Desde un rascacielos
El nuevo curso de la Orquesta y Coro nacionales comenzó por partida doble: mientras en Munich, la ONE obtenía un éxito considerable, en el Auditorio madrileño la reemplazaba la Sinfónica de Asturias, con su titular, el americano Jesse Levine.Un programa más atento al interés que al éxito fácil, puso de manifiesto la calidad de la formación asturiana, superior a la de su director. Levine es una batuta práctica, ordenada y sumaria pero que parece asomarse al fondo sustancial de las obras desde una ventana del último piso del Empire State.
Excelente idea la de programar una partitura, muy bella, de Julián Orbón (1925-1991), asturiano, cubano y norteamericano, pero fuertemente enraizado en el sentimiento y la evolución de nuestra música. Las Danzas sinfónicas (1956) nos alertan en la obertura sobre el periodo halffteriano anterior de Orbón, también detectado por Carpentier. Luego, en la Gregoriana, la Declamatoria y la Danza final, esa alianza de tradición y modernidad, característica de Orbón adquiere en el tratamiento orquestal ciertos matices a lo Copland, lo que no es extraño dadas las relaciones entre ambos músicos. La obra, expuesta con indiferente claridad, obtuvo un éxito notable.
Orquesta Sinfónica de Asturias
Ciclo de la Orquesta y Coro nacionales. Orquesta Sinfónica del Principado de AsturiasDirector: J. Levine. Solista: S. Kates (violonchelo). Obras de Orbón, Bartok, Bloch y Barber. Auditorio Nacional. Madrid, 15, 16 y 17 de octubre.
No lo fue menos el de la Música para cuerda, percusión y celesta, de Bela Bartok, escrita en 1937, una de las más altas consecuciones del gran húngaro, cuya sufrida belleza en la conducción melódica, en la contrapuntística, en la rítmica y en la instrumental, se conjugan, por su originalidad, en una verdadera isla de la creación musical del siglo XX. Hacer esta partitura de un modo exterior vale tanto como volver la espalda a Bartok. Y hay que decir que en cuanto a realización, los profesores de Asturias se comportaron muy bravamente.
Sentimiento judío
La rapsodia de Ernest Bloch (1880-1959) titula Schelomo, una de sus obras hebraicas más emblemáticas, resultaba casi fácil para la orquesta después de Bela Bartok. Su regusto posromanticista, su sentimiento judío y su técnica germanista, hacen de esta obra algo de fuerte atractivo. El violonchelista Steplhan Kates, medalla de plata Tschaikowsky, 1986, encarnó la voz de Salomón, hecha abstracción sonora, con nobleza, perfección y musicalidad que se alzaron como lo más afectivo de todo el programa. Dos fragmentos de Medea, de Samuel Barber, bien escritos y bastante superficiales, terminaron en virtuosista la actuación de la Sinfónica de Asturias, espléndida por cuanto escuchamos y por las posibilidades que adivinábamos.
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