¿Compatriotas a liberar?
En agosto de 1980, su periódico se hacía eco de las declaraciones e un político andalucista que, en relación a un abusivo control policial de viajeros vascos en Andalucía, hacía su peculiar contribución a la unidad de España firmando: "Los andaluces tienen derecho a desconfiar de los vascos que aquí llegan, pues pueden esconder a un terrorista". Pasados 13 años, EL PAÍS del sábado 5 de febrero recoge la siguiente frase del mismo político ahora con responsabilidades de gobierno como alcalde (de Sevilla): "Ojalá yo consiguiera en la política hacer lo que ha hecho el Betis: ganar a los catalanes y en propia casa". La oportunidad la depara ahora un acontecimiento deportivo que (a la vista de la foto entusiástica del señor alcalde) su corresponsal Santiago Roldán tiene perfecta razón en calificar de "depuración de estados psíquicos perturbados". Pero más allá del balompié, el contexto no deja lugar a dudas respecto a la carga subyacente de dichas palabras. Ese mismo día, EL PAÍS transcribía las patéticas declaraciones de ciudadanos (recogidas en un periódico de Valencia) relativas a la venalidad de los catalanes, dispuestos, al parecer, a olvidar el carácter español del dinero que contribuiría a la restauración del Liceo. Ese Liceo en el que la prima donna González cantaría al dictado del apuntador Pujol, según reciente dibujo humorístico de un periódico ampliamente leído en la ciudad de Sevilla y que ya este verano presentaba en portada a tales protagonistas vinculados por la hucha del IRPF tendida por el de la barretina.Estamos curados de espanto ante esta sórdida explotación de los tópicos más estúpidos relativos a uno y otro pueblo. No obstante, la incontinencia verbal del señor alcalde de Sevilla (precisamente por serlo) me parece altamente preocupante. "Ganarles a los catalanes y en su propia casa", ¿qué botín o qué guerra? ¿El de unos votos andaluces que repudiarían así su vínculo con Cataluña y hasta su comunidad de problemática con los inmigrantes de otros lugares de España? Esto en la mejor de las hipótesis.
Soy una de esas personas vinculadas a Barcelona cuya lengua inmediata es indiscutiblemente el castellano. Comparto así desde la infancia el destino de muchos de los barceloneses que el señor alcalde de Sevilla no deja (con razón) de considerar sus compatriotas. Soy perfectamente consciente de la herida que para cientos de miles de inmigrantes supuso el que la comunidad catalanohablante no siempre diferenciara entre el sistema político que pisoteaba su dignidad y las víctimas castellanohablantes del mismo sistema. Y, sin embargo, disiento radicalmente de los que quisieran ver en Cataluña dos comunidades sin vasos comunicantes y concretamente por lo que a la lengua se refiere. Incluso en los años más sórdidos (cuando la ausencia de cauces políticos facilitaba el que la autoafirmación se hiciera bajo la forma degradada del desprecio al otro) en la vida cotidiana de los barceloneses (en el trabajo, en el mercado de la Boquería, en las tertulias de las Ramblas y en los bares), el trasvase entre una y otra lengua era constante. Y, de hecho, lo mismo ocurre en la actualidad, cosa por otra parte perfectamente comprensible dada la evidente continuidad de ambas lenguas en el marco de las lenguas latinas.
Ciertamente, el asunto puede llegar a ser problemático en la medida en la que una parte de la clase política (apoyada por ciertos medios de información) necesite legitimar su existencia reivindicando la causa de unos compatriotas a liberar. La cosa ya se ha visto en otras ocasiones: "Ten cuidado con lo que deseas, algún día lo conseguirás".- Catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.
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