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Tribuna:GUERRA DE LOS BALCANES
Tribuna
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El invierno europeo

La incapacidad para solucionar el conflicto en la antigua Yugoslavia ha sumido a Europa en un invierno que corre peligro de convertirse en una congelación política profunda

En algunas regiones europeas, el invierno es duro. Este invierno ha dejado notar toda su intensidad durante las negociaciones del GATT (Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio). Pero el viento frío del invierno ya había comenzado a soplar antes, y su procedencia era muy distinta. La crisis yugoslava ha demostrado que la Europa política todavía no existe, pero también ha demostrado muchas otras cosas: en primer lugar, ha revelado que los intereses de EE UU y de la Unión Europea (UE) ya no son incondicionalmente convergentes; por otra parte, ha mostrado que la UE, si quiere transformarse en un conjunto político armonioso, debe integrar en sus coordenadas económicas datos históricos y políticos; por último, ha puesto de manifiesto que cada uno de los países miembros de la UE dispone de otras alternativas paralelas al mercado común. Si EE UU hubiera seguido la lógica que prevalece en la UE, nunca habría concebido una unión económica, ni desde luego política en un futuro, con México: de momento, en París y Bonn, nadie ha considerado que Polonia o Rusia deban adherirse urgentemente a la UE. Y sin embargo, el Producto Nacional Bruto (PNB) de EE UU es superior al de Francia, por ejemplo, y el de México, inferior al de Hungría. La LTE nunca estuvo dispuesta a proponer nada similar a la ex Yugoslavia (cuyo PNB superaba en los años ochenta al de algunos países miembros de la UE). Y lo mismo ocurre con las antiguas unidades federales yugoslavas.La crisis yugoslava, que desembocó rápidamente en los terribles conflictos actuales, sorprendió a la UE, que no supo dar una verdadera respuesta. La ausencia de intereses políticos europeos comunes, el desconocimiento del espacio yugoslavo, la crisis de liderazgo en el seno de la Comunidad (provocada, no por los campos de batalla yugoslavos sino por la desaparición del muro de Berlín), han traído consigo múltiples consecuencias. Dos de ellas son las más importantes. La primera es la pérdida progresiva de autoridad de la UE entre los Estados no miembros, en beneficio de fantasías autárquicas o de la búsqueda de otros patrocinadores (en primer lugar EE UU). La segunda, es el nacimiento de un escepticismo dentro de la propia UE respecto a la validez de las premisas sobre las que se basa su evolución política. No sirve de nada cerrar los ojos ante los sondeos que advierten que la crisis yugoslava es una de las causas determinantes de esta desconfianza cada vez mayor; tampoco sirve de nada observar que la crisis yugoslava no ocupa el mismo lugar en el escepticismo de los alemanes (preocupados, entre otras cosas, por solucionar sus propios dilemas a propósito de la creación de una Commonwealth germánica paralela a la UE) ni en el de los franceses (que, con la excepción del Magreb, manifiestan tradicionalmente poca curiosidad por el exterior de su país).

Evidentemente, lo que está ocurriendo actualmente en la ex Yugoslavia no era inevitable, y, además ninguna guerra es interminable en esencia. Pero para encontrar soluciones es necesario cambiar los postulados sobre el futuro de Europa y sobre el carácter de los conflictos en la ex Yugoslavia. ¿Cuáles son esos postulados? Ya han sido enunciados, en vano, en varias ocasiones: el reconocimiento de la existencia de un espacio yugoslavo (en ningún caso el llamamiento a la reconstrucción de Yugoslavia), históricamente más antiguo y más duradero que el Estado homónimo; el reconocimiento del carácter global de la crisis, que sólo puede ser resuelta en bloque (Serbia, Croacia y Bosnia-Herzegovina); el reconocimiento de las fronteras que existían entre los Estados de la ex Yugoslavia, aunque fueran imperfectas, y la pérdida de su carácter de fetiche; el reconocimiento de que la clave de la solución de la crisis está en primer lugar en Belgrado, y después en Zagreb, pero no en Sarajevo, donde se muestran las consecuencias y no las causas; la conciencia de que Croacia nunca obtendrá la paz sin el reconocimiento de la autonomía política (territorial) y cultural (personal) de sus habitantes serbios; la conciencia de que Serbia debe ser un Estado complejo dentro de sus fronteras actuales, basado en tres unidades políticas iguales (Serbia en sentido estricto, Kosovo y Voivodina); por último, la conciencia de que la necesaria federalización de Bosnia-Herzegovina no puede llevarse a cabo sobre los mapas geográficos, sino sólo en el ámbito de las instituciones políticas (un Parlamento bicameral, formado por una Cámara de las Naciones, y una Cámara de los Ciudadanos, así como la garantía de un derecho de veto para cada una de las tres delegaciones nacionales). ¿Cómo avanzar hacia una solución global de ese tipo? También esto ha sido indicado en varias ocasiones: a través de una acción coordinada entre la UE, Washington y Moscú, en la que EE UU, de acuerdo con Rusia, sería el encargado de la amenaza de intervención militar para acabar con el conflicto en Bosnia-Herzegovina mientras que la CE sería responsable de las propuestas políticas.

