Las manos
Es tortura que ETA secuestre a un ser humano en uno de sus agujeros como una alimaña del sistema que impugna. Me parece repugnante caricatura de la lucha armada que dinamite a un septuagenario ex policía. Me cuesta asumir como coincidencia astral la concatenación de hechos que llevan a las extrañas muertes de dos presuntos etarras, Ícaro de ventana de comisaría el uno y moribunda sin que se le escuche lo suficiente la otra. Pero me niego a no tener la imaginación que le falta al ministro José Luis Corcuera, porque a nadie le escogen para su incómodo cargo por tener imaginación, sino precisamente por no tenerla. Hay una cultura de la represión que no es exclusiva de los regímenes autoritarios, una cultura que emana de todo Estado desde la lógica del monopolio de la violencia.Y precisamente desde la lógica de ese monopolio, cantado por nazis, estalinistas, trotskistas, democristianos, socialdemócratas y liberales de la más variada condición, hay que hacer un uso exquisitamente disuasorio de esa violencia cuando se ejerce en democracia, como hay que educar a sus profesionales en la incomodidad de ser examinados con microscopio por los que les han hecho delegación de la defensa del orden establecido. Rechazo esta violencia etarra definitivamente deshistorificada, pero me niego a dar cheques en blanco de intencionalidad a ningún aparato de orden cuando se comprueba que hasta en democracias con más de dos siglos de instalación se produce de vez en cuando la tentación y la evidencia de Harry el Sucio.
Sabio y cauto, el señor Arzalluz ha dicho que no pondría las manos en el fuego sobre la desaparición total de la tortura en el País Vasco. Bien hecho. No sólo tenemos dos ojos para toda la vida. También las manos tienen difícil sustitución.
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