Victoria mínima
EN TAN sólo tres semanas, Alberto Fujimori ha visto cómo se le escurría entre sus manos y se fundía el apoyo de dos tercios del electorado con que contaba, El ritmo de desmoronamiento del voto favorable a la nueva Constitución peruana fue de un 0,5% por día, hasta llegar a los resultados provisionales de un 53% de votos a favor, frente a un 47% en contra. No sirvieron de nada para frenar esa tendencia las cartas de, rendición de Abimael Guzmán, el líder máximo de Sendero Luminoso, y sus secuaces. Al contrario, no faltan los que interpretan que la luna de miel entre Fujimori y Guzmán fue perjudicial para los intereses del Gobierno.Todo parece indicar que en esta ocasión, y a diferencia de las elecciones presidenciales de 1990, el electorado ya no identificó a Fujimori como el pobre aspirante que con escasos medios desafiaba al poderoso Vargas Llosa, representante del sistema establecido de partidos y políticos tradicionales, entrampados hasta el cuello en décadas de incompetencia ante la explosiva situación por la que atraviesa Perú.
En esta consulta, el ingeniero Alberto Fujimori apareció como el representante del poder establecido y, por tanto, como el artífice del plan económico de ajuste neoliberal que ha impuesto a su pueblo una drástica cura para acabar con las secuelas del populismo. La propaganda electoral abusiva a favor del sí y la presencia hasta la saciedad de Fujimori, con el uso sin escrúpulos de todos los recursos del aparato del Estado, convirtieron a la figura del presidente ante el pueblo en la encarnación de los males y defectos de la nueva Constitución.
La oposición a Fujimori formada por los partidos políticos tradicionales incurriría en un grave error si realizara una lectura equivocada del resultado del domingo. Considerar el 47% de electores que votaron no como un apoyo a su postura supone, en primer lugar, olvidar que el voto mayoritario legitima el régimen de Fujimori y corrige de una vez el fujigolpe, aunque no quede libre del pecado original. El 53% conseguido por el proyecto constitucional entre los votantes no deja de tener mérito si se considera que la Constitución aprobada consagra los principios neoliberales que han empobrecido al pueblo peruano y le han sometido a una cura de caballo que dura ya casi tres anos y medio.
Fujimori y su Constitución catalizaron todas las oposiciones de sindicalistas y trabajadores contra la eliminación de la estabilidad laboral; la de los estudiantes, a quienes se priva de la gratuidad absoluta de la enseñanza universitaria; la de quienes se oponen a la pena de muerte por motivos éticos o religiosos, y, sobre todo, la de las regiones contra el centralismo limeño que consagra la nueva Carta Magna. En 14 de los 24 departamentos ganó el no, y sin el voto de Lima, a estas horas estaría Fujimori restañando las heridas de la derrota.
Se equivocarían los viejos partidos y políticos descabalgados por Fujimori si interpretaran el resultado del domingo como un tácito apoyo a su actitud. Su grado de desprestigio no ha variado, y no resulta desdeñable el dato de que la mitad del pueblo peruano apoye una Constitución neoliberal, y a quien la propone, tras tres años y medio de ajuste.
Fujimori ha resultado ser un maestro en salir de situaciones complicadas y siempre ha sabido sacar oportunamente el conejo adecuado de la chistera. El problema es que poco a poco se ha quedado casi sin conejos. El del terrorista derrotado Abimael Guzmán parece no haber funcionado, y podría ser de los últimos. Si Fujimori extrae la lección del domingo, intenta gobernar desde el consenso y deja de lado la prepotencia que le ha caracterizado desde 1990, el resultado final podría coadyuvar a superar la crisis por la que atraviesa el país.
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