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Entrevista:

La locura es un mundo de libertad

La obra Marat-Sade, de Peter Weiss (su título completo es Persecución y asesinato de Jean-Paul Marat, representados por la casa de salud de Charenton, bajo la dirección del señor de Sade), convoca en los espectadores españoles el recuerdo de los fantasmas de la dictadura franquista. La pieza está protagonizada por Marat, que representa la revolución, y por Sade, el mundo de la individualidad. Ambos dialogan en un mundo poblado por alienados que se mueven bajo el poder de los políticos y de la Iglesia.Pregunta. ¿Qué le ha animado a montar una obra que en la memoria se conserva como uno de los mayores escándalos político-culturales de los sesenta?

Respuesta. No es un caso de valentía especial. Fue una propuesta de José Carlos Plaza, el director del Centro Dramático Nacional, y me pareció perfecto. No recuerdo el famoso montaje de Marsillach ni en Barcelona ni en las tres representaciones que hubo en Madrid.

Más información
'Marat-Sade', según Marsillach

P. ¿Cuál es la actualidad de Marat-Sade?

R. La posible vuelta de los ideales, que creo que no matan a nadie y que son muy necesarios. Hay una frase de Peter Weiss en la que dice que tenemos que empezar a mirar todo con ojos nuevos. La imagen que nos están dando ya no sirve. El desencanto no es sólo político. Es total, y no se dan soluciones para nada. Hay que revisarlo todo y hay que hacer una toma de conciencia para evitar el caos. Personalmente, me preocupa mucho la falta de interés general que manifiestan los jóvenes.

P. Ese interés es explicable. No se les ofrecen grandes cosas.

R. No se les ofrece nada. El hombre tiene la necesidad de ser, y ellos no son porque se sienten manejados y controlados.

P. Lo mismo los espectadores se aburren si se les habla de cosas tan trascendentes desde un escenario.

R. No creo, porque el sentido del humor es importantísimo en la obra. Se dicen cosas que contadas en serio, sin humor, pueden ser mortales, pero no es el caso.

P. ¿Qué locura tienen los internos que protagonizan la obra?

R. Sobre todo, hay esquizofrénicos, paranoicos y anarcolépsicos. También hay un erotómano.

P. ¿Son ésas también las formas más frecuentes de alienación que se ven en nuestra sociedad?

R. Sí, claro. Sobre todo, la paranoia. El temor, la desconfianza, el no saber cómo enfrentarse a la vida, la inseguridad ante el futuro, el no saber para qué se vive desemboca inevitablemente en la paranoia.

P. También la locura se asocia a la libertad.

R. La locura es un mundo de libertad. Es la manifestación del yo en estado puro. Las agresiones, los afectos, todas las manifestaciones de un loco son puras. Las instituciones médicas convierten a los locos en cadáveres vivientes.

P. ¿Qué ideales de los 20 años conserva usted a los 66?

R. Yo vengo de una familia de izquierdas y desde muy joven tuve muy claro cuál era el enemigo político. Entonces, en pleno franquismo, no había ninguna duda. Y quería hacer teatro. Puedo decir ahora que mi vida está justificada porque he vivido con espíritu de lucha. Los jóvenes tienen ahora el enemigo más difuso de lo que lo teníamos nosotros. ¿Qué vas a derrocar ahora?

P. Puede que lo que haya que derrocar sea esa inexistencia de valores.

R. Por supuesto. Y hay algo tremendo, que es el invento del dinero como símbolo de poder. Sólo el que tiene dinero parece que es poderoso, y eso es tan falso como peligroso. La sociedad consumista es el peor enemigo que podemos tener, aunque yo tengo muy claro que tampoco podemos satisfacer sólo las necesidades elementales. Necesitamos pequeños placeres para vivir y evitar caer en la monotonía. Eso lo hemos visto muy crudamente en los países comunistas.

P. ¿Militó usted en algún partido?

R. Estuve en la órbita del partido comunista, pero no llegué a tener carné. Lo que he sido siempre es un hombre de izquierdas.

P. ¿Qué significa ahora ser de izquierdas?

R. No lo sé. ¿Qué diferencias hay ahora entre izquierda y derecha? ¿Qué define al partido socialista frente a los partidos de derechas? No se me ocurre nada. La izquierda está consintiendo la marginación, la discriminación... El panorama es tan desolador que pierdes toda esperanza.

P. ¿Qué papel puede jugar el teatro para recuperar esa esperanza?

R. Con el teatro nunca se ha hecho la revolución. Sirve para denunciar los errores que se cometen. Pero el teatro es un espectáculo en el que algunos, como Bertold Brecht, dan grandes lecciones e. intentan instruir a la gente frente al desconcierto. Peter Weiss es el alumno más directo de Bertold Brecht. La lección de esta obra está en que la historia transcurre en un hospital de alienados, que son claramente el ser humano común inmerso en una gran locura. Como todo loco, el hombre supuestamente cuerdo interviene en los acontecimientos, pero no sabe por qué ni para qué. Ésa es la actualidad de la obra. La pieza fue escrita en el 64, cuando Europa sufría toda clase de problemas que desembocaron en la protesta juvenil del 68, y el panorama era especialmente desesperanzador en España. Esa protesta sirvió para romper muchos tabúes, pero luego casi todo volvió a asentarse.

P. El panorama que ahora vive Europa no parece mucho mejor que el de entonces.

R. Todo lo que está pasando en el mundo me asusta. Hay intereses que amparan todo ese terrible caos que ¿a quién beneficia? Como también dice Weiss en la obra, ¿quién es el responsable de todo esto?, ¿a quién echamos la culpa?

P. ¿A quién se la echamos?

R. Hay tantas posibilidades... Piense que las guerras caos siempre son rentables. Y respuesta fácil siempre consiste en responsabilizar a Esta Unidos. Pero yo no sé si los países que se dejan dominar no son tan culpables como los que tienen el poder máximo. Lo está ocurriendo en la antigua Yugoslavia es como una pesadilla. Tito tenía todo muy amarrado, y a su muerte los nacionalismos se han desbordado sin que nadie haya evitado el desastre.

P. ¿Qué opina usted de nacionalismos?

R. Son el fascismo, el racismo. Me horrorizan.

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