El lío ese del 15%
Hubo un tiempo, no muy lejano, en que España era un país centralizado. Lo que quiere decir, a estos efectos, que la mayoría de los servicios públicos se prestaban por una organización político-administrativa central. Lo cual, a su vez, se traducía en que esos servicios se prestaban en modos equivalentes de eficiencia o ineficiencia, calidad buena, o mala, o regular, en todo el territorio al que afectaba la organización.El general que había mandado en ese país durante tantos años murió, de muerte natural, en edad avanzada. Y los españoles, animosos, decidieron borrar la dictadura y darse un sistema político-administrativo distinto: en él se preveía una importante descentralización. Y se pusieron manos a la obra, y al cabo de poco tiempo, donde antes había un Estado se pudieron contemplar ese mismo Estado y 17 Comunidades Autónomas, dispuestas a prestar a los ciudadanos (cada una a los de su territorio), una parte de los servicios que venía prestando, hasta el momento, el Estado.
Y a estas alturas del siglo, aun cuando ese llamado proceso de descentralización no se ha terminado, ésta es muy notable, muy superior a la de Italia, Francia o Reino Unido, por ejemplo, que son las comparaciones que producen más claridad de juicio y satisfacción interior para gentes que siempre necesitan compararse para saber dónde están.
Y aquí a propósito recordar, muy brevemente, por qué este camino que ha hecho de los españoles no sólo demócratas, que ya es mucho, sino, además, descentralizados, que es más. Pues sucedía que los habitantes de algunos territorios con una conciencia acusada de su propia y específica identidad cultural y social, querían a toda costa autogobernarse en altas dosis, y para ellos la democracia no valía nada sin, al menos, autonomía política; más aún, la autonomía política era una de las caras de la moneda de la democracia, y los demás, que no tenían ese sentir respecto de sí mismos, comprendieron que lo que aquéllos querían merecía un respeto y un apoyo. Pero como la autonomía de una parte producía inquietudes, porque existía el confuso recelo de que la autonomía podía aparejar privilegio económico, entre todos decidieron abrir a todos esa posibilidad. Y así, en poco tiempo, unos por convicción exigente y otros por emulación, aparecieron 17 territorios con parlamento, tribunal, himno y bandera, y un conjunto creciente de competencias desgajadas del otrora gran Estado central y centralista (y aún quedan dos territorios en situación no definida por el momento). Y no se olvide esto de la emulación y recelo, porque era (y es) tan real como la vida misma. Por más que puede decirse que todo el mundo está contento con su sistema de autogobierno. En fin, no parece que requiera mucha explicación que, si los flamantes autogobiernos iban a adquirir competencias, también habrían de conseguir dineros para pagarlas.
Y así, los representantes de uno de los primeros territorios cuyos habitantes ansiaban, desde tiempo atrás, la autonomía, precisamente Cataluña, propusieron a los que personificaban el poder central que, para financiar las competencias que iban a asumir, parecía lógico que pudieran obtener fondos de gravámenes que habrían de pagar los habitantes de su territorio.
