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Reportaje:

La fábrica de Chamartín

Tras sucesivas remodelaciones, el estadio del Real Madrid ha logrado el aspecto de una factoría

La célebre frase de Di Stéfano que se despedía de la familia y marchaba al Bernabéu diciendo: "Me voy a la fábrica", se encuentra hoy al alcance de todos los aficionados. El estadio del Real Madrid, tras sucesivas remodelaciones, ha logrado por fin el aspecto de una factoría. No presenta el peor aspecto de su historia; sí, en cambio, el más complejo. Los famosos grabados de Escher son fáciles parientes de los nuevos volúmenes (cilíndricos, plisados y helicoides) que evocan una secuencia de quebradas, silos, desagües y calderas. El Estudio Lamela, autor de la reforma, que ha provocado también acontecimiento en la plaza de Colón de Madrid con el remate déco de sus viejas torres gemelas, repite suceso con el nuevo rostro para la sede del Real Madrid. Lo más polémico de la obra y a la vez su más enérgico emblema son las cuatro torres de acceso, izadas sobre las esquinas. De una parte se corrigió a última hora el Plan General de Madrid para tolerar que los gruesos cilindros invadieran las aceras. De otra parte, su presencia determina la musculada corpulencia del estadio. Ahora, el Santiago Bernabéu no es aquella figura selecta de los años cuarenta ni tampoco el modesto pastel de chocolate y hojaldre que se acabó sirviendo en el Mundial 82. De golpe, las ideas suaves han sido reemplazadas por un porte brutalista, el estilo de pases a ras del suelo por trazos gordos y altos. El espectador que adquiera una entrada en el último de los dos anfiteatros construidos podrá comprobar este último punto especialmente.El pánico escénico se ha multiplicado por dos al nivel del cuarto anfiteatro. Los arquitectos responsables han instalado sólidas barandillas a lo largo de las filas superiores para evitar despeñamientos, pero el vértigo es incurable. Con ello se han ganado 20.000 localidades de asiento de un plástico azul mahón muy resistente y acorde con el color que el club quiere extender por las crecidas gradas. Por el momento, no todas han sido remodeladas, ni tampoco remozado enteramente el interior. Más bien el conjunto resulta hoy una miscelánea de estilos y materiales a lo largo de los tiempos. En la tribuna principal quedan los troncos para los asientos y la antigua chapa semienvolvente donde se apoyan las espaldas de la afición con puro. Hay vestigios de las antiguas rejas de la jaula de los monos y espacios muy lóbregos que remiten el estadio a indeseables empleos policiales. Al lado de estos ámbitos vetustos, o, mejor, por encima de ellos, la nueva obra facilita perspectivas amenas y limpias tanto en el penúltimo como en el último piso. En general, el sufrido aficionado se sentirá bien tratado por la reforma. No verá aumentado su bienestar material en alto grado, pero la vista por secciones, aparte de otros aportes, ha sido parcialmente complacida.

En opinión de los arquitectos, si el confort no se incrementa más con la reforma es debido tanto a las limitaciones económicas que ha impuesto el club como a la experiencia del mal uso que el hincha dedica a los enseres. Las instalaciones son así de ruda especie: perfiles de acero galvanizados, pinturas de roce abrasivo, revestimientos de piedra punzante, con lo que se pretende evitar, de un modo u otro, que el público los sobe y los desgaste. Los lavabos, sin embargo, aunque inspirados en una idea penitente, han mejorado mucho.

El asistente será liberado de chapotear en aquellos lavajos marrones que crecían de un domingo a otro sobre los suelos de los pequeños muladares hacinados. Ahora existe toda una nueva planta destinada a aseos de caballeros y de señoras; infinitos, correlativos, interminables, todos ellos marcados con carteles de azul vitamina concebidos por los mismos rotulistas de la Expo, que allí, en cambio, no lo hicieron tan mal. Aquí han errado en los tonos, en la escala y en la distribución de iconos sobre algún panel empachoso que, por si le faltaba algo a su desgarbo, a menudo lo flanquean pegatinas reglamentarias para salidas de urgencia con los colores amarillos y verde en clave de paludismo.

