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Tribuna:PIEDRA DE TOQUE
Tribuna
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¿La excepción, Cultura?

Mario Vargas Llosa

Una gran movilización de intelectuales, empresarios y políticos, en la que muchos socialistas, comunistas, fascistas, gaullistas y demócratas marchan unidos, tiene lugar en estos días en Francia exigiendo que se excluya de los acuerdos del GATT sobre la libertad de comercio a los productos culturales, en especial los cinematográficos y televisivos, pues si los mercados se abren también a ellos de manera indiscriminada, la poderosa industria audiovisual de Estados Unidos pulverizará a sus rivales europeos y dará un 'golpe de muerte' a la 'cultura francesa'.Escritores firman manifiestos, cineastas aparecen en la televisión alertando a la opinión pública contra el riesgo de que la vulgaridad pestilencial de los enlatados yanquis inunde las pantallas de sus hogares y sofoquen la creatividad de los artistas nativos, continuadores de una de las más ricas tradiciones culturales de la humanidad, y actores y actrices de moda salen a las calles a defender, al mismo tiempo, sus puestos de trabajo y la lengua, la sensibilidad, la imaginación y las artes de Francia, amenazadas por la invasión de los dinosaurios del Parque jurásico.

El argumento central de estos adversarios de la apertura total de los mercados es que la ,cultura' constituye un caso aparte, y que no se puede meter a los productos del espíritu artístico y la fantasía de una nación -de su alma, en verdaden el mismo costal en el que se hallan las bacinicas, los ordenadores, los automóviles y demás productos manufacturados. A diferencia de estas mercancías las creaciones artísticas y culturales deben ser protegidas puestas a salvo de una competencia en la que podrían desaparecer, privando al pueblo que las creó de su tradición, de su idiosincracia, de su identidad espiritual. La nación que produjo a Ronsard y a Moli¿re, a Proust y a Baudelaire no puede permifir que el alimento audiovisual de sus jóvenes sea en el futuro Dallas, Miami Vice, Robocop y basuras parecidas.

¿Cómo impedir que se consume esta catástrofe que algunos exaltados no vacilan en comparar con la destrucción medieval de la civilización latina por el salvajismo de las tribus germánicas? Con barreras proteccionistas, que fijen límites a las importaciones de productos audiovisuales norteamericanos e impongan cuotas mínimas de exhibición de películas y programas franceses a los canales de televisión y a los circultos cinematográficos. Los puntos de vista sobre los alcances de estas prohibiciones a la importación y de las imposiciones de exhibición varían, pero una buena parte de los impugnadores del GATT considera que dejar desprotegido más del 50% del mercado cultural audiovisual sería una traición a Francia. El honor de la nación y la supervivencia de su cultura exigen que, por lo menos, la mitad de las películas en pantalla grande y la mitad de los programas en pantalla chica que vean los franceses sean producidos en Francia.Mi primera curiosidad al respecto es averiguar si, para que esta última condición se cumpla, estas películas y programas producidos en Francia deberán ser concebidos y realizados, también, por hombres y mujeres inequívocamente franceses. Porque ¿qué pasaría con el honor nacional y la integridad de esta antigua cultura europea si, para burlar las barreras proteccionistas y aprovecharse de los cupos obligatorios, esos capitalistas yanquis codiciosos y carentes de escrúpulos montan productoras en Francia y comienzan a producir inmundicias audiovisuales empleando a algunos nativos como testaferros e impregnando sus películas y programas de la chatura enajenante, conformista, consumista y mediocre de la subcultura estadounidense? ¿Habrá que fijar cupos también estrictísimos de nacionales franceses -¿de cuando menos tercera, cuarta o quinta generación?- entre guionistas, técnicos, actores, directores y empresarios que participan en la creación de cada producto cultural audiovisual para garantizar su oriundez francesa?

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Mi segunda curiosidad es saber quién o quiénes van a asumir la grave responsabilidad de determinar qué es lo auténticamente francés y cuál lo espúreo o adulterado entre esos productos culturales de los que depende la salvaguarda espiritual de la Nación. ¿Funcionarios del Ministerio de la Cultura? ¿El Ministro de Cultura en persona? ¿Una academia de artistas, escritores, científicos e industriales reconocidos como exponentes prototípicos de la esencia espiritual de Francia?

