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La dieta de lo etéreo

Juan Arias

Al científico inglés David E. Jones lo hubiesen quemado vivo durante la Inquisición sólo con especular que es posible someter el alma, "puro espíritu", a la mezquindad terrena de una balanza.Hoy, no creo que el Vaticano pierda el sueño por esta hipótesis, por lo que el científico puede dormir en paz. A propósito, ¿pesará más, pongamos, el alma de un catedrático de Física que la de un alumno suyo? ¿Pesa más la de un cardenal que la de un cura rural? ¿La de los inditos hambrientos de Chapias o la del general de México que da la orden de bombardearles?

Porque la curiosa idea de Daedalus de que el alma pueda pesarse como un balón de oxígeno o como un saco de nueces, plantea no pocas cuestiones no menos curiosas. Por ejemplo: ¿es igual el peso del alma de un hombre que el' de una mujer? Lástima que en tiempos de santo Tomás no hubiese nacido ya el científico británico, porque le hubiese resultado mucho más fácil probar que el alma tiene peso, ya que el gran doctor de la Iglesia defendía con pasión religiosa que las mujeres "carecen de alma".

Se podría preguntar también si el peso del alma aumenta o disminuye con la carga de pecados. En este caso,' podría aliviar la tarea del confesor, ya que al penitente le sería suficiente con admitir que se le había engrosado o adelgazado el alma tantos gramos para que el confesor le pusiera la penitencia proporcional, sin más.

También resultaría interesante saber si a mayor peso del alma corresponde una conducta más arreglada en los asuntos éticos y morales. En dicho caso podría resultar interesante para la Iglesia y para los poderes públicos lanzar una gran campaña de "dieta del alma", pero al revés de la dieta física, es decir, para engordar" el alma.

Pero esa alma, que, al parecer, ahora podríamos pesar, ¿dónde reside en el cuerpo? Porque es difícil imaginarse, por ejemplo, que no esté influenciando el cerebro. Y en ese caso el alma de Einstein ¿pesaba más o menos que la de cualquier común mortal?.

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