Caben, pues, diferentes reparos, aunque el conjunto merezca aprobación general, arquitectónica e incluso económica. Según Carlos Lamela, uno de los arquitectos, la empresa constructora facturará unos 4.000 millones por todo. En la ampliación del estadio milanés de San Siro, pionero en la construcción de las torres extracorpóreas para el acceso, se consiguieron 17.000 asientos por un total de 15.000 millones de pesetas, hace cuatro años. Por otra parte, la constructora Ginés y Navarro ha actuado con eficiencia ante las necesidades de cada encuentro y también en lo que se considera el mayor alarde técnico de la obra consistente en izar la cubierta sin desmontar con cables, focos, publicidad y marcador electrónico pegadoshasta la cima del último anfiteatro. Esta solución, que ahorró tiempo y presupuesto, planteó en todo caso el problema de no cubrir, en las tardes de lluvia inclinada, un sector de localidades principales, y hubo necesidad entonces de concebir una marquesina suplementaria muy ligera y de techo retráctil (para evitar la carga de grandes nevadas) que, por primera vez en un estadio, se encarama sobre otra de similar función. El

efecto es necesariamente raro, pero los técnicos fingen sentirse felices.

No existen, de acuerdo con el espíritu de ahorro, ningún otro componente innovador que mencionar. Ni fibras ópticas ocultas, ni ascensores ultrarrápidos, ni lujos de cinco estrellas en los salones de la presidencia. Los nuevos palcos están forrados en formica cocinera de color azul pálido y otros cubiertos por una fina lámina de corcho. El piso parece de pizarra, pero es de plástico fruncido. Cada palco, de los que se espera construir centenar y medio, pero de los que apenas funcionan unos cuantos, contiene una quincena de butacas de color gris jaspeado y disponen de nevera, un lavabo y, en opción, de aire acondicionado. Ofrecidos a las empresas o a peñas de amigos se pondrán a la venta por un importe de 25 a 30 millones de pesetas y serán, utilizables por 10 años. Gracias a esta venta el club espera reforzar los ingresos insuficientes que están haciendo tambalear sus cuentas desde hace varias temporadas, pese a las ayudas de Dorna y la mano que el municipio le viene echando con licencias como La Esquina del Bernabéu, centro comercial sin gracia arquitectónica, es obra de Luis y Rafael Alemany Indarte, responsables, a la vez, de la reforma del campo para el Mundial de 1982 e hijos de Luis Alemany Soler, que, junto a Muñoz Monasterio, construyeron el primer estadio en 1947, y su ampliación, en 1953. "Si un arquitecto extranjero viniese a juzgar este edificio", decía sobre el estadio el gran maestro Gutiérrez Soto en aquel tiempo, "es probable que encontrara la estructura y las fachadas demasiado sinceras y faltas de emoción y originalidad; pero nosotros, arquitectos españoles que hemos vivido todo el proceso de nuestra arquitectura después de la guerra, y que sabemos las dificultades de todo género que hemos atravesado, debemos ser más humanos al juzgarlo, sobre todo teniendo en cuenta que, al llegar a las fachadas, los arquitectos no disponían de más dinero que el justo para terminar su obra interior de una manera correcta". Penuria tras penuria: 1953, 1993. Paso a paso, sin embargo, los responsables del club se plantean, a partir de lo que ahora ya existe (con capacidad para 106.000 espectadores, 76.000 sentados), ir enriqueciendo y mejorando los servicios. Desde el exterior, con el Estudio Lamela y a costa de las aceras y los peatones, la obra ha conquistado vistosidad y fuerza. Ahora falta que la fábrica en su interior genere, en esta última etapa menos próspera, el producto futbolístico que abastezca física y simbólicamente su arquitectura inaugurada.

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