La ceguera de los nuevos demócratas
Todos los peligros que ustedes se puedan imaginar sobre el futuro de Rusia son ciertos. La victoria del nacionalista radical Vladímir Zhirinovski supone la cristalización -y legalización- política de un conglomerado ideológico sumamente espeso. Sus ingredientes son residuos de las ideologías que formaban el cemento del régimen soviético, bastante arraigadas, como se ha visto, en la sociedad rusa y, sobre todo, en la sociedad de provincias.La realidad de estas provincias, donde se decide el destino de Rusia, es ignorada por muchos de los jóvenes y brillantes políticos demócratas que hacen carrera en Moscú y que en noviembre convencían con éxito a los analistas occidentales de que la victoria de la Opción de Rusia, el bloque propresidencial, estaba garantizada. Nada de eso. En el verbo demagógico, irracional, refractario al diálogo, de Zhirinovski están presentes todos los fantasmas de la sociedad democrática del siglo XX, desde el antisemitismo al imperialismo y el afán expansionista, pasando por el chauvinismo y un afán de orden y disciplina que se identica con el fusilamiento in situ de las "bandas delincuentes".
Tras el desmoronamiento del Partido Comunista de la URSS, Rusia carece de estructuras integradoras y su sociedad es un organismo invertebrado, que muchos comparan hoy a la República de Weimar en víspera de la llegada de Hitler al poder. En esta sociedad, que ha perdido los antiguos elementos de cohesión y carece aún de nuevos, Zhirinovski tenía el campo abonado.
En vísperas de los comicios, el primer viceprimer ministro, Yegor Gaidar, el padre de la reforma económica iniciada en enero de 1992, dijo en varias ocasiones que había tenido una pesadilla. En ella, se le aparecía el nuevo Parlamento y las caras de los diputados eran las mismas que las de los legisladores del Sóviet Supremo de Rusia, que fue disuelto violentamente el 4 de octubre pasado. Gaidar se equivocó un poco, porque las caras de los nuevos parlamentarios son incluso peores que las de entonces, su rabia es fría y calculada, están mejor organizados y han sacado lecciones de la dura experiencia vivida.
Y aquella experiencia, que permitió a Yeltsin acabar con el Parlamento, difícilmente podrá repetirse sin guerra civil. Con Zhirinovski simpatizan sectores procedentes del Comité de Seguridad del Estado (KGB), del Ejército y del Ministerio del Interior, y Zhirinovski se cuida bien de indisponerse con ellos. Todo lo contrario: ha prometido más medios para las estructuras de seguridad y ha dicho que "el Ejército está fuera de crítica".
Los reformistas aseguran que la victoria de Zhirinovski ha sido una lección para ellos. Sus conclusiones consisten en acelerar aún más la reforma económica con la esperanza de que los beneficiados superen en un momento dado a los perjudicados por ella y se produzca el cambio de tendencia salvadora. Estas esperanzas pueden ser ilusorias, ya que el cumplimiento de los objetivos previstos implica la quiebra de empresas y el desempleo masivo. Tampoco la Administración rusa, que se ha instalado confortablemente en la misma red de privilegios que la antigua Administración comunista, no ha tomado en serio el tema de la corrupción. "El presidente tiene la Constitución y hará lo que quiera y, si es necesario, ignorará al Parlamento", ha comentado en privado un asesor del presidente. Tal vez, pero sería un gran error.
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