No les envidio el trabajo a estas excrecencias ontológicas de "lo francés". Por lo pronto, ¿consistirá su misión seleccionadora en detectar solamente las manifestaciones de la barbarie subcultural yanqui o de todo lo extranjero, sin excepciones? Es verdad que muchos de los animadores de la actual campaña dicen defender no sólo a Francia sino a Europa. ¿Significa esto que la pureza cultural francesa estaría menos amenazada si debiera enfrentar una ofensiva comercial de digamos, spaghetti westerns italianos, pomomusicales alemanes, culebrones españoles y venezolanos, etcétera? Para ser coherentes con lo que defienden -la cultura nacional como algo intangible e inmutable, lo "francés" como valor estético y espiritual- aquéllos no tienen más remedio que rechazar como veneno mortal todo lo que venga de otras lenguas y culturas, todo lo extranjero, todo lo que no encarna y manifiesta "lo francés".A partir de allí, pueden surgir problemas considerables. Pues, a la hora de definir lo francés, resulta que hay muchas versiones y teorías discrepantes. Algunos franceses, por ejemplo, tienen una concepción muy restringida y hasta racista del asunto y no admiten que el judío, el árabe, el negro, el musulmán puedan en modo alguno encamar 1o francés", aunque aquellos sujetos hayan nacido en Francia y hablen y escriban en la lengua de Descartes. Entre los más resueltos defensores de esta campaña anti GATT está Jean-Luc Godard, que es suizo. ¿Estamos seguros de qué califica como "francés'T Porque,yo recuerdo que, en los años sesenta, cuando una de sus películas fue prohibida en Francia -Le petit soldat, creo- por no defender la posición nacionalista en la guerra de Argelia, la ultraderecha lo acusaba de traidor y enemigo de Francia.Podríamos continuar hasta el infinito para dejar claro algo que es obvio: definir lo francés" es una empresa inevitablemente absurda, que sólo se puede llevar a cabo mediante una reducción que mutila y desnaturaliza la idea misma de cultura hasta volverla caricatura. Pero todavía más grave es la distorsión manicomial que el criterio nacionalista causa en la tabla de valores estéticos, en el juicio crítico. Si por ser 'francés' un producto cultural de cualquier índole representa de por sí un valor frente al producto extranjero, ¿debemos concluir que las abundantes basuras culturales que también producen el cine y la televisión francesas estragan menos la sensibilidad y embotan menos la imaginación de los espectadores y televidentes franceses que las basuras audiovisuales importadas en otros países?La verdad del caso es que quienes han salido a hacer flamear banderas francesas y a hablar de patriotismo y de cultura y de arte con mayúsculas, en esta movilización, están, lo sepan o no, defendiendo los intereses de un grupo de empresarios audiovisuales a los que la idea de una apertura total del mercado francés a la competencia estremece de pánico. Por una parte, como todos los empresarios del mundo, ellos defienden la libertad de comercio para los otros y aspiran a tener un mercado cautivo para sí mismos. De otro lado, piensan que

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Copyright Mario Vargas Llosa, 1993. Copyright Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El País, SA, 1993.

¿'La excepción cultural?

Viene de la página anteriores injusto que la poderosa industria audiovisual de Estados Unidos encuentre abiertas de par en par las puertas del mercado francés y que ellos, en cambio, tengan sólo entreabiertas las de Estados Unidos. En lo primero no tienen razón alguna, porque lo que piden es un inadmisible privilegio -una renta-; en lo segundo, en cambio, sí, y deben ser apoyados con toda energía. El verdadero combate no está, para los productores de cine y televisión de Francia, en enquistarse dentro de un infranqueable caparazón proteccionista donde nadie venga a disputarles un público esclavo, sino en ir a conquistar otros públicos, y en especial el de los doscientos cincuenta millones de norteamericanos, que son de altos ingresos económicos y ven mucho cine y televisión.

¿Por qué sería esto imposible para ellos? ¿Por qué no podrían las películas que vienen de Francia conseguir lo que han conseguido los quesos y vinos franceses, o el agua Perrier, o tantos modistas, músicos o marcas de automóviles y de aviones y de helicópteros y una muy considerable lista de otros productos industriales? Una vez que el mercado audiovisual, gracias a los acuerdos del GATT, se abra a la competencia internacional, dependerá sólo de la audacia e inventiva de los productores de Francia conquistar ese mercado. Y para lograrlo, ellos cuentan, en efecto, con una ventaja comparativa de primer orden: una cultura muy rica y muy diversa, cuya característica central es no ser . provinciana sino universal, es decir asequible a los hombres y mujeres de otras lenguas y tradiciones.

