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Teólogos españoles consideran la encíclica 'Veritatis splendor' premoderna y preconciliar

Afirman que el documento ataca frontalmente la cultura de la modernidad

Premoderna, preconciliar, restauracionista, un tratado de moral de hace 50 años. Son algunos de los calificativos que aplican teólogos españoles a Veritatis splendor (El esplendor de la verdad), la última encíclica de Juan Pablo II, presentada el martes por el cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Doctrina de la Fe. Y explican por qué: ataca frontalmente la cultura de la modernidad -de la que no reconoce prácticamente ningún valor positivo-, critica duramente las investigaciones progresistas de la teología moral realizadas tras el Concilio VaticanoII y pone prácticamente una camisa de fuerza a la doctrina centenaria que sostiene que, en última estancia, una decisión puede adoptarse si la propia conciencia no resulta violentada.

Pesadumbre, cuando no abatimiento. Éste era el estado de ánimo, ayer, de algunos de los más prestigiosos teólogos españoles especialistas en moral fundamental. Unos preferían eludir cualquier comentario sobre la nueva encíclica del Papa polaco señalando que no la habían leído exhaustivamente, como corresponde a un especialista en la materia. Pero asentían al ser interrogados sobre la posibilidad de que el documento fuera preconciliar e incluso de que contuviera, en algunos pasajes, una doctrina correspondiente a hace un siglo. "Es un tratado de moral de hace 50 años", señalaba más benévolo un sacerdote.Otros, se explayaban, casi siempre desde el anonimato. El texto pontificio, dirigido a los obispos, no a todos los hombres de buena voluntad, como acostumbraba a hacer Juan XXIII, o a todos los fieles, como es habitual, advierte: los teólogos no deben disentir del magisterio pontificio u ordinario, el de su obispo. "La teología, a la luz de esta encíclica, es una ciencia limitada a glosar fielmente el mensaje del magisterio", sostiene. Juan José Tamayo, secretario de la asociación de teólogos Juan XXIII. "Invita a la gente a que deje de buscar y de pensar", añade el teólogo madrileño Julio Lois, con la prevención de no haber podido leer exhaustivamente el documento.

Es preconciliar, o premoderna, enjuicia Tamayo. Un prestigioso moralista español, que prefiere mantener el anonimato, argumenta: "Se vuelve a la situación anterior al Vaticano II, olvidando las aportaciones realizadas por la teología desde entonces. Se vuelve a la moral de los actos". Y pone un ejemplo sobre la moral de actos: si no vas a misa en cuatro ocasiones, el católico tendrá que confesarse de haber faltado a este precepto en cuatro ocasiones. O si obligas a toda la familia, en una clara actitud de egoísmo, a ver el partido de fútbol el sábado por la tarde cuando la mayoría quiere ver Informe Semanal, pues tendrá que arrepentirse con pelos y señales y no indicando que ha tenido una "actitud" de egoísmo, categoría establecida por la teología posconciliar.

La encíclica trata de no ceder terrenos a la gente, señala José Gómez Caffarena, jesuíta y filósofo. "Parecían superados los tiempos del pecado mortal y venial", añade. Pero no. La contracepción es una realidad "intrínsicamente mala", aunque el bien a conseguir sea superior al mal a generar, algo aceptado y fundamentado por numerosos teológos moralistas católicos, especialmente norteamericanos. Es el "consecuencialismo" y el "proporcionalismo" denunciado por Ratzinger, que, a su juicio, también ha penetrado en la teología católica. Es decir, que es "intrínsicamente malo" que una pareja, con innumerables hijos, residente en un suburbio de una gran capital y sin ingresos fijos, utilice medidas anticonceptivas. Esto, es tolerado por los moralistas progresistas y, contra ellos, va esta encíclica, que tendrán que ejecutar los obispos. Un vara de medir distinta, como se encarga de subrayar este moralista, que la utilizada por el propio magisterio para justificar, en el nuevo Catecismo, la guerra justa o la pena de muerte. Ambas son legítimas si el bien a conseguir es superior al mal a generar.

Valores de la modernidad

La encíclica también arremete contra la modernidad, cuyos valores el cardenal Ratzinger nunca ha aceptado. El texto, según este moralista, recoge los planteamientos "teocráticos" del Papa y la posición de Ratzinger, para quien, dice, no parece existir la revolución francesa. Y es que, añade, se niega la posibilidad de una "ética puramente racional" sustentada sobre valores tan positivos como el "respeto a la dignidad humana, la igualdad, la tolerancia o la democracia", que la encíclica niega. "No acepta el pluralismo ético, lo descalifica y corrige desde la verdad absoluta", dice Tamayo, que concluye: "No reconoce los avances históricos".

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