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De Palestina a un país imposible

La debilidad del liderazgo de Yasir Arafat resta credibilidad al futuro Estado palestino

La figura de Yasir Arafat, junto al presidente egipcio, Hosni Mubarak, resultaba el martes pasado verdaderamente patética. Su otrora regordete torso se había reducido a proporciones casi famélicas, y ese permanente gesto de orgullo con el que acostumbraba a dirigirse a su audencia se había tranformado en una sonrisa fija y casi boba."La huella de Egipto se encuentra en muchas páginas de este plan", dijo, refiriéndose a la propuesta que le otorgará, a él y a su desacreditada Organización para la Liberación de Palestina (OLP) dos pequeñas Palestinas en medio del dolor de la ocupación israelí. Aquello de "huella" hizo que el plan sonara como un crimen -algo que sospechan muchos palestinos-, pero Arafat no era consciente de ello, intentaba ser amable con Mubarak.

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¿Era éste el mismo hombre, me pregunto, que se encontraba en 1983 en un piso de Trípoli -cansado pero orgulloso, con exceso de peso pero líder indiscutible de su pueblo- mientras las bombas sirias, otro de sus enemigos en Oriente Próximo, estallaban en los alrededores del edificio? En aquel momento, se había quitado la kufia, y parecía curiosamente vulnerable, mientras su calva reflejaba la luz del sol. "Por favor, fotografías no", había murmurado, pero lo que yo deseaba era preguntarle qué ocurriría de no recibir algún día el mandato administrativo sobre toda Palestina.

"Viviremos en cualquier rincón de nuestra tierra, incluso en un metro cuadrado," contestó. En aquella época, ya había abandonado la idea de la tierra que era entonces Israel. "¿Qué ocurriría entonces si volviera a Cisjordania, pero no a Gaza?", le pregunté, "¿o a Gaza, pero no a Cisjordania? ¿Qué ocurriría si sus colegas se negaran a aceptar esa fórmula?". El peligroso atractivo de la oferta de Gaza y Jericó -pero no del resto de Cisjordania- no se me había ocurrido nunca a mí, ni, sospecho, a él tampoco. Mis notas sobre aquel encuentro de hace casi una década muestran que replicó lo siguiente: "Nos estableceremos en cualquier rincón de mi tierra. Pero estaremos todos unidos y tendremos nuestro Estado. Los palestinos son un pueblo unido. Hoy, tenemos la democracia entre las armas, y seguiremos siendo democráticos y nos mantendremos unidos."

Le recordé entonces lo que había ocurrido con Michael Collins, el líder del IRA (Ejército Republicano Irlandés) que logró la independencia del Reino Unido en 1920, pero que fue obligado a aceptar sólo 26 de los 32 condados de Irlanda. ¿Sabía que las guerrillas irlandesas que luchaban por la independencia se escindieron a raíz de aquel acuerdo y que, en un oscuro camino del condado de Cork, Collins fue eliminado por los mismos irlandeses con los que había luchado por la independencia?

Collins era un hombre infinitamente más sincero que Arafat, pero el líder de la OLP escuchó en silencio. Su rostro se puso sombrío cuando le describí cómo el Ejército británico que se retiraba de Dublín suministró la artillería para que los hombres de Collins destruyeran a sus antiguos compañeros. "¿Qué ocurriría si los israelíes acabaran proporcionándole las armas para destruir a aquellos compañeros suyos que rechazaran el acuerdo?", le pregunté. "Nunca," exclamó, nunca.

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Bueno, veremos. El pasado fin de semana, uno de los detractores de Arafat en el Frente Democrático para la Liberación de Palestina comentaba desde un sucio campo de refugiados de Beirut: "Los israelíes harán con Arafat, lo mismo que han hecho con los libaneses. Cuando abandonaron la región libanesa de Chouf, los israelíes instigaron una guerra entre cristianos y drusos. Cuando se retiraron de Sidón, iniciaron una guerra civil entre sunníes y cristianos. Ahora abandonan Gaza bajo el control de Hamás [los militantes de la resistencia islámica] y dejan que Arafat se enfrente a ellos. Y entonces dirán los israelíes: '¿Véis cómo los palestinos luchan entre sí? ¿Cómo vamos a darles CisJordania cuando se comportan de esa manera?'. Y ésa será la excusa para asegurarse de que los asentamientos provisionales serán definitivos. Los palestinos no recuperarán el resto de Cisjordania ni nada de Jerusalén".

