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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Doble o nada

GALICIA VIENE siendo el más persistente feudo electoral del centro-derecha, y si un socialista presidió la Xunta durante algunos años fue merced al apoyo de unos diputados tránsfugas elegidos en las listas de Alianza Popular. Las del 17 de octubre serán las cuartas elecciones autonómicas en ese territorio, y la principal incógnita vuelve a ser, como hace cuatro años, la de si la candidatura encabezada por Manuel Fraga obtendrá la mayoría absoluta. El argumento principal de los conservadores es que esa mayoría constituye la única garantía de estabilidad política para Galicia.Puede que sea cierto, pero no deja de llamar la atención que lo mismo que en junio fue considerado por los populares una maldición -una mayoría que permitiera seguir gobernando en solitario a los socialistas- se considere en octubre una bendición. En honor a la verdad, hay que decir, sin embargo, que Fraga no ha sido nunca entusiasta de las descalificaciones contra los Gobiernos de mayoría deslizadas por sus más jóvenes discípulos: en el último congreso del PP invocó a Duverger para defender la idea de la ventaja comparativa de los países con Gobierno monocolor respecto a los que lo tienen de coalición. Además, en el caso concreto, es verdad que una alianza entre los socialistas y los nacionalistas, incluyendo los radicales del Bloque, no parece una fórmula especialmente estable si llegara a plasmarse en un Gobierno de coalición. Y ello porque esa hipotética alianza lo es en tanto que frente anti-Fraga más que a favor de algo claramente identificable por los ciudadanos.

Pero la existencia de ese frente anti revela también la principal debilidad del PP actual: la ausencia de aliados potenciales que completen la mayoría en caso de no alcanzarla por sí mismo. La desaparición del CDS y, en el caso de Galicia, la crisis de la antigua Coalición Galega -que Regó a obtener 11 escaños en 1985- explican esa soledad; el PP creció en 1989 a costa de tales partidos, pero se quedó sin socios, lo que excluye un voto condicional del tipo del -obtenido a última hora por el PSOE el 64: para que gobierne, pero no en solitario (con la esperanza de que ello le obligue a hacerlo de otra manera). La apuesta es a doble o nada.

La personalidad de Fraga favorece seguramente esa tendencia a la polarización del electorado: entre un bloque conservador homogéneo, y uno heterogéneo formado por los socialistas y los nacionalismos de izquierda. Este último obtuvo en junio, en conjunto, más votos que el PP. Pero la reforma de la ley electoral, que exige un mínimo del 5% de los votos para entrar en el Parlamento, puede pedudicar sus expectativas. En todo caso, es bien revelador del equilibrio existente que, según la macroencuesta del CIS de noviembre de 1992, la población se dividiera en partes prácticamente iguales entre quienes aprobaban (37%) y quienes desaprobaban (391/'o) la gestión del Gobierno autónomo.

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