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Un paraíso llamado Miami

Los cubanos se juegan la vida en el estrecho soñando con el bienestar de Florida

Miami

Cada día del año, 25 cubanos se lanzan al mar intentando llegar al paraíso. Buscan un edén dorado que se llama Miami, pero para alcanzarlo deben atravesar un calvario de 90 millas de sed, sol y tiburones. La mayoría no lo consigue. Según fuentes cubanas y estadounidenses, sólo uno de cada cuatro logra cruzar el estrecho de Florida, otros dos son detenidos o regresan a la isla. El cuarto perece en el intento. Se trata de un drama que, por encima de ideologías, pone de manifiesto el terrible nudo que a la vez une y separa La Habana de Miami.El año pasado llegaron a las costas de Florida 2.500 balseros cubanos, y hasta el 27 del pasado mes de agosto lo lograron otros 1.667. Uno de los que todavía no ha entrado en las estadísticas es Lázaro García, un mulato de 28 años, que ya va por su tercer intento. Lázaro construyó su primera balsa en 1990 y prepara otra en estos días. "Nunca he tenido problemas políticos ni nadie me persigue, pero no soporto este país", dice. "Mi libertad está en Miami. Allí podré hacer lo que quiera sin hacer colas ni pedir permiso".

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Un muro de agua

Para huir de la crisis y la escasez que asuela su país, que han convertido en artículos de lujo productos como el jabón, el aceite o unas simples alpargatas, Lázaro se ha buscado dos neumáticos de camión, una brújula, un garrafón para guardar 20 litros de agua y algunas conservas. En una balsa similar intentó huir de la isla hace tres años con un amigo, pero un barco guardacostas cubano les detuvo tras cuatro días de travesía a 15 millas de la costa. Como su amigo era desertor del servicio militar fueron juzgados por el Tribunal Militar de Quiebrahacha, que les condenó a un año de cárcel.

Sin embargo, cumplir la condena no resultó tan fácil. "Me dijeron que, debido a la escasez de combustible, no podían llevarme a la cárcel y que debía llegar a ella por mis propios medios en un plazo de 10 días", recuerda Lázaro. La granja-prisión estaba en Quivican, un pueblo situado a unos 40 kilómetros de La Habana."Tardé varias horas en llegar, pues ya entonces las gua-guas [autobuses] estaban muy malas. Cuando por fin estoy delante del director de la cárcel, me pregunta que dónde estaba la carta. '¿Qué carta?', le digo yo, a lo que me responde que sin la carta del tribunal no me puede meter en la cárcel".

Lázaro se fue a su casa a esperar que apareciese la famosa carta, pero tardó tanto que le dió tiempo a construir su segunda balsa. Y le volvieron a capturar. Esta vez la condena fue de dos años y entonces sí hubo combustible para encerrarlo. En la cárcel no ocultó sus planes y se puso a estudiar inglés. "Yo se lo digo a todo el mundo, pues sé que aunque me cojan cien veces, un día llegaré a Miami".

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Miami es un paraíso y una categoría mental, y muchos cubanos profesan esta religión. No aguantan la situación de su país. Sin embargo, aunque las razones políticas también pesan, la principal causa de esta migración es económica.

Según reconoce el catedrático y político del exilio Enrique Baloyra, de tendencia socialdemócrata, la mayoría de los cubanos que huyen de la isla y también los que permanecen dentro de ella "no están pidiendo hoy reformas políticas; lo que piden es la libertad de acceder a un bienestar económico, pero en la medida en que la crisis se agrava, los reclamos aumentan y la falta de libertad es más asfixiante"

Enviar dinero

Coincide con él el sociólogo de la Universidad Internacional de Florida, Lisandro Pérez, quien considera que gran parte del exilio reciente, el que llegó a partir de 1980, tiene como uno de sus objetivos prioritarios ayudar a su familia en Cuba: "Es un exilio menos politizado y de menos recursos económicos, un exilio que quisiera poder enviar dinero a la isla y visitar a sus familiares".

Ambos tienen razón. El drama de los balseros muertos en el estrecho y el desarraigo que sufren los exiliados más jóvenes es un problema mucho más grave que la intolerancia que enfrenta desde hace 34 años a La Habana y a Miami. "La alta política cambia según las circunstancias, nuestro sufrimiento es permanente", asegura con dolor Ester Ramírez, una marielita de 50 años.

Ester vive en una pequeña casa de una habitación en Miami, y todo el tiempo se lo pasa pensando en su hermana, Altagracia, que vive en el barrio habanero de Guanabacoa. "Desde que llegué a esta ciudad he vivido estrecha, ahorrando dinero para poder enviarle sistemáticamente algo a Alta". Ester es una persona tierna, inocente y muy sabia. "Cuando aquí y en La Habana interese, los políticos se arreglarán", susurra con amargura. "Pero ya a mí nadie me va a quitar estos 13 años de sufrimiento y dolor por estar separada de mi hermana".

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