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Reportaje:

Atrapados entre Oriente y Occidente

Los dos millones de musulmanes bosnios tratan de defender un país que se muere

Miguel Ángel Villena

Armir tiene 30 años, es soltero y trabajaba como informático antes de la guerra. Viste pantalones vaqueros y camisetas de colorines, le encanta el vino, come carne de cerdo y no respeta, por supuesto, el mes del Ramadán. Ni se le ha pasado por la cabeza acudir en peregrinación a La Meca. Pero este joven de pelo moreno y ensortijado se indigna cuando alguien le dice que no es un buen musulmán. Salvo la gente anciana, el resto de los dos millones de musulmanes de Bosnia-Herzegovina responden al perfil de Armir. Comunidad religiosa en el centro de Europa, sin un Estado que la proteja, los musulmanes tratan de defender un país que se les muere en medio de la indiferencia del resto del mundo, incluidos los países islámicos. Habitantes desde hace siglos de una tierra de frontera, los musulmanes bosnios tienen la cultura y la cabeza de Occidente y los sentimientos y la religión de Oriente.Bosnia-Herzegovina, la martirizada república de 4,5 millones de habitantes de los que alrededor del 40% son musulmanes, es la única nación con toda seguridad en Europa, y quizá en el mundo, que se identifica por su religión y no por su lengua o su carácter étnico. Encerrados históricamente en una tenaza formada por los serbios y los croatas, Bosnia siempre ha dependido y ha estado integrada en imperios o Estados poderosos. Bajo el dominio turco desde mediados del siglo XV hasta finales del XIX, época en la que una parte de la población se convirtió al islam, el imperio austríaco controló el país hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial. Integrada a partir de 1921 en Yugoslavia, Bosnia nunca ha logrado ser independiente en su tormentosa historia.

Equilibrios entre naciones

Posteriormente, el delicado juego de equilibrios entre naciones y religiones que practicó el mariscal comunista Tito durante su dictadura otorgó a Bosnia-Herzegovina un nominal estatuto de nación. La relativa industrialización de la que se benefició Bosnia, la aparición de clases medias urbanas y profesionales en ciudades como Sarajevo, Zenica o Mostar y el deseo de evitar fricciones con otras repúblicas elevaron el rango de la comunidad musulmana en la Constitución yugoslava de 1974. Pero estos rasgos de especifidad pertenecen a la historia, y a ellos se han agregado dramáticamente otros.

Como señala Mustafá Ceric, el líder de los musulmanes de Bosnia, "somos especiales porque hemos sido asesinados impunemente por los serbios, porque la comunidad internacional nos ha abandonado y porque no somos lo suficientemente europeos para ser protegidos por Europa ni sobradamente orientales para recibir el apoyo de los países islámicos. Tenemos una educación occidental, pero sentimientos orientales".

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Quizá sea este cruce, esta mezcla, la que ha actuado como una guillotina en esta guerra de los Balcanes, donde la limpieza étnica ha sido la consecuencia más desastrosa del auge de los nacionalismos tras la caída del bloque comunista. Víctimas principales de este conflicto, con cerca de 30.000 mujeres musulmanas violadas por los serbios como uno de los hechos más repugnantes, los seguidores del islam no han contado con la protección de otros Estados cercanos, como es el caso de las minorías serbias y croatas de Bosnia.

En busca de una salida

Ahora, con un país a punto de ser dividido en la conferencia de paz de Ginebra, los musulmanes buscan desesperadamente una salida al mar y un acceso al río Danubio que les permita respirar en medio de la opresión militar y económica de sus vecinos serbios y croatas. La perspectiva de una partición ha radicalizado a sectores de la Armija, Ejército de mayoría musulmana fiel al Gobierno de Sarajevo, y a grupos políticos y religiosos. Las ofensivas serbias y croatas de los últimos meses han fragmentado el territorio en poder de los musulmanes, cuya cadena dé mando no funciona y cuyas fuerzas padecen la falta de armas por el embargo internacional.

"Europa es culpable de perseguir a los musulmanes", manifiesta sin rodeos Mustafá Ceric en su despacho de la mezquita de los zares, en Sarajevo. "Creo", añade, "que por dos razones. De un lado, el complejo de culpa por los excesos cometidos durante las colonizaciones, y en segundo lugar, por el sentimiento de inferioridad frente a la cultura islámica. No se entendería si no fuera así que Occidente haya permitido la destrucción de ciudades enteras o los asesinatos en masa". En parecidos términos se expresó recientemente el máximo comandante militar de la Armija, Rasim Delic, que pugna estos días por mantener unido a un Ejército cada vez más disperso y a las órdenes de cabecillas que se radicalizan según se aleja la posibilidad de una intervención occidental en Bosnia.

Entretanto, la religiosidad de los dos millones de musulmanes bosnios sigue teñida de aspectos relajados y tolerantes. Las mezquitas forman parte más del patrimonio artístico que de centros religiosos, y sólo una minoría se dedica a estudiar el Corán. A pesar de los miedos de las cancillerías occidentales por un rebrote de integrismo islámico en el centro de Europa -un temor alentado por serbios y croatas durante toda la guerra-, los bosnios musulmanes siguen viviendo más el islam como un conjunto de tradiciones y una filosofía tolerante de vida que como una religión llena de normas y liturgias.

Tanto los dirigentes religiosos como militares se niegan con uñas y dientes a cualquier posibilidad de división de su país. "Hemos sido multiétnicos y multirreligiosos durante siglos y así permaneceremos", manifiestan de modo tajante.

La evolución de la guerra de los Balcanes puede darle la razón a Zdravko Grebo, uno de los integrantes de la presidencia colegiada de Bosnia-Herzegovina.

"Quieren crear una reserva musulmana, como las que existen en Norteamérica para los indios sólo que con menos tierra. La única industria que estará al alcance de los musulmanes será el turismo: la gente vendrá y pagará por ver a los únicos musulmanes originarios de Europa".

Muerte en el nombre de Dios

Centenares de mezquitas, de iglesias católicas y de templos ortodoxos han sido destruidos o gravemente dañados por las bombas en Bosnia-Herzegovina desde que comenzara la guerra, en abril de 1992.Al compás de los bombardeos y de los asesinatos masivos, el factor de radicalización religiosa también ha manchado de sangre este conflicto. Una sociedad que fue tolerante para dar respetuoso cobijo a tres religiones distintas ha acentuado el odio hacia el enemigo en nombre de unos dioses que ahora están enfrentados en el campo de batalla.

Soldados que exhiben medias lunas o cruces católicas u ortodoxas dan fe en las líneas del frente o en los controles militares de que el conflicto de Bosnia ha derivado también en una lucha de religiones.

En los tres bandos en litigio los símbolos religiosos están adquiriendo cada día más protagonismo.

Así se explica la creciente aparición de sectores radicales islámicos, que llevan el Corán como bandera; los mües de peregrinos católicos que acuden a la ermita de Medjugorje, situada junto al cuartel general de los cascos azules españoles y a apenas 20 kilómetros de las zonas de combate o la adoración que los serbios profesan por el monasterio de Gracanica, una joya de la arquitectura bizantina en el corazón del Kosovo albanés.

Salvo honrosas excepciones, las autoridades religiosas no han escapado al furor de la artillería y han justificado, como en tantos otros conflictos bélicos, la guerra santa contra el adversario.

En el nombre de Dios también se ha asesinado, violado y destruido en este antaño ejemplo de convivencia religiosa que se llama Bosnia-Herzegovina.

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