Lenin murió ayer
El 4 de octubre de 1993 acabó en Krasnaïa Presnia (Moscú) toda una época histórica, la de la gran revolución rusa. Grandiosa y terrible, esa época comenzó en 1905, en el mismo lugar, y llegó a su apogeo en octubre de 1917. Hay una tendencia lógica a establecer un paralelo con la gran época de las revoluciones francesas que agitaron Francia desde 1789 hasta mayo de 1968.El 4 de octubre de 1993 se rompió la columna vertebral de] proletariado bolchevique de Moscú y Petrogrado, fuerza motriz de toda esa época. Cuando la noche anterior al asalto visité la Casa Blanca vi una multitud de personas abrumadas por el peso de las dificultades de su vida cotidiana. Pero lo que más me sorprendió fue una banda de adolescentes desharrapados y sucios agrupados en torno a una bandera. Parecían golfillos salidos de una de las novelas revolucionarias del siglo XIX.
Parece que esta vez ha sido el Gobierno el que mejor ha asimilado las lecciones dadas por Lenin en Marxismo e insurrección (ese famoso manual de táctica de combate callejero). El Gobierno obligó a los nacionalcomunistas a salir de la Casa Blanca y les dejó cercar la alcaldía y el centro de televisión Ostankine, con lo que logró provocar un brusco cambio de la opinión pública a su favor. Utilizando el método que consiste en intimidar al pueblo y a Occidente mediante la amenaza de la "restauración comunista", las autoridades tuvieron por fin ocasión de dar un golpe decisivo.
Está claro que la victoria de los nacionalcomunistas hubiera sido una catástrofe para Rusia. Y este factor justifica, desde una perspectiva histórica, la postura de Yeltsin. Pero nada puede justificar las medidas crueles, ejemplares, que adoptó para aplastar la revuelta comunista armada. Nadie pone en duda que las autoridades oficiales asuman su parte de responsabilidad por el derramamiento de sangre, así como por el hecho de que el enfrentamiento no desembocara en un acuerdo negociado. Se tiene la impresión de que, desde el comienzo del conflicto, el Gobierno no intentó llegar a un compromiso con la oposición, sino acabar con ella de una vez por todas.
El 4 de octubre, Rusia dijo adiós al siglo XX e inició el XXI. La mayoría de la gente no sentía ninguna emoción al ver cómo los carros de combate bombardeaban la Casa Blanca. Contrariamente a lo que ocurrió en agosto de 1991, este episodio no suscitó la menor alegría. El sentimiento que predominaba en el país era comparable al que experimenta una persona que va al dentista a sacarse una muela que le duele y que sólo desea terminar lo antes posible con el dolor y olvidarlo para siempre. Este sentimiento es muy conocido en psicología con el nombre de "efecto de retracción de conciencia": cuesta imaginar que esos monstruosos sucesos hayan tenido lugar en Moscú y no en una película de terror.
Aquél no fue un día de victoria, sino de salvaguardia de. la libertad, lo que no significa que la precaria y endeble libertad rusa esté fuera de peligro. Lo más importante hoy es que el poder no se entregue al terror y dé pruebas de magnanimidad. Un restablecimiento lo más rápido posible de la paz civil le ahorraría la necesidad de tomar medidas autoritarias. Lo esencial es, pues, no entregarse sin freno a los mecanismos tradicionales del autoritarismo ruso y salvaguardar los principales derechos y libertades políticas. Pues la amputación de todo un sector político sólo llevaría a perturbar el desarrollo equilibrado del país.
"El proletariado comunista ha muerto. ¡Viva la nueva clase obrera, la clase de los propietarios!". Ésta será una clase media en el sentido occidental del término. Habrá otras crisis sociales, paro, huelgas. Pero ya no se tratará de una protesta contra el sistema, ya no se luchará por el poder, sino por una mejora salarial; no se luchará para la abolición del sistema, sino para su mejora. ¿Y no quiere ello decir que el sistema mismo es diferente?
¿Qué perspectivas históricas nos abre el fin de la época de la revolución rusa?
En Rusia han vencido los liberales, y más precisamente su ala más radical. Son ellos los que con toda probabilidad ganarán las próximas elecciones y llevarán a cabo en los próximos años la enorme tarea de la transformación. En un plazo breve se llevará a cabo una privatización profunda y se establecerán las bases de una clase media. Durante ese periodo se desarrollarán rápidamente la propiedad privada y el mercado, que será salvaje en muchos aspectos.
Sin embargo, la estabilización de la economía tras las transformaciones estructurales va a imponer inevitablemente un límite al actual "autoritarismo democrático". Una vez realizado ese trabajo, el péndulo de la historia no dará marcha atrás, sino que irá en dirección opuesta, hacia una mayor socialización. Las garantías sociales y la vuelta al orden de un mercado hoy desbocado son los imperativos que avanzarán al primer plano. Entonces será posible que el poder pase a las manos de los centristas más moderados y de los socialdemócratas.
Las fuerzas comunistas aplastadas están desmoralizadas y, con toda evidencia, abocadas a permanecer para siempre al margen de la vida política.
La situación política actual está lejos de ser democrática. Todos los periódicos de oposición han sido cerrados. Los partidos de izquierda, e incluso los centristas, están prohibidos. Las elecciones al nuevo Parlamento pueden fácilmente convertirse en una farsa: de hecho, sólo son admitidos los partidos en el poder y las organizaciones próximas al Gobierno. Toda la prensa y la televisión están controladas al cien por cien por el Gobierno, que también es el único que domina el potencial financiero y represivo del Estado. El poder ejecutivo ejerce todas las funciones del poder legislativo y del Tribunal Constitucional. ¿Cómo, pues, pueden ser unas elecciones libres?
Me doy cuenta de la dificil situación en la que se encuentra Occidente. Interesado como está, por una parte, por la estabilidad y el control de las armas nucleares de Rusia, no puede, por otra, dejar de ver las violaciones de los derechos políticos más fundamentales. Creo que la opinión mundial debe acabar con este falso dilema; sólo la democracia es capaz de asegurar una estabilidad normal y sana en Rusia. Occidente no debe perder hoy esta ocasión única de dar su apoyo categórico a la democracia rusa y a unas elecciones libres.
es candidato a las elecciones legislativas rusas y estuvo en la Casa Blanca durante el asedio.
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