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hombre que llegó a reinar

La autobiografía de Michael Caine, una narración en la linea de los grandes actores ingleses

"No te enfades; desquítate". Michael Caine pasó cabreado -tenía motivos- los primeros 29 años de su vida y desquitándose felizmente los restantes 29. Todo ello lo cuenta en su brillante autobiografía, What´s ¡t all about (Mi vida y yo, según la traducción española publicada por la colección Primer Plano, de Ediciones B), uno de esos libros que, según parece, sólo pueden surgir de la pluma de un actor inglés. Irónico e inteligente, a la manera de David Niven y Dirk Bogarde -otro par de estupendos escritores-, Caine nos ofrece un libro divertido, lleno de chismes y de clase.Caine, cuyo verdadero nombre es Maurice Joseph Micklewhite, nació en el sur de Londres, al otro lado del Támesis, en donde también vieron la luz personajes como Hitchcock y Chaplin. "El río no sólo divide la ciudad fisicamente, sino también socialmente", afirma Caine en las primeras páginas, dedicadas a narrar, con distanciamiento pero no sin amargura, la perra vida de un muchacho cockney en un mundo más cercano a Dickens que a Hollywood. Aquejado de una enfermedad ocular crónica -blefaritis- que proporcionaría a sus párpados esa hinchazón que, a la postre, resultaría sexy, y de un raquitismo agudo que impedía que sus tobillos soportaran el peso de su delgado cuerpo, obligándole a calzar botas ortopédicas, el futuro actor creció con sabañones y la típica dieta de fritos que podía esperarse de una familia formada por un estibador de pescado del mercado de Billingsgate y una indomable asistenta. El éxito sólo le llegó pasados los 30 años, después de haber probado fortuna en el teatro y de ver cómo sus compañeros generacionales -Terence Stamp, Albert Finney, Sean Connery- triunfaban en toda regla.

Su triunfo tuvo mucho que ver con el swinging Londres, con los años en que los Beatles empezában a triunfar, David Bailey se convertía en el fotógrafo de moda, Jean Shrimpton imponía un nuevo tipo de mujer y, sobre todo, el cine británico se quitaba de encima la coraza del convencionalismo y el control de los upper class para convertirse en el emblema de hombres y mujeres que miraban hacia atrás con ira. "Los años sesenta han sido mal interpretados", escribe Caine. "No deberían juzgarse por los niveles de talento, destreza, maestría o inteligencia, ni por las grandes obras o los artistas que produjeron. La razón de su notoriedad es mucho más simple que esto. Por primera vez, los hijos de la clase obrera se levantaron por sí mismos ( ... ). Creamos `nuestro propio código moral".

El tren en marcha

Caine, que cuando aún era un debutante compartía piso con Terence Stamp -que, a su vez, era novio de Julie Christie-, se cortaba el pelo con un tal Vid, otro cockney, que resultó ser Vidal Sassoon, y tenía como amigo a un tímido pintor llamado David Hockney. Mi vida y yo traza un magnífico fresco del Londres de aquellos años irrepetibles, en el que "allí donde fueras encontrabas a alguien que iba a hacer algo grande" y en donde "la energía era como un enorme tren expreso de talento sin paradas ni estaciones. Cuando llegabas adonde querías estar tomabas tu vida entre tus manos y saltabas en marcha". Hoy parece imposible, pero era así, y leer la autobiografía de este actor magnífico y modesto supone un placer extraordinario para quienes tuvimos la suerte de vivir aquella época, aunque fuera a través de la ventana entelada de un país -el nuestro- en el que todavía estábamos envueltos en noche y niebla.

Enamorado del cine de Hollywood, que en aquel tiempo mostraba a personas de la calle mientras el británico se limitaba a relatar la insípida vida de la clase alta, Michael Caine tuvo la suerte de acabar convirtiéndose -con otros grandullones: Sean Connery y Roger Moore- en una estrella norteamericana, así como en un honesto intérprete capaz de actuar igual de bien en un bodrio -para pagar los plazos de una casa- que en una obra maestra. Pero su instinto le falló pocas veces y tuvo, en cambio, aciertos supremos, como coprotagonizar La huella, de Joseph L. Mankiewicz, junto a Laurence Olivier -a cuya proverbial antipatía se refiere sibilina y elegantemente- y hacer de Peachy Carnehan en una de las más bellas aventuras cinematográficas de todos los tiempos: El hombre que pudo reinar, un viejo sueno que John Huston quiso dirigir con Humphrey Bogart en el papel de Carnehan y Clark Gable en el de Daniel Dravot. Cuando Huston lo tenía todo listo para empezar se murieron los dos y el proyecto se postergó, pero no creo que nadie les añore después del magnífico trabajo que ofrecieron Caine y Connery.

Rico, felizmente casado con la bella Shakira -una mujer india- y con muchas ganas de seguir dando guerra, Michael Caine ha escrito un libro para contar que no olvida, que está agradecido al destino por lo que tiene y que luchó como un león para conseguirlo. "Fueron [los factores que le ayudaron a triunfar] la ambición y la ira y la desesperanza y la determinación, las fuerzas que a diario guían a los pobres que quieren encontrar una escalera para salir del pozo".

Nos encontramos, por tanto, ante una autobiografía desgarrada que, sin embargo, nos llega a través del tamiz de una prosa ágil, socarrona, algo piadosa con el género humano y muy vitalista, que nos acerca a un gran actor y a un personaje francamente salado, del que uno siente que debe de resultar un magnífico compañero de juerga.

Porque hay dos clases de actores / actrices a la hora de escribir su historia: los que lo hacen para alimentar su ego y aquellos que escriben para su placer y el de los demás. Caine es de estos últimos. Y al final da las gracias: "Ha sido un honor y un privilegio compartir mi vida con semejante panda de bribones".

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