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Tribuna:A LA VUELTA DE LA ESQUINA
Tribuna
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A lista de Correos

El edificio, en la plaza de Cibeles, es una injuria arquitectónica, a primera vista. Tarta inmueble, fue conocida por el mote irreverente de "Nuestra Señora de las Comunicaciones". Dada la singular belleza circundante, ese castillo de Blancanieves está incorporado a la personalidad madrileña, como, en su día, la horrenda torre Eiffel, el destripado Centro Pompidou o las incoherentes pirámides en los jardines del Louvre se contaminaron e integraron en la hermosura dominante del paisaje parisiense.Alineado entre los símbolos de la capital, lleva 12 años en reparaciones y engullirá -según presupuestos que siempre quedan encogidos- casi 4.000 millones de pesetas. Se cae a pedazos, descascarillado, agrietado, como esos monstruos que en las películas de terror tanta risa dan.

Asumido el aspecto externo, sus entrañas eran desoladoras, patéticas, sucias. Cierta diligencia me llevó, hace unos meses, hasta la penúltima planta, donde un zaquizamí acristalado y polvoriento era el punto neurálgico donde presentar el problema, que, por cierto, encontró eficaz y cortés solución. Sin un detallado plano, quizá una brújula y mucha suerte, podía cundir el desánimo antes de localizar aquella célula de reclamaciones, junto a espacios catedralicios en cuyos recovecos breves tertulias de carteros de uno y otro sexo cantaban las direcciones jeroglíficas, cuyas soluciones fueron la gloria y orgullo del cuerpo.

Por razones que el resto de los inmortales ignoramos, quizá sólo presupuestarias, la organización postal, a fuerza de intermitentes dependencias en los organigramas del Estado, parece haberse instituido como entidad críptica, al estilo de las sociedades secretas, tan del gusto y diversión de los ancestros que cabalgaron entre los siglos XVIII y XIX. Madrid crece, es una ciudad que alberga a más de cuatro millones de seres; la plantilla esencial de Correos apenas se ha desarrollado, y en todo caso, insuficientemente. Para cumplimentar el compromiso de una eficaz distribución de la inviolable correspondencia echan mano de trabajadores eventuales que, con estricto e implacable rigor burocrático, son abandonados al desempleo para recuperarlos vírgenes y limpios de derechos adquiridos. Premonición y veterano anticipo de los problemas que traen las crisis.

Los fijos, los numerarios, los acreditados en nómina, constituyen la plataforma basculante cuyo equilibrio depende del flujo y secreción de los contratados. Deducción extraída después de instructivas conversaciones con personas que llevan años navegando las mareas vivas de la ya enraizada e hispánica transitoriedad. Algo que parece intermedio entre los votos perpetuos religiosos y el compromiso en los servicios secretos militares, sin atribuir a esta imagen retórica calificación antagónica. El mero enunciado de sus peregrinajes y la actual instalación, por ahora, en el Ministerio de Obras Públicas y Transportes colaboran a la perplejidad y desorientación del ciudadano medio.

Fue uno de los puntos de cita y referencia en nuestra ciudad, hoy mastodóntica y deshumanizada. Las escaleras centrales, la galería de los buzones, el recodo con Alcalá, convocaban a gentes que esperaban a otras gentes. "A las once, en Correos".

En otro tiempo, cuando los novios y los amantes se escribían, fue muy transitada la puerta lateral que lleva al mostrador de la "lista de Correos". Por no se sabe qué innatas precocidades, todas las muchachas, apenas llegadas a la pubertad, conocían la existencia de la Brígida o Celestina postal mucho antes que los chicos de parecida o mayor edad. Para evitar censuras tutelares, la sugestión era: "Escríbeme a lista de Correos". Funcionaba, ya lo creo.

Eugenio Suárez es periodista.

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