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Arte cimarron

Diego A. Manrique

Primero, una carcajada entre lunática y jovial. Luego entra al trapo de la guaracha: "Besitos pa'ti, besitos pa'mí / besitos de azúcar, canela y anís". Salta al inglés y se desencadena, gime y jadea, un orgasmo telúrico que cabalga sobre la trompetería y desemboca en su grito de guerra, el ay, yi, yi, yi. Intercala una cita de Stonny Weather y al final se declara satisfecha: "¡Qué lindo me quedó!". Todo en cinco minutos. Cuando La Lupe entraba en el estudio de grabación,su micro siempre estaba encendido. Para desesperación de músicos y arreglistas, ella se dejaba llevar por la ventolera del momento e introducía dedicatorias, mensajes particulares, consejos universales, risas salvajes, bramidos profundos, suspiros de gozo o derrota. Si el productor pertenecía a la categoría de los pudibundos, se dedicaba más tarde a eliminar buena parte de esas cuñas: incluso para sus colegas, la exuberancia de La Lupe podía resultar excesiva.No importa que su biografía sea la crónica de un prolongado desastre, que su carrera artística se frustrara, que no tenga verdaderas continuadoras. Nos quedan sus discos, y en ellos, la impudicia, la entereza, la lucidez de la mujer enfrentada al desamor. Escapó de Cuba, paso por México, se instaló en Nueva York, actuó en Puerto Rico, grabó en Madrid. En todas las latitudes era el escándalo, la presencia incómoda. Todavía nos sobrecoge, nos intimida la mujer en carne viva, que no reconoce, otro imperio que el de la pasión.

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