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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cita en el balneario

EL PROCESO de paz en Oriente Próximo no deja de producir sorpresas. Palestinos e israelíes no sólo están demostrando puntualidad con el calendario de negociaciones fijado hace un mes en Washington, sino que los antiguos enemigos han comenzado a trabajar en un ambiente de inusitada cordialidad. Las conversa ciones iniciadas hace dos días en El Cairo y en el balneario egipcio de Taba constituyen una fase crucial en el proyecto de paz. En ellas deben plasmarse en la realidad las declaraciones de buena voluntad del primer ministro israelí, Rabin, y del presidente de la OLP, Arafat. En su parte inicial, el plan contempla el repliegue de las tropas israelíes de la franja de Gaza y de la ciudad cisjordana de Jericó a partir del 13 de diciembre. Los israelíes ya han sugerido que esto podría completarse antes del plazo de tres meses. Con igual diligencia se están preparando las elecciones del Consejo Palestino que deberá asumir en julio próximo todas las responsabilidades gubernativas durante el periodo de autonomía provisional en los territorios ocupados. La histórica declaración de principios firmada en Washington está, pues, cobrando forma con una celeridad que pocos se esperaban. Rabin y Arafat han conseguido neutralizar la oposición en sus respectivos frentes y actúan con relativa comodidad.

Pese a lo alentador del panorama, sin embargo, existen grandes áreas grises que serán difíciles de aclarar con la misma rapidez con la que se ha ido despejando el horizonte en Oriente Próximo. Y no son zonas ideológicas exclusivamente. La cuestión de Jericó ofrece un buen ejemplo. Hasta hoy no se sabe con exactitud cuánto abarcará geográficamente la autonomía palestina. La franja de Gaza tiene límites establecidos, pero en el caso de Jericó la cuestión es más ambigua. También está el problema de la conexión física entre Gaza y Jericó. La declaración de principios las describe como una sola unidad territorial, pero no especifica cómo se comunicarán estas Palestinas separadas por territorio y controles de Israel.

Ésas son sólo algunas de las cuestiones técnicas que, de mantenerse vivo el actual espíritu de cooperación y entendimiento, podrían resolverse con relativa facilidad. Incluso dentro de los plazos fijados, como parece ser el caso de la formación de una policía palestina que deberá asumir las responsabilidades de seguridad en Gaza y Jericó una vez que desaparezcan de allí las tropas israelíes de ocupación.

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Una de las grandes incógnitas que se perfilan sobre las negociaciones palestino-israelíes es si estos avances van a ser lo suficientemente sólidos como para inspirar confianza a todos los árabes afectados por la ocupación de 1967. El tema de los prisioneros y deportados palestinos ya está en el orden del día, y las ofertas israelíes -una amnistía selectiva y gradual- no parecen colmar las aspiraciones árabes. Infinitamente más complicada se torna la cuestión de los refugiados. Muchos de ellos, las víctimas de la guerra de 1948 y la creación de Israel, ya no pueden ni siquiera soñar con volver algún día a sus casas, hoy en territorio del Estado israelí. El mensaje de Israel es invariable: no hay nada que discutir al respecto.

A Rabin y Arafat les toca, pues, buscar fórmulas para disipar la frustración palestina y, lo que quizá es más importante en estos momentos, tratar de atraer a Siria a la búsqueda de una solución duradera. Los palestinos y los israelíes saben perfectamente que el éxito de su experimento depende en gran medida de que se aplique un arreglo global que comprenda a todos los protagonistas del viejo conflicto. Las recetas bilaterales, por coherente que sea su composición, prometen sólo alivio temporal.

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