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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Paso atrás en Haití

LA ORDEN del presidente Clinton despachando ayer seis buques de guerra a las costas de Haití para garantizar el bloqueo contra el régimen militar que pretende perpetuarse en el paupérrimo país caribeño es un intento de última hora. para enmendar pasados errores de bulto. Estados Unidos, que, con la medida de ayer, se adelanta a cumplir la resolución del Consejo de Seguridad restableciendo el embargo contra el general Raoul Cedrás, se equivocó al negociar con el dictador haitiano, en agosto pasado, una fórmula para que abandonase el poder y para que Jean-Bertrand Aristide, el presidente elegido en las urnas, volviese a ocupar su cargo el 30 de octubre. La consecuencia de esos errores ha sido que unas bandas armadas, apoyadas por la policía, se concentraron en el puerto y obligaron a retirar el barco del que debían desembarcar unos cientos de soldados estadounidenses. En ese clima, el asesinato del ministro de Justicia, Guy Malary, partidario del retorno de Aristide, confirma los métodos criminales de los que tienen el poder. El principal error fue suspender desde el momento de la firma del acuerdo las duras sanciones económicas que habían sido impuestas a Haití por la ONU. Éstas incluían el embargo del petróleo y el bloqueo de las cuentas haitianas en el extranjero, lo que impedía a los militares y oligarcas del país disponer de los fondos que han acumulado a costa del empobrecimiento general.Parece como si los norteamericanos se olvidasen de la naturaleza del poder que domina en Haití desde hace tiempo. Primero con los Duvalier, luego sin ellos, Haití ha estado sometido a un puñado de civiles apoyados por militares y policías especializados en la tortura y el crimen. La elección de Aristide en 1991 rompió inicialmente ese sistema tradicional de gobierno. Pero al cabo de unos meses, el general Cedrás tomó el poder, expulsó del país a Aristide y volvieron a empezar las matanzas en los barrios populares y el asesinato de los opositores.

La reacción de la comunidad internacional y de EE UU -cuya flota controla todos los contornos de la isla- fue declarar un embargo. De ahí que el mantenimiento del mismo debía haber sido la condición esencial para negociar cualquier fórmula de transición. Se hizo lo contrario: en cuanto Cedrás aceptó de palabra el retorno de Aristide, la ONU levantó las sanciones. Ahora, al llegar el momento del relevo, el dictador Cedrás ha violado lo firmado en agosto pasado, ha montado una provocación para impedir el desembarco de los soldados de EE UU y ha presentado nuevas exigencias antes de retirarse.

Por otra parte, no se entiende que la ONU haya decidido enviar tropas de Estados Unidos a una misión en Haití. Facilita así la demagogia de quienes denuncian la operación bajo la etiqueta de "imperialismo", sin denunciar las condiciones preexistentes que podrían justificarla. El presidente Clinton, después de Somalia, tiene una sensibilidad especial ante cualquier riesgo de pérdidas de vidas norteamericanas, lo que explica la rapidez con la que dio la orden de retirada -uno no llegó a zarpar- de los buques.

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La razón invocada para enviar tropas a Haití (adiestrar fuerzas militares para el presidente Aristide) es sumamente ambigua. Antes de adiestrar nuevas fuerzas hace falta que desaparezcan las bandas armadas en las que se apoya Cedrás. Y si su objetivo es restablecer la democracia, los soldados de EE UU debían estar preparados ante la eventualidad de choques con las partidas del dictador. Si la llegada de estos soldados tenía una razón de ser, era demostrar que se iba a romper en la isla el monopolio de las Fuerzas Armadas del dictador. Con un intento de desembarco fracasado y la retirada de dos buques, el efecto, como con las medidas de ayer quedó patente, fue contrario al deseado.

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