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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ensoñación

La canción del olvido

Festival de Otoño. Temporada lírica. La canción del olvido, de Federico Romero, Guillermo Fernández Shaw y José Serrano. Director musical: Miguel Roa. Director escénico, figurinista y escenógrafo: L. Pizzi. Principales figuras: A. Arteta, E. Baquerizo, L. Varela y Teresa Castal. Teatro de la Zarzuela, Madrid, 18 de septiembre.

Con La canción del olvido, de José Serrano sobre libreto de Romero y Fernández Shaw, han comenzado, de un golpe, la temporada lírica del teatro de la Zarzuela y el Festival de Otoño de Madrid. Y en la versión corregida y aumentada con diversos números de El carro del sol y El trust de los Tenorios, dos obras anteriores del mismo Serrano, y montada con talento por el milanés Luiggi Pizzi, triunfó un nombre: Ainhoa Arteta.Pocas veces se ha cantado mejor ese feliz sentimentalismo que es la canción de Marinella y su triste cantinela. Además de su materia, la Arteta encanta por una expresividad que tiene algo de irreal y onírico: parece una ensoñación, lo que cuadró muy bien con la ensoñación escénica de Luigi Pizzi (de ironía, poco, maestro; usted se ha dejado llevar, al fin, por el tirón de lo cursi y lo ha salvado desde su buen gusto y su repertorio de figuraciones venecianas). En este sentido, los trajes son, con la actuación de Arteta, lo mejor de la representación.

La nota negativa, o conflictiva, procede de lo que se me antoja error: la hinchazón de la obra en un acto en pieza que llene todo un espectáculo. Es cierto que se aportan elementos atractivos y que los trozos añadidos a la partitura original lo mismo podían pertenecer a ella. Pero las proporciones y dimensiones de una obra determinan mucho de su talante, y La canción del olvido es, todavía, una pieza de género chico por mucho que nos engañó su italianismo operetístico.

Con Ainhoa Arteta, se ganó grandes ovaciones el barítono madrileño -Enrique Baquerizo, de materia tan densa y coloreada, cuyo raconto de presentación (Junto al puente de la Peña) fue desde el estreno de La canción otro de los éxitos. El tercero, ya es sabido, es el coro Soldado de Nápoles. Tanto que en el año 1918 la epidemia española de gripe recibió el mote de El Soldado de Nápoles. En el nuevo montaje -se le ha quitado aire popular al número, y al añadirle espectáculo es curioso que haya perdido importancia. Quizá es el problema de estas producciones ambiciosas cuando se aplican a cosas de menor fuste. Durante toda la noche recibimos la impresión de que el tono estaba desproporcionado con la canción, que la realidad musical de la partitura era menos ambiciosa que la de sus realizadores de ahora.

Entre ellos hay que contar la avezada maestría de Miguel Roa (que mantuvo un sonido y una expresividad acorde con las tonalidades de los escenarios) El tenor Luis Dámaso entonó bien su solo del Soldado, y la coreografía resultó animada y perfectamente encajada en el movimiento escénico ideado por Pizzi. El éxito no se hizo esperar; festival y temporada comenzaron con buen pie.

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