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EN LA MUERTE DE VINCENT PRICE

Buenas noches, doctor Phibes

Fernando Savater

La primera película que no vi de Vincent Price fue Los crímenes del Museo de Cera. La proyectaban en el hoy desaparecido cine Novedades de San Sebastián, junto al portal de in¡ casa, pero no era tolerada. Suplicio de Tántalo, pasar cada mañana y cada tarde frente al anuncio sobrecogedor, escrutar mil veces los seis fotogramas que en el vestíbulo del cine anunciaban la sombría maravilla, ver que los días pasaban, que iban a quitarla y que yo me quedaría sin verla... La película era en relieve y mi madre me guardó las gafas de cartón, un cristal rojo y. otro azul, que le habían dado cuando asistió a la función. Yo me las ponía por casa y miraba los objetos familiares teñidos, desenfocados, esperando quizá que cobrasen el gótico esplendor que me estaba vedado contemplar en la pantalla. Como propaganda, se ofrecían mil pesetas de las de entonces a quien se atreviese a presenciar completamente solo la proyección del Museo de Cera. Rumores colegiales aseguraban que un espectador temerario lo intentó y pereció de un ataque de espanto, roto el corazón al escuchar en el pasillo sombrío del cine lo que tomó por los crujidos de una silla de ruedas avanzando lentamente. Unos situaban esta trágica efeméride en Murcia, pero los más en Zaragoza. Yo tanteé con mis padres la posibilidad de prestarme voluntario al experimento, suponiendo que sacrificio tan dramático no estaría sometido a ninguna restricción de edad. El riesgo de morir de pánico me parecía mucho menor que el de que quitaran la película sin poder verla. ¡Hasta estaba dispuesto a renunciar a las mil pesetas si salía con vida del cine! Nada, heroísmo inútil: tuve que esperar 10 años antes de contemplar la sombra amenazadora -chambergo, capa negra, paso trastabillante- persiguiendo a la joven aterrada por las brumas de Londres.A Vincent Price le llamaban en Hollywood una de esas cosas que sólo suenan bien en inglés: "the merchant of menace". En efecto, nadie ha sabido enarcar una ceja o respingar un poco tan ominosamente como él. Sus personajes solían ser crueles, altaneros, apasionados por la corrupción ferviente de la carne, pero también presas de la repulsión que suscita. Y solitarios, como el protagonista de El último hombre sobre la tierra, una curiosa película filmada en Italia a comienzos de los sesenta sobre la novela de Richard Matheson Soy leyenda y que es un precedente directo de La noche de los muertos vivientes. Además, desde luego, en su trabajo siempre estuvo presente el humor. Cuando rodaba con Boris Karloff una de las joyas de Roger Corman, El cuervo, ambos jugaban a hacerse reír uno a otro en las escenas más truculentas para desesperación del director, nunca sobrado de días de filmación... En una de las escenas más famosas de La mosca, Herbert Marshall y Vincent Price tienen que inclinarse al unísono sobre una telaraña en la que una mosca con cabeza y brazo humanos espera al monstruo que va a devorarle gritando: "Help me!". En el rodaje no había, por supuesto, ninguna mosca humana en la telaraña, de modo que cada vez que Marshall y Price juntaban sus caras con expresión de susto se partían de risa; después de varios intentos fallidos tuvieron que rodar la escena ¡espalda contra espalda, para no verse! El punto risueño del sobresalto a lo Price se manifestó abiertamente en La comedia del terror, la deliciosa comedia de Jacques Tourner en la que fue acompañado nada menos que por Boris Karloff, Peter Lorre, Basil Rathbone y Joe E. Brown (aquel tolerante millonario al que no le importaba casarse con Jack Lemmon aunque no fuese mujer, pues "nadie es perfecto"). Lo mejor de lo mejor.

'Desperdiciados'

Karloff, Rathbone, Peter Lorre, John Carradine, Vincent Price... Sin duda grandes actores: algunos de ellos se sintieron frustrados por verse "desperdiciados" en películas de miedo, cuando habían demostrado ser capaces de empeños académicamente más respetables. Pero no les amaríamos más ni les recordaríamos mejor en otro caso. Todos han ido cayendo: fueron los últimos hombres de una cierta tierra en la que viví mi adolescencia. Ahora ha muerto Vincent Price, the Price of fear, con sólo 82 años. ¡Dios! ¿Es que no hay cosa buena en este mundo que sepa durar cuanto es debido?

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