Pero los representantes del poder les dijeron: lo que decís tiene su lógica, pero tened en cuenta lo siguiente: hasta ahora, los servicios se prestan por igual en todos los territorios. Hasta ahora, los habitantes de todos los territorios pagan según la misma vara de medir, los ricos del vuestro pagan como los que son igual de ricos en cualquier otro lugar; y los pobres, lo mismo, cualquiera que sea el sitio en que se encuentren. Pero vosotros tenéis más ricos que otros, que tienen muchos pobres y pocos ricos. Y así, con vuestro sistema, vuestros habitantes, para tener los mismos servicios que los de las zonas en que hay mucho pobre, no tendrán que pagar, relativamente, tanto como estos últimos. Los cuales, con el mismo sacrificio tributario tendrán peores servicios, o tendrán que sacrificarse más para tener servicios como los vuestros. Y no parece conveniente que así sea. Si en España el centralismo ha producido una cierta igualación en la prestación de servicios que ahora se van a descentralizar, parece que éste es un bien político que convendría preservar de algún modo: no sería prudente que al cabo de algún tiempo el suroeste, por ejemplo, tuviera una enseñanza pública claramente inferior a la del noreste, O a la de las islas mediterráneas, pongamos por caso. Precisamente, en los Estados que han procedido al revés que el nuestro, de la separación hacia la unidad, se producen esfuerzos importantes para conseguir metas que aquí ya están conseguidas: eso que se llaman las técnicas de federalismo cooperativo o solidario. Al menos, no hagamos nada que fuerce, rápidamente, a la desigualdad. Ya que la mera gestión de medios equivalentes por autogobiernos distintos producirá de todos modos algunas desigualdades: unos se administrarán mejor que otros. Y ése es el precio, y también la gracia, de toda descentralización; el precio, y también la gracia, de toda libertad.
Por eso os proponemos, continuaron diciendo los que personifican el poder central, que en vez de financiaros con impuestos sobre vuestros territorios, participéis en el producto de los que recaudamos en todos los territorios. Los habitantes de cualquier territorio seguirán pagando sin discriminación por el territorio en que residan. La participación de vuestros autogobiernos se establecerá, por acuerdos entre vosotros y nosotros, según criterios que midan vuestras necesidades: número de habitantes, población escolar, y otros muchos. Y así, cada habitante de cualquier territorio seguirá pagando según capacidad, y cada autogobierno recibirá fondos según las necesidades referidas a los servicios que preste.
Y los representantes de ese territorio dijeron que la solución era menos autonomista y satisfactoria para ellos de lo que desearían; pero que la aceptaban, habida cuenta de que era conveniente no hacer nada que condujera a un desequilibrio de esa clase entre los territorios. Y así sacrificaron una parte de sus aspiraciones por el bien del conjunto. Y tanto más lo hicieron en cuanto que vieron que ésta era una aplicación muy concreta de algo que todos habían puesto en esa ley denominada Constitución, y que se llama, con una expresión un tanto extraña, solidaridad interterritorial, que si no se agotaba en este asunto, tenía en él una muy cumplida ocasión de lucimiento.
Y los representantes de los demás territorios, cuando fueron a negociar sus autogobiernos vinieron a decir, sin muchos prolegómenos: nosotros, en este punto, nos satisfacemos con ser igual que los de ese territorio del noreste: no queremos más de lo que los catalanes hayan aceptado; pero tampoco queremos menos. Las cosas de la emulación. Y así se hizo. Y así se estableció, para todos los afectados (que no eran los 17, sino sólo 15 territorios, por razones que no son de este lugar) ese que se llamó y se llama sistema LOFCA y empezó a aplicarse, y se aplicó, y, con más fallos de los debidos, ahí está.
Pero ¿qué. sucedió además? Sucedió que los autogobiernos, así financiados, no tenían que dar la cara ante sus ciudadanos para conseguir más ingresos; no tenían que aprobar subidas de impuestos (aunque lo podían hacer). ¿Había problemas financieros? A apretarle al Estado con más porcentajes de participación. Y a gastar sin tino, los muy gastadores, que en este gremio de autogobiernos los hay. Y lo que es inevitable para un alcalde en un municipio o para un Gobierno en el Estado, era evitable para los autogobernantes; y así los autogobiernos podían verle como benéficas entidades que daban servicios sin pedir sacrificios.
Y entonces algunos pensaron: esto no está bien; estos autogobernantes deben dar la cara. Así no se pondrán a gastar con tanta alegría. Es necesario que su faz aparezca en las exigencias tributarias a los habitantes de todos los territorios. Es lo que los técnicos, que siempre inventan nombres amortiguadores de la dureza de la cosa, llamaron "corresponsabilidad fiscal". El sistema está bien, es justo y solidario, pero hay que mejorarlo con algo de esta medicina.
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