Cólera
A raíz de un documental emitido por Canal + sobre el tráfico de órganos humanos en América Latina, me he sentido tan indignado que no he podido sino dirigirme a este medio de comunicación para desahogar mi cólera. Las causas por las que os escribo son las siguientes:1. Pienso que, a través de un rotativo de prestigio internacional, mi condena y denuncia a estos hechos tendría una amplia proyección.
2. Mi deducción y reflexión sobre este caso conlleva una relación e implicación indirecta de una autoridad literaria y periodística que ocupa un lugar privilegiado en el periódico EL PAÍS.
El documental, realizado por un equipo de reporteros franceses, detalla el trabajo de unas redes compuestas por médicos, de lincuentes, políticos, etcétera, que se dedican al secuestro de personas (en su mayoría niños) de barrios marginales, que son llevados a clínicas privadas, y en ocasiones hospitales públicos, donde les extraen los ojos y los riñones para ser vendidos y trasplantados a otros en clínicas de Estados Unidos e incluso en algunos países de Europa.
Es realmente estremecedor e inhumano ver a esas pobres criaturas invidentes y descuartizadas despiadadamente. Parece que no solamente les bastó la miseria y la desigualdad a las que están sentenciados de por vida, sino que ahora les roban lo que la misma naturaleza les había dotado.
En este estado de cosas es cuando me viene a la mente el escritor peruano Mario Vargas Llosa, a quien admiro y respeto por su gran caudal cultural y literario. Pero lo que más me sorprende de este escritor es su insistencia en estos últimos tiempos sobre su ideología política, su condición de hombre de derechas, que la invoca en cualquier instante de su creación literaria. Sus réplicas a Régis Debray, sus peripecias con Pablo Neruda y toda aquella generación de intelectuales de los años setenta los recuerda como un monumento a la utopía.
Pero, sin embargo, esos "talentos artísticos que no entendían de política", como decía el señor Vargas Llosa, hubieran denunciado enérgicamente estas atrocidades condenando al verdadero culpable: el sistema capitalista. Y no pregonando recetas de economía de mercado, que sugiere constantemente, para la solución de los problemas del Tercer Mundo, cuyos resultados más sobresalientes se pueden resumir en narcotráfico, pobreza, tráfico de órganos, etcétera.
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