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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Schengen, ¿cuando?

EL TODAVÍA nonato convenio de Schengen prevé la libre circulación de personas sin necesidad de pasar controles fronterizos interiores en el mapa formado por nueve países europeos -todos los miembros de la Unión Europea salvo británicos, irlandeses y daneses-. Es decir, la abolición de una gran parte de las fronteras interiores de la UE, de forma que todos los transeúntes reciban el mismo trato en sus desplazamientos que los nacionales de cada uno de los países en cuestión. El convenio, que debía haber entrado en vigor en diversas ocasiones de 1993, y cuya última fecha prevista era ayer, 1 de febrero, se ve aplazado sine die, y, lo que es peor, sin ninguna explicación verosímil para ello ni el establecimiento de un calendario de próximo cumplimiento.Lo que se esconde tras la incapacidad de los nueve países afectados -Francia, Alemania, Italia, España, Bélgica, los Países Bajos, Portugal, Grecia y Luxemburgo- en llevar a término una reforma plenamente europeísta, de puesta en práctica de un cierto concepto, siquiera embrionario, de nacionalidad europea, es la desconfianza de algunos de ellos, notablemente Francia y Alemania, hacia los que deberían hacer de cancerberos, sobre todo meridionales, de la Unión.

La abolición de las fronteras interiores entre esos nueve países haría que España, por ejemplo, se convirtiera en guardiana del acceso a la Europa septentrional de los viajeros procedentes del sur extracomunitario, que, una vez adquirido su derecho de entrada en nuestro país, podrían seguir viaje hacia otras tierras de la UE, puesto que ya habrían franqueado los límites fronterizos del territorio de Schengen.

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A esta desconfianza hay que añadir la incapacidad vergonzante de hacer frente a la situación buscando razones para demorar a un vago 1995 la efectividad de la medida. Se dice que no está a punto el sistema informático que permitiría la unificación de controles en esas fronteras exteriores, con garantías a los países del interior.

Si fuera así, el ridículo sería mayúsculo, puesto que los nueve de Schengen se habrían embarcado en una operación para la que no estaban preparados; y si no lo es, peor todavía, puesto que los interesados habrían lanzado un globo sonda para el que ni las mentalidades ni los mejores deseos estarían suficientemente preparados.

Sea como fuere, el resultado es un fiasco, menor en comparación a los problemas que atraviesa Europa, por ejemplo, en Yugoslavia, pero en absoluto insignificante. En el fondo parece más sensata la posición de quienes se han quedado fuera porque no se fían. Una triste demostración, en suma, del quiero y no puedo que atenaza a la recién estrenada Unión Europea.

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