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Inglaterra y Europa

¿Dónde duró más la servidumbre en el mundo occidental? Un amigo alemán me contesta: "¿Has leído nuestras leyes de divorcio?". Pero la verdadera respuesta es Inglaterra, que no abolió la servidumbre hasta 1935. Por entonces, por supuesto, no era más que una formalidad: en algunos sitios, tal vez, la entrega de un saco de cebollas en lugar del arriendo. La realidad había desaparecido siglos antes, y la servidumbre (título de propiedad) sólo se conservaba como una de las muchas molestias pintorescas de la ley de propiedad inglesa. En otros lugares, incluida Escocia, tuvo que ser abolida formalmente, generalmente en el siglo XVIII, por Gobiernos seguidores de la Ilustración.Pero los ingleses (no así los escoceses) no tuvieron una Ilustración formal. Al que podría haber sido su déspota ilustrado del siglo XVIII, Jorge III, no le cortaron la cabeza, sino que simplemente la perdió. Hasta hoy, el Estado es un ancien regíme en la forma: coronaciones, Iglesia establecida, etcétera. Par te de esto tiene su encanto, y otra parte provoca una irrita ción inofensiva, pero hay algo que tiene mucho que ver con la actitud británica hacia Europa. Porque, tras todo ello, subyace una estructura legal bastante di ferente de la de la mayoría de los países continentales, que experimentaron la Ilustración y el código napoleónico. Las fundaciones benéficas y la propiedad en general son dos casos evidentes. Los ingleses tienen la extraña costumbre de usar palabras que quieren decir justo lo contrario. Así, las escuelas públicas eran fundaciones benéficas para educar a los pobres en el servicio al rey. Ahora son fundaciones benéficas para ayudar a los ricos a librarse de este servicio. Igual mente, la ley de confianza significaba que uno podía mantener su propiedad en el anonimato para evitar los intentos de confiscarla por parte de los sirvientes del rey; habría que rebautizarla con el nombre de ley de desconfianza. En cualquier caso, la normativa sobre la propiedad hace posible desafiar al Estado y sus de cretos de planificación.

Esto puede verse por el desorden de las ciudades inglesas, del que últimamente ha habido un ejemplo bastante absurdo. El túnel del canal de la Mancha debería hacer que el viaje en tren de París a Londres fuera muy rápido, y, los franceses, como de costumbre, se limitaron a llevar una línea de alta velocidad hasta el canal. Los ingleses, por su arte, tenían que respetar a los propietarlos locales, y hubo investigaciones judiciales, comités, procesos, apelaciones, más comités... durante años interminables; incluso ahora, mucho tiempo después, no se ha decidido nada definitivamente, con lo que el viaje del canal a Londres proporcionará lo que el presidente francés, François Mitterrand, llamó sarcásticamente una visión espléndida de la campiña de Kent.

Otro francés, al que se le preguntó por qué la compañía de ferrocarriles francesa (SNCF) podía construir por simple decreto líneas atravesando propiedades locales, afirmó que "cuando queremos desecar una charca no preguntamos a las ranas". Y eso resume una gran diferencia entre el Estado británico y los Estados continentales. Tal vez deberíamos haber perdido 14 batalla de Trafalgar, y vivir la Ilustración a punta de bayoneta, pero esto es lo que hay. E influye. en las actitudes británicas hacia Europa.

Por supuesto, la maquinaria estatal británica creció después de 1929, y sobre todo después de la Segunda Guerra Mundial, igual que en la mayor parte de Europa. Pero la experiencia británica con el Estado engordado (como lo llaman ahora los alemanes) no ha sido satisfactoria y en Bruselas hay un terrible ambiente de Estado engordado: caravanas de automóviles de funcionarios, horribles edificios de cemento, siglas, reglamentos interminables, extraños impuestos, justicia política y abstracción sin vida.

Todo ello suena a proteccionismo, que es el equivalente económico natural del Estado engordado, como lo era en tiempos de la Francia de Colbert o en la Europa napoleónica. Ya lo hemos visto aplicado a la agricultura, y los resultados no son nada satisfactorios: una vaca cuesta más que un estudiante, partes del campo han quedado destrozadas, los pobres de todos los países pagan más por su comida de lo que deberían y el nivel de corrupción es elevado (se sabe que 6.000 millones de dólares del presupuesto son materialmente robados). No es probable que el proteccionismo, si surge en forma de política industrial, sea diferente.