Claro está que, al ver la bandera palestina ondear en Jericó y en Gaza, muchos palestinos que desconfían de Arafat se felicitarán de que un rincón de su tierra les haya sido devuelto. Pero, según sus comentarios de aquellos años, los ingredientes de un compromiso sobre CisJordania están ahí. Y lo que más sorprende a los detractores árabes y enemigos de Arafat no son tanto las Implicaciones políticas de aceptar el plan israelí, como la situación de debilidad a que se ha permitido llegar antes de aceptarlo.

Acusado de corrupción y traición por sus compañeros, arruinado económicamente por los árabes del Golfo debido a su apoyo a Sadam Husein en 199091, Arafat parece ahora un desahuciado que trata de volver a vender su casa al banco. Lógicamente, la derecha israelí se pregunta por qué hay que confiar en un desahuciado, mientras los palestinos se preguntan si Arafat tiene posibilidades de vender esa casa. "Usted se equivoca", me advirtió el escritor egipcio Mohamed Heikel cuando le expuse esta idea en El Cairo, hace unos días: "Arafat ya ha vendido la casa; y dos veces".

¿Y qué vendrá después de que los israelíes y Arafat proclamen su mutuo entendimiento, dejando a sirios y jordanos entre recelosos y perplejos? El rey Hussein ya ha expresado en privado su alivio porque Jordania no puede seguir sacrificándose en aras de la tierra palestina. El presidente sirio, Hafez el Asad, no está tan satisfecho: ¿Y si el acuerdo provisional palestino fructifica antes de la promesa israelí de retirarse del Golán? Atención entonces a los posibles ataques de Hezbollah, instigados por Siria, sobre las fuerzas israelíes de ocupación en el sur del Líbano.

Con todo, ¿qué es Jericó sino el Cheltenham [la pequeña ciudad inglesa, donde tiene su principal centro espía el Gobierno británico y muchos de cuyos habitantes viven de ello] de Palestina, cuyos habitantes están con Arafat porque el proiraní Hamás nunca ha conseguido su apoyo y porque los colonos judíos rara vez han ambicionado su tierra? Gaza es el lugar donde puede producirse la caída de Arafat, ya que, a pesar de la propaganda de la OLP, sus calles, mezquitas y negocios están casi totalmente controlados por Hamás, que defiende la revolución islámica armada y no una paz nacionalista. Esta actitud, que fue en un principio estimulada por Israel como contrapeso a la OLP, se ha ido cargando de violencia, después de años de brutal ocupación israelí. ¿Cómo puede Arafat hacerse cargo de Gaza sin que se produzcan enfrentamientos entre sus guerrillas de Fatah y Hamás?

Con una revolución islámica ya en marcha dentro del propio Egipto, Mubarak nunca podría permitir un levantamiento armado integrista junto a sus fronteras. Egipto tendría que llevar sus propias tropas a Gaza, y entonces no veríamos la gestación de un Estado palestino sino un protectorado egipcio en Gaza y una pequeña ciudad imposible, risiblemente llamada Palestina, emplazada alrededor de la mansión de Jericó en que Arafat decidiera instalarse. Es cierto que el viejo Arafat puede tener todavía algunas cartas en la manga, pero está tratando con el Gobierno estadounidense más proisraelí de la última generación, y su situación personal entre los palestinos es la más delicada de todo su liderazgo. ¿Cómo puede evitar recordar lo que le ocurrió al último líder árabe que firmó la paz con Israel y recuperó un territorio, el Sinaí, para constatar a continuación que los judíos no entregarían el resto, CisJordania, a los palestinos? Anuar el Sadat fue asesinado hace doce años escasos. ¿Le aguarda el mismo destino -por cortesía de Israel y de Bill Clinton- al potencial Michael Collins de la OLP?

The Independent / EL PAÍS.

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