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La importancia de un par de zapatillas

El presidente se enfrenta al desinterés de su anfitrión por la política internacional

Antonio Caño

Lo mejor que se le podría recomendar a Felipe González si quiere romper la rigidez de una visita de trabajo y conectar personalmente con Bill Clinton es que ponga en su maleta unas zapatillas de deporte y corra por el National Mall junto al más ilustre, de los corredores que cada mañana recorren las calles de Washington. Otra ocasión no va a tener para romper la indiferencia que Clinton suele mostrar con los problemas internacionales.El presidente de Corea del Sur, Kim Young Sang, lo hizo. Compartió con Clinton su matutina sesión de jogging y, como premio, consiguió el 22 de noviembre la única cena de Estado que el presidente norteamericano ha ofrecido en su primer año en la Casa Blanca.

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El embajador español, Jaime Ojeda, ha conseguido ya para González un comida con Clinton, breve, pero una comida, que ya es bastante. Además, la más cotizada figura del país, Hillary Rodham Clinton, brindará también a González y su esposa un desayuno, que no es algo que haya estado al alcance de muchos de los 16 jefes de Estado o de Gobierno que han pasado hasta ahora por esta ciudad. Los Reyes de España, cuando estuvieron aquí en visita privada la pasada primavera, compartieron un té con los Clinton.

Como consecuencia de la concentración de Clinton en los asuntos domésticos, el protocolo ha cambiado mucho desde que el joven gobernador de Arkansas llegó a Washington. Nada de banderas en las calles, nada de saludos en el pórtico de la Casa Blanca, nada de brindis ni ninguna otra cosa que desconcentre al presidente y a sus invitados del trabajo.

Una de las razones de esta austeridad protocolaria es el deseo de Clinton de marcar diferencias respecto a su antecesor, George Bush, que disfrutaba vistiendo su esmoquin y pronunciando discursos ante reyes y dignatarios extranjeros.

Un almuerzo ligero

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Con Kim Young Sang se hizo una excepción, quién sabe si por el jogging, por el comercio asiático o por la amenaza nuclear de Corea del Norte. El caso es que, sólo con él, aceptó Clinton ponerse la pajarita y disfrutar en cena oficial -aunque no formalmente de Estado- los manjares que preparó el jefe de cocina de la Casa Blanca, Pierre Chambrin.El almuerzo de mañana con González será más ligero, muy lejos, sin duda, de la comida habitual de un político español. Será servido en la Blair House, la residencia oficial de los visitantes extranjeros, justo enfrente de la Casa Blanca, y serán sólo 45 minutos en los que se ofrecerá una sopa y, probablemente, algún pescado de Maine, el menú más habitual impuesto por los cánones de salud de Hillary Clinton.

En los almuerzos no suelen utilizarse tampoco los mejores platos de la casa, una vajilla china para 150 comensales encargada por los Reagan a la marca Lenox. En general, la Casa Blanca que va a encontrar Felipe González tras la redecoración hecha por los Clinton tiene un toque menos lujoso y más provinciano y tradicional que con sus antecesores. Cortinas y sofás en colores rojizos y madera aproximan más el aspecto de la Casa Blanca al que tuvo hace 100 años.

En este viaje, González tendrá un informador inesperado y especialmente confiable, el príncipe Felipe de Borbón, que cenará esta noche con el presidente del Gobierno para ponerle al corriente de sus experiencias en la Universidad de Georgetown, donde cursa un master de relaciones exteriores. El Príncipe ha sido ya testigo durante los meses que ha pasado aquí del poco interés de esta Administración por los asuntos internacionales.

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