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La revolución italiana

MARIO CALAMAIDespués de unas próximas elecciones generales anticipadas, Italia se dividirá políticamente en un norte en manos de la Liga, un centro dominado por el PDS y un sur entre la DC, el PDS y otros partidos

La crisis italiana está convirtiéndose a pasos agigantados en una ruptura traumática. ¿Tanto como para poner en discusión el sistema democrático y la propia unidad nacional? El tono apasionado y alarmista con que gran parte de los periódicos -dominados por un instinto autodestructivo que está dañando enormemente la imagen del país- sigue la evolución de los acontecimientos no ayuda a comprender la dirección tomada por el proceso en marcha. Sin embargo, los datos, que aquí se intenta resumir, permiten contemplar la original revolución italiana con relativo optimismo.

1. Después de años de silencio cómplice, la magistratura italiana ha tirado por fin de la manta de la corrupción. La operación Manos Limpias ha sacado a la luz lo que, en realidad, casi todos conocían: un sistema ilegal y generalizado de gestión de los recursos de un Estado que ha sido administrado durante décadas mediante un vínculo perverso (Tangentópolis) entre partidos, instituciones estatales y fuerzas empresariales, Este fenómeno, único en la Europa occidental por su alcance y profundidad, es a su vez resultado del peculiar régimen, la llamada partidocracia, que se consolidó en Italia tras el final del fascismo. Un sistema bloqueado en el que un partido, la Democracia Cristiana (DC), ha estado ininterrumpidamente en el poder durante 45 años gracias al hecho de que el principal partido de la oposición, el Partido Comunista Italiano (PCI), no podía acceder al Gobierno a causa de sus lazos ideológico-políticos con la antigua URSS y el movimiento comunista internacional. De esta manera, la división del mundo en dos bloques congeló un "régimen sin alternancia" que ha durado hasta que a finales de los ochenta cayeron, junto con el muro de Berlín, los andamios que habían mantenido en pie el sistema partidocrático y sus monstruosidades (corrupción, terrorismo, mafia, ineficacia de la Administración pública). Esto precipitó la crisis del sistema. En realidad, era ya latente desde hace años, desde que las dos subculturas -la católica y la marxista- que habían ejercido una influencia determinante en las masas, favoreciendo el crecimiento y el mantenimiento, respectivamente, de la DC y del PCI, se vieron profundamente sacudidas por la modernización de la sociedad italiana. Con la disminución en importancia del factor externo -la "amenaza comunista"- también se vinieron abajo las razones tradicionales para la fidelidad política. El electorado retiró de improviso su confianza a esa especie de "leninismo pluralista" que hizo de una gran potencia industrial una realidad política similar en muchos aspectos a un país del bloque comunista. Una realidad completamente peculiar en el Occidente desarrollado y en la que, durante décadas, las decisiones económicas y políticas fueron tomadas por los aparatos de un grupo restringido de partidos y luego "formalizadas" por los Gobiernos.

2. La acción judicial que está diezmando a gran parte de la vieja nomenklatura (políticos, funcionarios del Estado, empresarios, directivos) expresa de forma clamorosa el rechazo hacia la patología partidocrática. Los magistrados conducen una "revolución desde arriba" inédita que, desde luego, ya habría sido frenada por la vieja clase dirigente si no hubiera tenido el apoyo de gran parte de la opinión pública. Entre los partidos históricos, solamente el poscomunista Partido Democrático de la Izquierda (PDS), tocado sólo de refilón por Tangentópolis e integrado ya en la socialdemocracia internacional, parece por el momento capaz de resistir, aunque perdiendo las dimensiones que tuvo el viejo PCI, el previsible terremoto electoral. La DC y los partidos menores que han participado en el Gobierno (Partido Socialista Italiano, Partido Socialista Democrático Italiano, Partido Republicano Italiano, Partido Liberal Italiano), envueltos en las investigaciones judiciales, se arriesgan, por el contrario, a desaparecer de la escena política. Se explica así el afán con el que los representantes de las fuerzas no involucradas en los escándalos tratan de dar vida a nuevas coaliciones centristas.

Sin embargo, la verdadera novedad del panorama político italiano es sin duda el movimiento de Bossi. La Liga ha sabido interpretar y poner voz al rechazo de las regiones económicas más poderosas y competitivas (las del norte de Italia) frente a la partidocracia y el viejo Estado centralista y corrupto. Dos parecen ser, por el momento, las señas de identidad predominantes en este movimiento: una visión antiestatalista y librecambista de los problemas económicos (con la protesta fiscal como medio para obligar al omnipresente Estado a retroceder) y un proyecto reformador que prevé explícitamente una reestructuración radical del Estado hacia una federación. Muchos observadores ven en la Liga un peligroso fenómeno político de tipo populista-autoritario cuyo propósito es, en realidad, la escisión del norte rico e industrial del resto del país. Pero el intento de satanizar el movimiento de Bossi es de hecho cada vez menos creíble si tenemos en cuenta su crecimiento y la actitud, más cauta y responsable, de sus líderes.

En cualquier caso, parece claro que la Liga, por el momento, está destinada a seguir confinada al norte del país, incomprendida en cualquier caso en el sur (el Mezzogiorno), donde la lógica de la providencia estatal, de la asistencia desde arriba, continúa dominando la dinámica económica y las tradiciones político-culturales. La explosión de la Liga ha puesto de relieve el problema de fondo de la situación italiana: un país todavía profundamente dividido entre un norte moderno e integrado en los mercados internacionales y un sur todavía en parte subdesarrollado y dominado por el clientelismo.

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3. Después de las próximas elecciones generales, que casi con toda seguridad se celebrarán anticipadamente en la primera mitad de 1994, Italia será probablemente un país dividido en tres desde el punto de vista político: un norte en manos de la Liga; un centro dominado por el PDS; un sur dividido a su vez entre lo que queda de la vieja DC, el PDS y otras fuerzas menores, como el Movimiento Social Italiano (MSI), el partido de origen fascista que ahora intenta encabezar la protesta contra la partidocracia desde posiciones centralistas. En cualquier caso, parece cierto que en el nuevo Parlamento, elegido por primera vez con un sistema mayoritario de una sola vuelta, no habrá una mayoría homogénea. El próximo Gobierno será necesariamente el resultado de un acuerdo entre varias fuerzas. Si la previsión de una caída electoral de la DC y de lo que queda de los viejos partidos del Gobierno se confirmara, la hipótesis de una Italia bipolar podría hacerse realidad por vez primera. Nacerían, así, dos bandos alternativos, uno moderado y otro progresista, dominados, respectivamente, por la Liga y por el PDS. Una situación en ciertos aspectos parecida a la que se dio en España a principios de los años ochenta con la desaparición de la UCI). En este caso, podría ser imprescindible un entendimiento, un acuerdo nacional entre la Liga y el PDS para garantizar la transición sin traumas de la primera a la segunda república. La hipótesis opuesta, la de un acuerdo de Gobierno entre el PDS, la DC y demás restos centristas del viejo régimen que excluyese intencionadamente a la Liga correría el riesgo de dividir más el país, radicalizando las tentaciones separatistas en el norte. Pero, ya que Italia, por muchas razones, no es Checoslovaquia, y mucho menos Yugoslavia, es previsible que prevalezcan las tendencias de colaboración entre la Liga y el PDS. En ese sentido, el hecho de que precisamente en estos días las dos fuerzas políticas estén dando muestras, por primera vez, de su disponibilidad a seguir esta dirección es bastante significativo y tranquilizador.

es periodista italiano y representante para España del Partido Democrático de la Izquierda (PDS).

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