. Existe correspondencia cruzada entre ambos dirigentes socialistas que si un día se hace pública permitirá conocer con más claridad algunas claves de su progresivo distanciamiento político. Las recientes entrevistas concedidas por Alfonso Guerra a diversos medios de comunicación y su última conferencia, con motivo de la presentación de varias publicaciones socialistas, en las que de una forma prudente pero clara exponía sus reticencias a la llamada deriva liberal, reafirmaba su fe en las señas de identidad Socialistas y advertía sobre los riesgos de pactos precipitados con los nacionalismos, han agudizado el malestar del secretario general.Mientras tanto, las maniobras precongresuales avanzan a buen ritmo animadas por los sectores más posibilistas de ambas tendencias del partido aunque la iniciativa táctica corresponde al sector felipista, que cuenta con la superioridad numérica asegurada en el congreso. Las repetidas declaraciones públicas de González, y de sus más próximos colaboradores, de dar por hecha la presencia de Guerra como vicesecretario general en la próxima ejecutiva permiten desviar la atención del objetivo principal, para centrar la maniobra en objetivos secundarios: la cooptación de aquellas figuras consideradas guerristas que den el suficiente cromatismo a la futura ejecutiva. Se podrá hablar entonces de integración. Y si alguien, Guerra, por ejemplo, decide no participar, se dirá que se ha autoexcluido.

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En la geometría política, la aproximación indirecta puede ser la línea más corta para alcanzar un objetivo. Pero toda maniobra tiene sus ventajas y sus riesgos. Para unos, la posible salida de Guerra de la ejecutiva será el símbolo de la renovación, de la catarsis que el PSOE necesita; para otros, será el embrión de una disidencia que crecerá alimentada por una división que ya existe en las bases del partido y en su relación con los sindicatos.

Sin embargo, la versión más cruel es la que propalan aquellos que ven la política como una carrera profesional. Nadie se va de la jerarquía voluntariamente, afirman, dada la soledad que acompaña a aquel que acampa a las puertas del poder. La única posibilidad de sobrevivir consiste en aferrarse al clavo ardiendo que supondría mantenerse resignado en la ejecutiva acompañado de un puñado de fieles.

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