Macedonia como ejemplo

El destino de Macedonia contradice los análisis fatalistas sobre el espacio yugoslavo. Sólo esta república, en el momento de la disolución de Yugoslavia, estaba afectada por las antiguas reivindicaciones de los nacionalistas de Belgrado. Paralelamente, Macedonia se enfrentaba a su propio nacionalismo, cuyo origen reside en que es una nación "históricamentejoven". Igualmente, Macedonia cuenta con una población de la que casi el 30% no es de origen macedonio. A pesar de todo, el Gobierno de SkopJe ha logrado mantener la paz en sus fronteras con los populistas de Belgrado, ha conseguido. obtener un reconocimiento más o menos internacional y además ha logrado sobreponerse con más facilidad que el resto al choque económico de la desaparición del Estado de Tito (a pesar de su sovietización más fuerte y su pobreza indiscutiblemente mayor). Skopje ha tenido éxito gracias al apoyo de Ankara, alias Washington, a pesar de un entorno extremadamente desfavorable (Atenas, Sofía, Belgrado, Tirana), en el que todos sus vecinos se han opuesto a ella, cuando no han mostrado su apetito territorial (apetito del que, por otra parte, tampoco han estado exentos los nacionalistas macedonios). Ésta es la explicación de la presencia estadounidense en Macedonia, sin conexión con la crisis yugoslava, pero también la prueba de que incluso en los Balcanes la democracia y la inteligencia política pueden ser rentables.

El caso de Macedonia es interesante porque demuestra también que una verdadera evolución democrática, a poco que encuentre la protección de alguno de los tutores exteriores (Estados Unidos), permite evitar los horrores de una guerra civil. Por el contrario, en Bosnia-Herzegovina, Washington, guiado por sus propios intereses geoestratégicos, no se ha declarado dispuesto a ofrecer una protección similar; la UE, por su parte, no se sentía madura para el papel de tutor, y se ha llegado a una "gran Palestina" en el corazón de Europa a la vez que, por primera vez en la historia moderna del continente, aparecía el peligro real de un islam politizado. Si había en algún lugar del mundo musulmanes fieles al laicismo y a las tradiciones europeas, era precisamente en Bosnia-Herzegovina. Pero si las circunstancias no cambian, es de temer que pronto ya no sea así.

Por otra parte, la importancia geoestratégica de Serbia explica en gran medida la falta de firmeza frente a los socialistas de Belgrado. Las consecuencias han sido negativas para Europa. Pero da la impresión de que es sobre todo Francia, en su calidad de principal portavoz político de la UE, la que sale perdiendo. París nunca obtendrá la plena confianza de los populistas de Belgrado, cuyas esperanzas les orientan más bien a un Gobierno diferente en Moscú. Paralelamente, al negar su apoyo a una alternativa democrática cada vez más débil, París ha llegado incluso a poner en peligro el mito de la amistad privilegiada entre ambos pueblos (aquí sería más exacto decir entre Francia y Serbia, y no entre los franceses y los serbios). París tampoco puede provocar en los socialistas de Belgrado el miedo al más fuerte, al contrario que los estadounidenses, ni despertar la necesidad de un patrocinio económico, algo que los alemanes siempre pueden esperar lograr con los serbios (cuatro quintas partes de la industria serbia están directamente relacionadas con la economía alemana). Por tanto, París está perdiendo las dos partidas: con el poder y con la Serbia democrática o lo que queda de ella.

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La continuación de la historia yugoslava se conoce: las elecciones del 19 de diciembre han consagrado un nuevo triunfo estadístico de los socialistas; el probable levantamiento del embargo demostrará que la miseria en Serbia es sólo en parte debida a las sanciones económicas; en cuanto a la mayor parte de la oposición (cuya expresión del patriotismo se parece con demasiada frecuencia a la del partido en el poder), estas elecciones la hundirán completamente (lo que no sería tan malo si con ello se engendrara una verdadera alternativa). Por último, si el papel de palomas que los socialistas tratan de representar no se ve recompensado (bien porque la comunidad internacional no mantenga sus promesas -territorios en Bosnia-Herzegovina, levantamiento de las sanciones-, bien por la resistencia de los radicales en sus propias filas -especialmente entre los serbios residentes fuera de Serbia, entre los que su dominio es absoluto-), los campos de batalla se multiplicarán del Sandjak a Kosovo, pero también en la propia Serbia. En este último caso, no es seguro que el conflicto entre los serbios se reduzca a un ajuste de cuentas entre halcones y palomas, porque aún sigue planeando la amenaza de una guerra civil en Serbia. En el peor de los casos, en esta guerra se enfrentarían Serbia y la diáspora serbia, que hasta ahora está mayoritariamente a favor de los socialistas. La escisión pública en el seno de la alternativa albanesa de Kosovo entre los que luchan por la secesión incondicional de Serbia (quienes disponen hasta el momento del apoyo de una mayoría convincente de los albaneses) y los que son favorables a aceptar el Estado de Serbia con la condición de que se les permita la creación de un Kosovo políticamente autónomo (tras los que se encuentra Tirana, alias, Washington), no atenúa el carácter sombrío de los pronósticos.

"Pax americana"

Por su parte, el poder autoritario en Croacia, al haber perdido definitivamente en Bosnia-Herzegovina su aureola democrática y haber fracasado en la liberación de los territorios ocupados de Croacia, podrá deshacerse rápidamente de sus últimos adornos de tolerancia. En ese caso, el poder croata, presionado por un grupo de interés muy fuerte de los pro-ustachas (originarios en su mayoría de la Herzegovina occidental) se volverá aún más hacia las reminiscencias terribles (y suicidas para Croacia) de su pasado nacional. Aunque ese escenario catastrofista signifique el fracaso definitivo de la diplomacia alemana, no mejorará por ello ni la posición de París (que ya está vencido) ni de la UE en su conjunto.

Indiscutiblemente, tarde o temprano se ofrecerá una pax americana. En la actualidad, en los Balcanes cada vez hay menos gente que se oponga a una salida semejante. Pero no hay que perder de vista que la obtención de una paz así no significaría el invierno europeo. Supondría la congelación política profunda del Viejo Continente.

Iván Djuric es historiador serbio y presidente del Movimiento por las Libertades Democráticas.

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