La salud de Rusia
LA EPIDEMIA de difteria que azota hoy a Rusia pone de relieve la pérdida de calidad de vida que se ha producido como consecuencia de la profunda crisis económica y sociopolítica en que se encuentran tanto este país como las otras repúblicas -a excepción de las bálticas- que formaban la desaparecida Unión Soviética. El problema está en dilucidar si esta situación se debe a la desintegración de la URSS y a la nueva política económica del Gobierno ruso, que ha descuidado sectores sociales importantísimos, como la educación y la medicina, por no estar en condiciones de financiarlos, o si es un proceso que tiene sus raíces en el mismo sistema comunista, que ya mucho antes de 1991 estaba en crisis y en descomposición.Los partidarios de la primera tesis aducen que las epidemias son hoy algo natural si se tiene en cuenta que se ha destruido el sistema sanitario anterior, uno de los orgullos del poder soviético. Es indiscutible que en la época de Bréznev, por ejemplo, no se podía ni siquiera imaginar que enfermedades prácticamente desaparecidas rebrotaran con furia. También parece incontestable que la falta de financiación es una de las causas de la desastrosa situación en que se halla hoy la medicina rusa, con su escasez de remedios, vacunas y hasta jeringuillas desechables.
Sin embargo, los partidarios de la segunda tesis recordarán el horrible caso de infección de sida de varias decenas de recién nacidos en la ciudad de Elistá, capital de la República de Kalmikia, en la Federación Rusa. Aquella desgracia sucedió en 1987, mucho antes de la desintegración de la URSS y del paso a la economía de mercado. La tragedia de Elistá demostró claramente la crisis del sistema soviético y en particular del sistema sanitario. La negligencia del personal hospitalario y la falta de higiene condenaron a muerte a medio centenar de bebés. Además, es un hecho que en la última etapa del régimen soviético ya no se recomendaba dar a luz en las maternidades de Moscú: la mayoría de ellas estaban infectadas con estafilococos, que contagiaban a madres e hijos.
La verdad, como siempre, es más compleja. Seguramente unos y otros tienen razón: el sistema sanitario soviético ya estaba en crisis, pero la política del Gobierno ruso, lejos de solucionar esta crisis, la ha agudizado; por lo menos, para la mayoría de la población. Porque, si bien es cierto que hoy existen clínicas que cuentan con medicinas, vacunas, jeringuillas desechables y equipos modernísimos, no es menos cierto que ahora hay que pagar para ser atendido en ellas. Y la gran mayoría de la población no está en condiciones de hacerlo. La medicina al alcance de todos ya no existe.
Lo que sorprende no es este hecho, sino la pasividad de la gente. Protestan los médicos y los profesores, pero apenas los ciudadanos comunes, víctimas de ésa situación. No todos se enferman a la vez, no todos se enfrentan simultáneamente con que no tienen suficiente dinero para comprar las medicinas que necesitan o para pagar una buena educación de sus hijos porque la que dan en las escuelas estatales es cada día peor. Los pocos intelectuales que alzan su voz de alarma ante esta situación no constituyen más que un clamor en el desierto: nadie los escucha. Y el día de mañana la sociedad rusa deberá comenzar a luchar por algo que ya tenía: una medicina y una educación al alcance de todos.
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