Cuando no hablan de patriotismo, estos productores hambrientos de subsidio y protección, sacan el argumento sentimental y ético del Pulgarcito en lucha desigual contra el Titán. ¿Cómo podrían, ellos, que son débiles y de exiguos presupuestos, competir contra los colosos de Hollywood que tienen cerrados a piedra y lodo sus circuitos de distribución y de exhibición a todo lo que no sea estadounidense? Pues, montando sus propios circuitos en operaciones mancomunadas con productores italianos, alemanes, españoles, etcétera, que permitan a las películas europeas llegar a los espectadores de aquel país y disputárselos a los empresarios locales. Es decir, haciendo exactamente lo que está haciendo en este momento Air France con Lufthansa y otras líneas europeas para competir más eficazmente en los mercados mundiales. Ésa es, por lo demás, la razón de ser de la construcción de Europa: permitir a los pulgarcitos que son todavía muchas empresas nacionales de este continente convertirse en empresas europeas capaces de rivalizar con mejores armas con las grandes corporaciones de otras regiones del mundo.Pero, tal vez, lo más absurdo. de la campaña en Francia a favor de 'la excepción cultural' es que sus mantenedores no parecen haberse percatado de que aquello que temen y tratan de evitar a toda costa, ya ocurrió, que es una realidad irreversible: la desnacionalización de las industrias audiovisuales, tanto en Francia como en Estados Unidos. ¿A cuánto ascienden los capitales franceses invertidos en la producción, realización y comercialización de películas para cine, vídeo y televisión fuera de Francia, y especialmente en Estados Unidos? A sumas ciertamente enormes y que, debido a la globalización actual del mercado financiero y empresarial ' es tan dificil detectar como los capitales de origen estadounidense que ya operan dentro de las industrias audiovisuales de Francia. De modo que no sería imposible que esta nobilísima campaña en defensa del honor y la pureza inmarcesible de,la cultura francesa, de Gérard Depardieu y compañía, contra los bodrios jurásicos, de California, haya sido diseñada por duchos publicistas de Manhattan por .encargo de inversionistas de Chicago, dueños de empresas 'francesas' listas y preparadas para tragarse de un bocado el mercado cautivo audiovisual del hexágono y para infligir en el futuro, con la coartada de Villon y la princesa de CIves, a sus cinéfilos y televidentes, bodrios de patente exclusivamente 'francesa'. La internacionalización de la economía es un hecho imparable y oponerse a ello es una quimera, tratándose de un país moderno y avanzado. Sólo pueden rehuirse a ella sociedades primitivas y atrasadas, y a condición de mantenerse en ese estado para siempre.

Los productos artísticos son también mercancías -se trate de libros, cuadros, sinfonías o películas- y no hay razón alguna para creer que por ello se empobrecen o degradan. Su valor comercial rara vez coincide con su valor artístico, es verdad, y ello es un problema, pues lo ideal, el objetivo que habría que tratar de alcanzar, es que ambos valores se acerquen y fundan, y que la gente a la hora de comprar un libro o un cuadro, o de ir a un cinema o ver un programa, elija siempre lo mejor. No ocurre así -ni en Estados Unidos ni en Francia- y ésta es una deficiencia que sólo la educación y la cultura pueden ir corrigiendo (si es que ella tiene todavía corrección). Pero éste es un problema cultural, no económico ni industrial. El despotismo ilustrado -la censura, la prohibición, el monopolio, la prerrogativa de ciertos burócratas, o políticos, o sabios, de decidir por sí mismos qué es lo que los otros deben leer, escuchar o ver- no resuelve el problema; más bien lo agrava. Porque nada corrompe y mediocriza tanto un que hacer creativo de cualquier orden como el parasitismo estatal. Hay pruebas abundantes al respecto en el campo audiovisual. ¿Qué son, si no, esas montañas de películas en las que invirtieron ingentes recursos esos Estados empeñados en defender la "cultura nacional" de las que no hay casi ninguna que se pueda hoy rescatar por sus valores artísticos?

Dudo que haya un "extranjero" que tenga mayor respeto y devoción por la cultura francesa que yo. La descubrí cuando era todavía un niño y a ella debo mucho de lo mejor que tengo, además de horas maravillosas de deslumbramiento intelectual y goce artístico. Muchas cosas aprendí leyendo lo que escribieron, o escuchando lo que compusieron o viendo lo que produjeron sus mejores creadores. Y la más admirable lección que de ellos recibí fue saber que las culturas no necesitan ser protegidas por burócratas ni policías, ni confinadas dentro de barrotes, ni aisladas por aduanas, para mantenerse vivas y lozanas, porque ello, más bien, las folcloriza y las marchita. Ellas necesitan vivir en libertad, expuestas al cotejo continuo con culturas diferentes, gracias a lo cual se renuevan y enriquecen, y evolucionan y adaptan a la fluencia continua de la vida. No son los dinosaurios del Parquejurásico los que amenazan la honra cultural de la tierra que dio al mundo a Flaubert y a los Lumiére, a Debussy y a Cézarme, a Rodin y a Marcel Carné, sino la bandada de pequeños demagogos y chovinistas que hablan de la cultura francesa como si ella fuera una momia que no puede ser sacada a los aires del mundo porque la libertad la desharía.

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