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Reportaje:

Revolución en la revolución

El régimen de Fidel Castro emprende en su aniversario una liberalización económica para combatir la profunda crisis de Cuba

Cuba ha recibido el nuevo año sin serpentinas ni burbujas de champaña, sólo con la incertidumbre como único horizonte al final de un camino que comenzó hace 35 años gracias a la dialéctica de los balazos. Aquel primero de enero, miles de guerrilleros y jóvenes con uniformes verde oliva bajaron de la sierra Maestra y cambiaron el fusil por las mesas de reunión y las misiones oficiales y decidieron edificar un país nuevo. Sabían que no era fácil, pero entonces todo el mundo soñaba y sobraban las esperanzas.Sin embargo, el tiempo pasó y ayer, como en 1959, los cubanos se levantaron con la sensación de que una nueva revolución empezaba a planear sobre la isla. Pero ahora se trata de una batalla más difícil, pues el enemigo está en la propia ineficacia y las únicas armas útiles para vencer en esta guerra son las mercancías, la ganancia y la competitividad.

El nuevo año llegó a Cuba con un mensaje bastante amargo, que los más viejos todavía son capaces de reconocer. Eficacia, productividad, financiación, crisis y reducción de gastos sociales son hoy los nuevos reyes del mambo, mientras los órganos de prensa oficiales anuncian que a partir de ahora muchos trabajadores "quedarán sobrantes" y que el único sindicato del país, la Central de Trabajadores de Cuba (CTC), deberá desarrollar un papel nuevo. A partir de ahora no van a faltar las desigualdades y la Seguridad Social tendrá que reducir sus gastos para ofrecer subsidios de desempleo.

Sí. Antes de que el segundero sobrepasase a las doce las agujas del reloj esta Nochevieja, ya en Cuba cualquier ciudadano podía tener dólares y comprar con ellos en las tiendas antes reservadas a los extranjeros. También se pueden ejercer ciertas formas de iniciativa privada, como producir y comercializar coronas de muerto, vender batidos de chocolate o fabricar zapatos con recortes de piel en cualquier esquina de la ciudad.

Sin embargo, aun en 1994, con las primeras reformas económicas ya en marcha, las contradicciones y el choque frontal entre ideología y realidad todavía son evidentes. En la confluencia de las calles de San Rafael y Prado comienza el bulevar de La Habana, un viejo paseo peatonal que hoy ha retrocedido en la memoria hasta convertirse en el centro comercial que fue hasta 1959. Está a un lado del hotel Inglaterra, frente al parque Central y al lado del teatro García Lorca, donde un vendedor ambulante escucha Radio Rebelde para entretenerse mientras vende arbolitos de Navidad.

Comercio total

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"Cuba, primer territorio libre de América Latina", exclama el locutor con voz apagada sobre una calle repleta de gente en la que cada uno vende lo que puede. Algunos se han sentado y han extendido un pañuelo en el suelo, desde el que ofrecen jabones, novelas de Salgari, pendientes de plástico o servicios de barbero y manicuri. Otros jinetean, venden pan con jamón o se ofrecen de guías a una turista de cabellos rubios para recorrer el casco histórico de la capital. Nadie podía imaginar hace seis meses que esto pudiese ocurrir.Ciertamente, 1993 fue para los cubanos el peor año de todos los que ha vivido la revolución, según ha reconocido en varias ocasiones el propio Fidel Castro. El año pasado, los casi 11 millones de cubanos que viven en la isla sintieron en su propia carne cómo la crisis se agudizaba hasta extremos tales que, debido a la falta de petróleo, que antes provenía del campo socialista, los apagones aparecieron y luego se consolidaron y por último llegaron a ser de hasta doce horas diarias. El gas butano desapareció prácticamente y miles de familias comenzaron a cocinar con leña, queroseno u otros combustibles. Decenas de empresas cerraron y el personal que trabajaba en ellas fue enviado a sus casas con el 60% del salarlo o una oferta laboral para sembrar tomates, ajos o caña de azúcar en el campo.

En menos de tres años, Cuba se quedó sin apenas fertilizantes y con la mitad de los combustibles para alimentar su principal industria, la azucarera, que aporta más del 50% de los dólares que ingresan anualmente en las arcas del Estado revolucionario. Así, si en 1992 la producción de azúcar superó los siete millones de toneladas, el año pasado la zafra no llegó ni a 4,5 millones de toneladas, lo que significó una pérdida de 500 millones de dólares para la economía de un país que en 1993 sólo dispuso de 1.800 millones de dólares para dedicar a importaciones.

La venta racionada de leche, pollo, detergente, aceite y otros productos básicos se redujo hasta el máximo, y en algunos casos sólo se garantizó para los niños menores de siete años. Por si esto fuera poco, los precios del mercado negro subieron.

Abandonar el país

Pero esto no fue todo. Debido a la crisis, las salidas ¡legales del país aumentaron a un ritmo vertiginoso. Más de 3.000 cubanos llegaron en balsas o frágiles embarcaciones a las costas de la Florida, cifra récord de los últimos 35 años. Las deserciones de artistas, deportistas y funcionarios estatales aumentaron de forma preocupante.Todas estas "verdades objetivas" obligaron a las autoridades cubanas a ser realistas por primera vez en mucho tiempo, sobre todo desde que desapareció la Unión Soviética y el campo socialista se hundió. El Gobierno revolucionario, presidido por Fidel Castro, ya ha anunciado que en breve tendrán que recortar los subsidios y crear un sistema fiscal que permita. recaudar impuestos para financiar la salud y la educación, que hasta ahora recibían casi un 25% del presupuesto nacional. Asimismo han advertido que deberán tomar medidas antiinflacionarias que no serán aplaudidas.

Se han parcelado las granjas estatales. Se han repartido pequeñas extensiones de tierra a jubilados y campesinos cooperativistas. En menos de un mes en La Habana han aparecido limpiacoches, limpiabotas y algunos mendigos que piden dinero a las puertas de los hoteles. Las autoridades dicen que, pese a no ser populares y contradecir ciertos principios que han sido pilares de la revolución, tales medidas se toman para "preservar las conquistas del socialismo" y "salvar la revolución".

El propio presidente cubano, Fidel Castro, dijo en la última reunión del Parlamento cubano, que se celebró los días 27 y 28 de diciembre en el Palacio de las Convenciones de La Habana, que si las medidas económicas que es necesario adoptar en algún momento atentasen contra la política y la historia de la revolución, entonces el partido comunista, con él a la cabeza, frenaría dichas reformas. Hubo un momento en que Castro gritó: "Viva la revolución, viva el socialismo, viva el marxismo-leninismo". A esas horas, en el bulevar de La Habana, algunos vendedores ofrecían arbolitos de Navidad y pendientes de plástico, y la calle de San Rafael aparecía en ese momento como un pequeño espejo de lo que será el futuro de Cuba. Un grupo de raperos con banderas y símbolos de afuera sabían en ese momento que en Cuba acababa de comenzar una segunda revolución.

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