EE UU expulsa a un diplomático ruso por la "guerra de los espias"
Alexandr Iosifoyich Lysenko, considerado por los norteamericanos como el responsable de los servicios de espionaje en la Embajada de Rusia en Washington, recibió ayer la orden de expulsión de Estados Unidos. Lysenko, la primera baja en la guerra de los espías, abierta a partir del caso de Aldrich. Ames, deberá abandonar el país en el plazo de una semana.
La decisión fue anunciada por Mike McCurry, portavoz del Departamento de Estado, apenas cuatro horas después de que el presidente Clinton planteara el ultimatum a Moscú: "0 ellos toman una decisión rápida o la tomamos nosotros" había dicho Clinton. Moscú no aceptó la invitación para sacrificar algún peón y Washington actuó.Mike McCurry señaló al comunicar la decisión de su Gobierno de declarar "persona non grata" a Lysenko que Estados Unidos "claramente cree que este individuo ocupaba una posición de responsabilidad en las actividades relacionadas con el caso de espionaje de Ames".
McCurry no descartó que en el futuro se tomen otras decisiones contra diplomáticos rusos que puedan estar implicados en labores de inteligencia. El presidente Clinton había indicado previamente que el FBI y la CIA están investigando hasta el fondo el caso del topo Ames, y que, sin levantar falsas expectativas, no podía descartar que surgieran datos nuevos que hicieran aconsejable tomar otras medidas.
Alexander Iosifovich Lysenko es el primer diplomático ruso expulsado de Estados Unidos desde 1986. El portavoz del Departamento de Estado justificó la elección de Lysenko porque los servicios de seguridad norteamericanos consideran que es el número uno de la red de inteligencia basada en la Embajada y en los consulados rusos. "La elección sugiere y demuestra", añadió McCurry, "la seriedad que atribuimos al asunto".
La decisión fulminante de Estados Unidos se llevó a cabo, tal y como había advertido Clinton, sin negociación de ningún tipo con Moscú: la única alternativa era tomar una medida explícita y significativa.
Aunque los norteamericanos hubieran preferido una retirada voluntaria del encargado de la red de inteligencia rusa en Estados Unidos, no podían esperar más tiempo y las señales que venían de Moscú eran poco alentadoras. La determinación de hacer pagar el caso de Ames era evidente.
Pero, al mismo tiempo, la medida supone una cierta contención, si se compara con situaciones similares en el pasado, que se saldaban con expulsiones masivas.
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