Ecos sin mundo interior
Con un evidente talento para la puesta en escena, Juan Carlos García (también llamado Giovanni en su juventud profesional) obliga al espectador a recibir su parte más negativa: una petulancia que le arruina la obra y el gesto hasta el punto de ponerla por encima de cualquier cosa, ya sea bailar o construir una danza. Desde su primer espectáculo, Eppur si muove (1987), que constituyó una revelación dentro de la naciente nueva danza española, hasta su trabajo mejor logrado, Castor i Pol.lux (1988), este inquieto muchacho ha ido por el mundo ufanándose de tener la sartén por el mango y a Terpsícore en un bolsillo. La vida, en realidad, no es nunca así ni para los genios. El ego pierde, eso está claro.El estreno de anteayer se divide en dos partes independientes en temática, estilo y tratamiento escénico, lo que es, en principio, un acierto. La plantilla reunida trae a tres brillantes artistas, además de García, que en lo interpretativo no sale bien parado ante tan fuerte competencia. Neus Ferrer y Catalina Vilana son dos preciosas bailarinas barcelonesas, bien formadas y con un excelente control de energía; las acompaña en la misma cuerda de calidad Carlos Alberto Cidra, de gran sentido musical.
Compañía Lanóninia Imperial
Diari d'unes hores. Coreografía y dirección artística: Juan Carlos García. Música: Henryk M. Gorécki, Jorge Sarraute y Pablo Mainetti. Ciclo Danza en diciembre. Sala Olimpia. Madrid, 1 de diciembre.
Baile gratuito
La primera zona, Eco de silencio, es una desperdiciada secuencia quebrada de contactos sin tacto. En resumen, es un baile gratuito que se soporta en su superficial ampulosidad gracias al fragmento sinfónico del compositor polaco Henryk Mikolai Gorecki, un hombre al que le sucede hoy lo mismo que al ruso Alfred Schnitke: nadie se acordaba de ellos para la danza hasta un día en que comienzan a llover los ballets con su música.En Juan Carlos García, el tenso y serio sonido del polaco es sólo un adorno de moda, un arropamiento culto y superficial que no acaba de cuajar ni de tener corpus estético propio, amén de la jugosa interpretación literaria que se permite introducir el coreógrafo en el programa de mano. No hay mundo interior ni soporte argumental en Eco de silencio, sino posturas y más posturas.
La segunda parte es un homenaje a Lámparas Quevedo pasado por el diseño de interiores catalán. García se olvida del movimiento a lo grande, de esa trascendencia que lo pierde, y se refugia en un tono de baile coloquial e inmediato. Bellísimo vestuario, con una especie de Petrushka rodeado del Moro y dos ballerine muy al estilo de Benols. El juego circense tiene momentos entretenidos, pero se hace patente la incapacidad de organizar un discurso que no quiere ser abstracto. Por otra parte, era muy evidente que la pieza está sin terminar y no es ético presentarse así ante el público, por mescaso que sea.
Babelia
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