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La democracia en América

En 12 meses, 11 elecciones. América Latina, encaminada -más seriamente que nunca- hacia la democracia, organiza con normalidad la rotación de sus Gobiernos.Comenzó Honduras el 28 de noviembre, con la victoria del candidato opositor, el liberal Carlos Roberto Reina, un veterano combatiente democrático que emerge decidido a dejar definitivamente en el pasado los fantasmas de la violencia, aún sobrevivientes en el debate público. Le siguió Chile, con la victoria rotunda de Eduardo Frei, quien obtuvo una mayoría como no se veía desde los tiempos de su padre, el legendario presidente que intentó la tercera vía entre el capitalismo y el marxismo. Otro tiempo, otra circunstancia, este nuevo Frei toma un Chile en una plena expansión económica, edificada sobre el delicado equilibrio entre la coalición democrática que nucleó la oposición a la dictadura de Pinochet y el mismo general, que sobrevive como jefe de las Fuerzas Armadas, en una especie de reaseguro unilateral puesto como condición para la salida. En Honduras predominó la renovación, en Chile la continuidad. Pero en ambos casos se está mirando hacia adelante. Chile repite otro presidente demócrata-cristiano, y con ello desecha la hipótesis de retornar a los conservadores que inauguraron el auge económico: la fórmula de mantener sus orientaciones generales, pero con una mayor preocupación social, satisface más, da más tranquilidad, y eso es lo que reflejó ese impresionante 57% de votación por Frei.

Venezuela y Colombia, los vecinos del Caribe suramericano, estrenan también Gobierno. Venezuela acaba de elegir al doctor Caldera, ex presidente de los años 1969 a 1973, fundador del Partido Social Cristiano, pero que llega como titular independiente de una coalición de base izquierdista. País donde la democracia ha vivido el mayor riesgo en los últimos anos, casi por milagro se llegó a las elecciones. De ellas emerge un Gobierno con débil representación parlamentaria y el condicionamiento impuesto por sus propios planteos, inspirados en una generosa visión social, pero con serias dificultades de aplicación, en una sociedad poco acostumbrada a pagar impuestos. En Colombia, los riesgos no son institucionales, pero sí de seguridad: los candidatos más fuertes, Andrés Pastrana (secuestrado en 1989) y Ernesto Samper (baleado en 1989), son testimonio vivo de esa dramática vida política colombiana, en que el narcotráfico y el bandolerismo cobran su cuota de violencia permanente. Ambos candidatos, jóvenes, pero ya experimentados políticos, confirman el relevo generacional que inauguró el presidente Gaviria. En el país del realismo mágico, por cierto, no falta nada, ni aun una bruja que candidata con una escoba mágica como símbolo, pero entre Pastrana y Samper está la definición. Recordamos que Ernesto Samper, un espíritu travieso, poco después de los 11 tiros que recibió n el aeropuerto de El Dorado fue candidato parlamentario y un día declaró: "Nadie dirá que no soy un candidato aplomado ".

En Centroamérica, la vieja democracia costarricense confronta a José María Figueres, el hijo del legendario caudillo que abolió el Ejército, con Miguel Ángel Rodríguez, candidato del actual partido de Gobierno, Unidad Social Cristiana. Los debates son apasionados, y se han personalizado, pero allí la polémica no es política, sino económica: la continuidad de una línea neoliberal o el retorno a la socialdemocracia o liberalismo social del figuerismo. No es lo mismo en El Salvador, donde aún flota el fantasma violentista, pese al feliz proceso de pacificación y desarme llevado a cabo bajo la presidencia de Cristiani. Panamá, por su parte, muestra una gran dispersión electoral, aunque las candidaturas mayores son las de Pérez Balladares, hombre del viejo torrijismo; la del actual oficialismo (dividido); la del demócrata-cristiano Arias Calderón y la novedosa de Rubén Blades, el cantautor que irrumpe con todo el aire de los posmodernismos extrapartidarios.

También con algo de novela barroca, la caribeña República Dominicana confronta al legendario Balaguer, cuatro veces presidente, hoy casi ciego, pero astuto y brillante, con José Francisco Peña Gómez, viejo líder socialdemócrata, y el ex presidente Juan Bosch, derrocado hace más de treinta años bajo la acusación de marxista. Balaguer no ha oficializado su candidatura, pero a los 87 años sigue jugando hábilmente con los misterios.

Uruguay renovará a fin de año, en noviembre, pero el plato fuerte son México, Argentina y Brasil, los tres países más grandes. Menem parece asegurarse la reelección en Argentina, luego del pacto con Alfonsín, que le abre el camino para enmendar la Constitución y poder postularse. El indudable éxito de su programa de estabilización económica ha cerrado el ciclo de las grandes inflaciones y, si bien se han producido algunos disturbios en zonas deprimidas, el oficialismo llega a la confrontación a paso de triunfador. En México también es obvio el favoritismo oficialista, aunque la rebelión de Chiapas ha dado renovado impulso a la oposición de izquierda, que agita las viejas banderas socializantes de la revolución mexicana. El candidato del PRI, Colossio, es también un hombre del área social, y si los conflictos se apagan, como todo parece indicarlo, México seguirá en la misma línea de Salinas, con la administración del Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos como protagonista principal de los debates del desarrollo.

Las dudas y perplejidades, en cambio, se viven en Brasil, que luego de una purga a la italiana en su sistema político va encarando la elección. de noviembre aun en medio de la incertidumbre. Que el sindicalista de izquierda Ignacio Lula da Silva es un candidato poderoso no lo discute nadie. El tema es quién llegará con él a la segunda vuelta: ¿el ex presidente Sarney?, ¿un candidato del PMDB, como Quercia o el novel Antonio Brito?, ¿el legendario caudillo riograndense Leonel Brizola?, ¿el actual ministro de Economía, Fernando Henrique Cardoso, pese a que viene lidiando con una inflación del 35% mensual? Todo es posible aún en semejante país, octava potencia industrial del mundo, pero tercermundismo subdesarrollado en el ámbito político, sin partidos nacionales de tradición y permanencia. Hay figuras individuales destacadas, aun brillantes, pero nadie ofrece la garantía de un Gobierno sólido, con equipos consolidados, provenientes de un establishment político o administrativo reconocido. Y la garantía va a ser un factor decisivo a la hora de elegir en una república que, con Collor, apostó a la fantasía del cambio y terminó en el drama de un empeachment con el primer magistrado destituido.

Como se ve, hay más continuidad que cambio. O relevos de partidos sin mayor drama. Hace muy pocos años esto era impensable. En los años 1985 y 1986, en Centroamérica, la guerra flotaba en el ambiente, mientras la revolución marxista de los sandinistas se enfrentaba a Estados Unidos. El marxismo no está muerto en el hemisferio, pese a que ha cambiado el traje de mecánico por las corbatas italianas; su ideología, sin embargo, tiene más dosis de populismo y nacionalismo que de la vieja receta. Las socialdemocracias y democracias cristianas a su vez tienen más de economía de mercado que hace unos años. Los ejércitos viven el desconcierto de la falta de enemigo (el comunismo internacional está muerto como fuerza conspirativa) y el contexto internacional de posguerra fría ya no alienta su protagonismo político. La solitaria Cuba sigue encerrada en su anacrónico imaginario sesentista. La democracia política ya no es cuestionada. Lo que sí se le exige, cada día más es que procure proyectar al terreno social la igualdad política que da el voto.

Julio María Sanguinetti fue presidente de Uruguay. Es abogado y periodista.

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