Por supuesto, algunas de estas afirmaciones son injustas con Bruselas. Su maquinaria administrativa no es muy considerable en sí misma (aunque sí lo son los equivalentes que crea en los países europeos), el Acta única fue diseñada para liberalizar, y en otros países no pertenecientes a la Comunidad la subvención a la agricultura es aún mayor que la de los europeos. Además, la oposición a Europa proviene frecuentemente de quienes se quejan de que implicará recortar el sector público y las subvenciones. Esto fue evidente en Dinamarca, donde una gran parte del electorado parecía consistir en madres solteras que eran asistentes sociales, cuyos salarios provenían de unos niveles de impuestos o de gasto público que Europa reduciría. De alguna forma, esos matices no influyen en la opinión pública británica, y si hubiera habido un referéndum sobre el Tratado de Maastricht, se habría perdido por una diferencia impresionante. Se aprobó en el Parlamento gracias a la más estrecha de las mayorías y a una fea táctica de chantaje por parte del Gobierno.

También hay que decir que los miembros de las clases cultivadas de Inglaterra raramente son buenos europeos en el sentido de Bruselas. Hubo un debate muy animado, un pequeño maremoto de panfletos y artículos, pero la única obra realmente seria por parte de los europeístas fue un libro muy inteligente, The British Constitution, de Ferdinand Mount, en el que alegaba que la tendencia tenía que ser un alejamiento del carácter único de Gran Bretaña y un acercamiento a la Ilustración europea, y que esto ocurriría en cualquier caso simplemente en virtud del Acta única.

Por lo demás, fue sorprendente que muchos británicos que conocían muy bien Europa, incluidos sus idiomas, y a los que les gustaban muchos de sus países, fueran hostiles -con Enoch Powell a la cabeza- Algunos se apoyaban en la soberanía del Parlamento, otros en su oposición al Estado engordado, otros en motivos prácticos: la imposibilidad de que tantos Estados diferentes dieran lugar a un total que pudiera funcionar; la pura impracticabilidad, desde tiempo inmemorial, de las organizaciones multinacionales que tratan de hacer demasiadas cosas. Recordamos el Parlamento del imperio de los Habsburgo, donde un primer ministro dijo que no tenía un objetivo más elevado en política que lograr un nivel soportable de insatisfacción en todas las partes. Recordamos la Sociedad de Naciones, que el 1 de septiembre de 1939

Norman Stone es profesor de Historia Moderna en Oxford.

Inglaterra y Europa

saludó el estallido de la Segunda Guerra Mundial con una propuesta para discutir la estandarización de los pasos a nivel.Por mi parte, creo que la intervención de la Comunidad en Yugoslavia demuestra definitivamente lo acertadas que son estas dos últimas objeciones. Ha sido un desastre. En Inglaterra decimos que un dromedario es un camello que ha sido construido por un comité, y el sistema europeo de los comités nos proporcionó un enorme dromedario en Croacia y Bosnia. Los italianos y los alemanes tiraron en una dirección, los franceses y los británicos en otra, y el resultado fue lamentable. Teníamos ridículos observadores con relucientes abrigos blancos y un ejército humanitario europeo que entregaba comestibles y actuaba como rehén ante cualquier posible intervención aérea. El secretario general francés de Médicos Sin Fronteras, AlainDestexhe, ha escrito una brillante denuncia de ello: Yugoslavie: la politique de la bande velpeau, parte de L`humanitaire impossible (Armand Colin, París, 1993). Sólo muy recientemente, con una intervención estadounidense seria, se han llevado a cabo acciones realmente decisivas, y sólo ahora hay perspectivas de cualquier clase de solución. Para este observador, una confederación croato-bosnia siempre fue la respuesta evidente, respaldada, si fuese necesario, por la fuerza. Pero Europa (y me temo que especialmente el Ministerio de Asuntos Exteriores británico) no quería saber nada de ello. Hay una última objeción, ampliamente compartida en otros países. Está claro que Europa hace feliz a la clase política y (en parte) a la burocrática, porque les hace sentirse importantes y hace crecer sus gastos. El Ministerio de Asuntos Exteriores de Londres, por ejemplo, es notoriamente europeo. Pero, en Europa, la clase política es cada vez más, como observó Karl Kraus respecto a la psiquiatría, la enfermedad de lo que pretende ser el remedio. El Estado engordado desea a Europa, pero al engordar tanto se hará irreformable. Eso fue, más o menos, lo que ocurrió en todos los Estados que pasaron por una Ilustración formal, y no hay duda de que Europa lo es. Se establecen burocracias para reformar burocracias que reforman burocracias, y al final se gasta tanto, sólo en ellas, y se cobra tantos impuestos a la gente que en realidad no habría por qué haberse molestado en abolir la servidumbre. ¿Debemos proponer esto como una crónica de una sola frase de la historia de la España moderna?

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