Guerras dentro de la guerra
El conflicto bosnio ha degenerado en multitud de batallas que enfrentan a militares y civiles de una misma etnia
En la mirilla del fusil de Ramiz, un soldado musulmán del enclave de Bihac, ya no aparece un miliciano serbio. El enemigo, ahora, es otro musulmán, uno que, al apoyar al rebelde Fikret Abdic, ha atentado contra el poder constituido, el del presidente bosnio, Alia Izetbegovic.En la región de Krajina, que los serbios arrebataron por las armas a Croacia en la cruenta guerra de 1991, nadie se fía del presidente de Serbia, Slobodan Milosevic, el mentor de la Gran Serbia, al que ya acusan sin disimulo de traición.
En Vitez, uno de los frentes más fieros de Bosnia central, los soldados del Consejo de Defensa Croata (HVO) se sienten abandonados a su suerte por los croatas de la Herzegovina, a los que tildan de cobardes.
Serbios contra serbios, musulmanes contra musulmanes y croatas contra croatas. La guerra de los Balcanes se balcaniza, salta en mil pedazos, se torna imprevisible y peligrosa. Son demasiadas las mechas que amenazan el viejo polvorín.
Los 18 meses de guerra en Bosnia-Herzegovina, los durísimos combates librados por la conquista de un territorio han terminado por degenerar en cientos de batallas incontroladas. La guerra de la antigua Yugoslavia es hoy un rompecabezas de reinos de taifas, donde se lucha pueblo por pueblo, barrio por barrio, casa por casa.
El presidente bosnio, Alia Izetbegovic, no se resigna a quedar reducido a simple alcalde de Sarajevo. Desde su mesa de gobierno envía constantes mensajes a sus hombres de Tuzla, Mostar, Zenica o Bihac, en un intento desesperado por no perder el control de sus fuerzas. El pulso más espectacular se libró a finales de octubre en las calles de Sarajevo, cuando tropas de la Armija (Ejército bosnio, de mayoría musulmana), fieles a Izetbegovic, se enfrentaron a tiros con los jefes renegados de las IX y X brigadas, matando a uno, Musan Topalovic. El otro, Ramiz Delalic, fue detenido junto a cientos de soldados acusados de manejar el mercado negro.
Las purgas de Izetbegovic
Las inesperadas purgas militares de mandos del prestigio de Sefer Halilovic, jefe de Estado Mayor de la Armija y antiguo máximo responsable del Ejército bosnio, al que se acusa ahora de crímenes de guerra, o la destitución de los jefes de Mostar, general Arif Pasalic, o de Bihac, general Ramis Drekovic, parecen demostrar la existencia de una sorda lucha dentro del Ejército musulmán. Los tres destituidos pertenecen a un sector de la Armija que propugna la continuación de la guerra. Drekovic declaró a este diario en Bihac dos semanas antes de su cese que la paz ofrecida por los mediadores internacionales era del todo inaceptable porque equivalía a una claudicación.
En el terreno político, las diferencias entre los bosnios son claras y visibles. lzetbegovic y su vicepresidente, Ejup Ganic, ambos musulmanes, han quedado, de hecho, solos al frente de la Bosnia musulmana. Los seis miembros cristianos de la presidencia, es decir, los tres croatas (católicos) y los tres serbios (ortodoxos), hace tiempo que dejaron de participar en la ficción de una presidencia colectiva reflejo de una realidad pluriétnica que ya no existe. En Junio, apoyados por las ambiciones de Fikret Abdic, el cacique del enclave de Bihac, y alentados por el mediador de la Comunidad Europea David Owen, harto de la posición intransigente de Izetbegovic, intentaron un golpe de palacio que apartara al presidente de su cargo y facilitara una solución negociada de la guerra. La jugada, que carecía de apoyos en la Armija, fracasó. Quedó en un ejercicio táctico de alta política.
Los serbios, herederos del material y la férrea disciplina de las antiguas Fuerzas Armadas de Yugoslavia, no son inmunes al virus de la división. Varias guarniciones de Banja Luka, la auténtica capital de la Bosnia serbia, se rebelaron ese verano contra el liderazgo de Radovan Karadzic, quien tuvo que sofocar un peligroso precedente con promesas de aumento de salario.
El quiste de Krajina
Sin embargo, el gran problema serbio, el de Slobodan Milosevic, no está en la Bosnia conquistada, sino en la región de Krajina, ocupada a Croacia en la guerra de 1991. El líder del Partido Radical serbio, Vojislav Seselj, buscado por la Interpol por criminal de guerra y principal rival de Milosevic en las elecciones del 19 de diciembre, está alentando en los últimos días a los serbios de Krajina a la rebelión contra Milosevic, al que acusa de querer venderlos a Croacia. Esta acusación no cae en saco roto. El líder de Krajina, Goran Hadzic, se siente abandonado por Belgrado desde que unilateralmente, y en contra de la opinión de Milosevic, celebrara en junio un referéndum para unirse a la Gran Serbia. Hadzic teme que, de verse implicado en una nueva guerra contra Croacia, no pueda contar con el apoyo militar directo o indirecto de Serbia.
Los croatas de Bosnia-Herzegoniva actúan unidos a las órdenes de Zagreb. Sin embargo, el campo de batalla les ha separado en dos, abriendo una sima de intereses entre ellos. Los miembros del Consejo de Defensa Croata (HVO) de Vitez o los derrotados de Vares se sienten abandonados por los croatas de Herzegovina, quienes únicamente luchan sin excesivo éxito en Mostar.
Croatas y musulmanes, estrechos aliados hasta abril en la guerra contra los serbios, se han transformado en muy poco tiempo en fieros rivales. Acumulando odios como quien conserva recuerdos. Este terrible deterioro de una guerra que envejece mal ha llevado a olvidar el pasado. Los croatas que huían en junio de Travnik, en Bosnia central, exclamaban sin recato: "Preferimos estar en un campo de concentración serbio a que nos degüellen los musulmanes".
Las alianzas cambian cada kilómetro. En Travnik, en Maglaj o en Vares, los serbios han apoyado militar o económicamente a los croatas. En Mostar, en la región de Herzegovina, otros serbios apoyan discretamente a los musulmanes en su lucha contra los croatas. La guerra de Bosnia-Herzegovina se ha convertido en un mercadeo de armas, ayuda humanitaria robada, favores o prebendas, que varía de pueblo a pueblo, de día en día. Nadie conoce sus reglas, ni tan siquiera aquellos que protagonizan la matanza cada día. Y es que en Bosnia la locura no tiene dueño: pertenece a todos.
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