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Del vasallaje a la asociación

Hoy se cumplen 40 años de la firma del primer convenio España-EE UU

El senador norteamericano McCarran, un furibundo anticomunista, desplegó, al parecer, a mediados de 1949, poco después de la creación de la OTAN, un gran mapa de Europa ante los miembros de la comisión de las Fuerzas Armadas de la Cámara Alta. Frente a la Unión Soviética los países de la recién constituida Alianza Atlántica aparecían en el mapa dibujados en rojo mientras España lo estaba en blanco. McCarran preguntó entonces si podía tomarse en serio un sistema defensivo que no incorporaba su mejor base potencial de retaguardia. Los parlamentarios interpelados permanecieron silenciosos.Fueron necesarios cuatro años para que ante los operadores del No-Do, en el Salón de Embajadores del madrileño palacio de Santa Cruz, y sobre una escribanía de plata, el ministro de Asuntos Exteriores, Alberto Martín Artajo, y el embajador de EE UU en Madrid, James Dunn, firmasen el 26 de septiembre de 1953 la incorporación de España a la defensa de Occidente.

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Y la diplomacia española alzó la voz...

En menos de cinco minutos rubricaron hace 40 años un triple convenio que preveía, según rezaba la nota difundida por la Oficina de Información Diplomática española, la construcción y uso conjunto por España y EE UU de instalaciones militares aéreas y navales; el suministro a España de ayuda económica y, por último, ayuda para las FF AA españolas. Concluían así 18 meses de negociaciones que, de hecho, se iniciaron con conversaciones informales inauguradas el 16 de julio de 1951 con la entrevista que mantuvieron en El Pardo Franco y el almirante norteamericano Forrest Sherman. Empezaba entonces la construcción o la mejora de las tres bases aéreas de Torrejón de Ardoz, Zaragoza, Morón de la Frontera y de la base naval de Rota.

Con la triple firma, señalaba el comunicado del Departamento de Estado, ambos países "refuerzan las capacidades de Occidente para mantener la paz y la seguridad internacional". "España", explica con más concreción el experto militar del diario New York Times, Hanson Baldwin, "detrás de la muralla del Pirineo, ofrece una últirna línea de defensa si se derrumbase un día el resto de Europa occidental". "Sus bases son particularmente importantes como alternativa a las grandes pistas de Marruecos, rodeadas de intranquilidad política y social, y a las instalaciones aéreas de Francia ( ... )".

"España es el país más anticomunista de toda Europa", declara, por su parte, Dewey Short, presidente de la comisión de FF AA de la Cámara de Representantes, "y desde un punto de vista geográfico y económico, la Península Ibérica es la posición de defensa más estratégica del continente europeo".

Si el valor estratégico de la Península Ibérica no ofrece dudas, el precio político que paga la Administración del presidente Dwight Eisenhower por estrechar lazos con un antiguo aliado de la Alemania hitleriana suscita reticencias. "Tenemos ahora", señalaba el editorial del New York Times, "que ingerir una píldora amarga: el acuerdo militar con la España de Franco". "Esperemos que la medicina produzca más efectos benéficos que daños". Washington había, no obstante, tomado la precaución de precisar que los convenios eran un mero acuerdo operacional y en ningún caso un tratado de alianza que hubiese requerido la aprobación del Senado.

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Aun así, para el régimen de Franco los convenios suponen un doble espaldarazo: económico y, sobre todo, político. En el primer año de su entrada en vigor España recibió 226 millones de dólares equivalentes a 9.040 míllones de pesetas, destinados fundamentalmente a gastos militares, que suponen nada menos que la mitad del presupuesto general del Estado. Comparada con el dinero que recibieron de EE UU, a través del Plan Marshall, los países europeos, la cantidad asignada a España es modesta.

El éxito de Franco es, ante todo, político porque supone el fin del aislamiento internacional de su régimen y sirve además sus fines internos de propaganda. Los acuerdos, resalta el editorial del rotativo Abc, "tienen una importancia trascendental, porque ellos suponen la salida de España al exterior y el contacto con el mundo occidental". En el mensaje que dirige a las Cortes, el 30 de septiembre, Franco no duda calificar la triple firma como "el logro más importante de nuestra política exterior contemporánea".

El dictador hace, sin embargo, especial hincapié en que los hechos han dado la razón a su régimen. "España tuvo que cruzar sola las aguas turbulentas de la posguerra mundial pero ahora Occidente recapacita". "Todos los pueblos", subraya otro editorial de Abc, "se han visto obligados a rectificar su rumbo, porque estaban equivocados". "Sólo el timón de España sigue fijo en el mismo punto en el que lo pusieron los hombres del 18 de julio de l936".

Para no herir la sensibilidad de los ultranacionalistas, sobre todo falangistas, cobijados en el Movimiento la propaganda oficial insiste también hasta la saciedad en que las instalaciones militares puestas a la disposición de los norteamericanos permanecerán siempre bajo la soberanía y el mando español. El efecto propagandístico del triple acuerdo lo rematan los hermanos hispanoamericanos con declaraciones grandilocuentes ampliamente recogidas por la prensa española. El dictador nicaragüense Anastasio Somoza alaba, por ejemplo, la "gran victoria" de Eisenhower y de Franco. Más entusiasta el embajador de Colombia en la ONU, Francisco Urrutia, no duda en describir los convenios como "el acontecimiento internacional más importante de los últimos años". "Significa el comienzo de una era de cooperación entre los países anglosajones y latinos que es imposible sin la inclusión de España". Hasta Portugal, receloso de que algún día España le pueda desbancar en la OTAN, suma su voz al coro de los satisfechos. "El tratado (sic) de EE UU y España no choca", afirma el titular de Exteriores, Paulo Cunha, al Diario de Noticias, "con acuerdos como el tratado de amistad y de no agresión de 1939 entre Portugal y España'

Las únicas voces discrepantes, emanan de un exilio español decepcionado y de la prensa de la vieja Europa democrática. Mientras las cancillerías de París y de Londres rehúsan hacer comentarios los rotativos más influyentes de ambas capitales manifiestan sus reservas no tanto por el espaldarazo que ello supone para el franquismo sino por sus repercusiones sobre el futuro de la OTAN.

El periódico parisiense Le Monde advierte de que existe "un cierto peligro de que la Alianza Atlántica adquiera una nueva orientación" que la convierta en una coalición con carácter ofensivo. El londinense The Times sintoniza con esta preocupación y exige una inmediata y "solemne reafirmación de los objetivos estrictamente defensivos del Tratado del Atlántico Norte". Al margen de la prensa comunista sólo algún medio de comunicación socialista se rasga las vestiduras. El diario socialista francés Le Populaire es uno de ellos. Califica los convenios de "derrota del mundo libre".

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