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El náufrago de las mazmorras de Azca

Este es el relato de un náufrago nacido en Mobile, Alabama, que acudió a la ceremonia de los Goya, en Madrid, y perdió el norte, y días después fue a la ceremonia de los premios T P y perdió también el sur. Mientras, había sido besado por varias actrices y presentadoras que le extraviaron el este, en tanto que el oeste se le ha ido desmigajando en los días borrosos que lleva en la zona de Azca, Orense, el ministerio de Defensa (él cree que es un hospital) y el Bernabéu, comiendo pizzas y hamburguesas e intentando ligar (inútilmente, todo hay que decirlo), con Jovencitas intercambiables, muy, pero que muy parecidas a las jovencitas de Mobile, que sin embargo le hablan en una jerga -Joé, le llaman, y carrouza-, por completo incomprensible.

Joseph Fisher Shadow, técnico de luminotecnia de 35 años (él, no la luminotecnia), llegó a Madrid la víspera de la ceremonia de los Goya, con la muy sana intención de correrse una juerga a la altura de las crónicas que circulan por Hollywood sobre Ava Gardner y los actores de antes (siempre de antes). Pero Fisher Shadow -Joe para entendemos, a él no le importará- comenzó con mal pie: viajó invitado por los orgizadores del sarao, que le alojaron en esa zona tenebrosa del territorio de Azca que tanto se parece a lo peor de Dallas, lo más terrible de Filadelfia y lo último de Hong Kong mezclado con el más tirado Düsseldorf de cuando el milagro alemán (¿les suena? Aquí lo llamábamos desarrollo. Pese a todos los cuentos que circulan sobre arquitectura posmodema y mestizaje, no vayan nunca).

De modo que Joe, que ya venía un poco cargado del avión, cierto, se desconcertó algo cuando le llevaron a una zona que no tenía nada que ver con el dramático perfil de Toledo que salía en una película de Blasco Ibañez y sí con un Manhattan de provincias; a un hotel que ni se parecía al estilo español que había visto en México y sí mucho al de Mayami; y a una cena donde no se tocó paella. ni vino y sí -¿hay que decirlo?-, un grueso bisté sanguinolento al estilo de Niu York, precedido de bourbon y rematado con un pay de manzana. Y -lo peor-, la noche terminó sin haber visto ni la esquina de una mesa de una taberna en la que fuera posible imaginar la aparición de la condesa descalza. A cambio, las chicas de relaciones de la organización -relaciones públicas iguales a las relaciones públicas de todas las organizaciones del mundo- le llevaron a dos o tres de las discotecas de la movida, una suerte de garajes como los que estuvieron en la pomada de de la Gran Manzana hará, digamos, diez años (Madonna, Warhol, etcétera), sólo que con más, mucho más ruido.

No del todo repuesto del garrafón etiqueta negra de la madrugada, el pobre Joe acude a la ceremonia de los Goya -su productora le ha encargado recoger el Goya a los efectos de sombras-, y es entonces cuando cree que le han metido hongos en el chisberguer del mediodía: con el cuerpo aún alerta por el jetlag, moderna desazón que se produce cuando el cuerpo viaja mas rapido que el alma, cree contra toda evidencia que entra en el Dorothy Chandler Pavillion, que es donde rifan los Oscar. Joe, saluda a varios fotógrafos vestidos con chaleco de guerra sobre el esmóquín, e incluso presiente, trastomado por la música grandiosa, que va a llegar Supermán. En la puerta los periodistas le dejan pasar sin contratiempo -Joe es un oscuro funcionario de la producción-, pero él escucha cómo le hacen las mismas preguntas de siempre a un señor que se parece como un huevo a otro huevo a Pedro Almodóvar, director de cine californiano habitual de los Oscar.

Desde entonces Joe flipa sin pausa. A veces se cree en una novela de Wells, el de las máquinas del tiempo y los hombres invisibles, en un horror de Asimov o en un suspense de Hitchcock, y espera con todas sus fuerzas despertar a tiempo para ir a su oficina cerca de Sunset Boulevard, que es como terminan el 98,4% de las películas del género, como él sabe muy bien. Tiene, pues, muchas posibilidades.

Pero no. Aquello sigue y sigue, sí, como ustedes adivinan pues viven en esta ciudad. Con la ceremonia de premios del T P -otra candidatura- Joe perdió totalmente el sur, y por ahí anda, en las lúgubres mazmorras de Azca, atormentado por los espíritus de malos urbanistas, perversos concejales y peores diseñadores de ceremonias-Hollywood, marca registrada. Por ahí anda, buscando el norte, intentando encontrar la puerta del sueño del hombre que viaja de Los Ángeles a Madrid y se encuentra en Filadelfia, o en Hong Kong, o en Düsseldorf, o en... y no sabe volver.

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