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La memoria ya no es lo que era

Juan Cruz

La gente se acuerda aquí de pocas cosas. Anoche, muchos cines españoles abrieron al público La lista de Schindler, que es una disección tremenda de la memoria terrible de la guerra. Pero la memoria la tienen otros. Aquí se olvida, y además olvidar constituye la pasión nacional, el lujo que la cultura se da a sí misma para aligerarse, para ponerse de moda. Francisco Ayala, el autor de Memorias y olvidos precisamente, que el miércoles próximo cumple 88 años, y los cumple con un vigor increíble, lo dijo el otro día, cuando le hicieron doctor honoris causa en Sevilla: "Si se quiere hacer el retrato de la España actual, deberá ser como una fotografía movida, una fotografía acelerada por el tiempo, difusa como el olvido.La gente, además, se olvida de la gente. Como si una apisonadora pasara por los nombres y por la sustancia de los hombres y ya no se acordara nadie sino de lo que pasé ayer, de lo que está pasando ahora, de lo que viene, además, avalado por la fama, sobre todo si ésta es extranjera. Es un grave riesgo cultural contra el que si luchamos ahora pasaremos a engrosar la lista de los obsoletos.

De vez en cuando, la sociedad se despierta y se acuerda de algunos nombres y, sobre todo, de la sustancia de algunos hombres que han sido precipitados al olvido en la foto movida de la España de hoy. Pasó el domingo en Madrid y pasará hoy en Torrecaballos (Segovia). En Madrid, el Círculo de Bellas Artes puso una placa en la casa donde desde 1928 a 1992 vivió Juan García Hortelano -"claro Hortelano, alto Benet", dijo Natacha Seseña en el acto, recordando la vida en común de estos dos amigos singulares-, y hoy, en Torrecaballeros, los que recuerdan a José Antonio Gabríel y Galán le pondrán una calle a este extremeño que murió hace ahora un año aún preparándose para vivir, como él decía.

Se reprocha muchas veces en España esta cultura del recuerdo a los que se han ido, como si fuera esa memoria un defecto capital, una excrecencia de la cursilería, un hábito necrofílico que esconde la verdadera vida, que es, al parecer, la vida que sigue. Así hemos ido fabricando estos tiempos rápidos en los que, al contrario de lo que decía Antonio Machado, hoy no es siempre todavía. Frente a esa tendencia, y aunque sólo sean actos simbólicos que probablemente serán seguidos inmediatamente después por nuevas formas del olvido -el largo olvido del que hablaba Neruda-, conviene subrayar aquellas dos iniciativas que subrayan el paso por esta tierra de dos personajes por otra parte escrupulosamente comprometidos con su tiempo y con los otros. Por fortuna, al menos el domingo, había en Gaztambide, 4, donde vivió Hortelano, muchísima gente que añoraba el vigor literario con el que dejó constancia de su presencia en el mundo el inventor de El gran momento de Mary Tribune.

Porque aquí somos muy espectaculares en la despedida, pero pasamos la página enseguida, como si nos quemara en las manos, y esto francamente no debe ser muy saludable. La cultura se fabrica desde el respeto y con la memoria de los que la hicieron, para poder seguir haciéndola. Ese desdén con el que tantas veces nos referimos al pasado nunca ha sido bueno para seguir avanzando, pero en este país se ha sustentado no sólo con respecto a las personas, sino también ante algunos de los hechos contundentes y terribles de nuestra historia, que a veces parece que nunca pasaron ni que tuvieron también sus protagonistas fríos o atormentados, terribles o perseguidos.

Esa vida olvidadiza, cuando afecta a ese tipo de acontecimientos de largo alcance que, en efecto, pueden quemar en las manos, tapia la reflexión y hace que se esfume el debate, y esto que siempre se denuncia es culturalmente también de una gravedad extrema para el desarrollo del pensamiento y, por tanto, de la conciencia de un país. No es, pues, sólo el problema del recuerdo o la investigación sobre lo que ya hizo la gente; se trata, más bien, de que de vez en cuando esta tierra se pare un poco a pensar en serio sobre qué es y qué está dejando en herencia y se olvida de la moda que viene, de la fama a la que nos sumamos, del espectáculo que vemos para digerir mejor la contundencia voraz de los días que pasan.

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