_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Imagen simbólica de una ciudad

Un estudio integral y una detallada reproducción fotográfica permitirán reconstruir para la próxima primavera el KappelIbrücke de Lucerna, el puente de madera arrasado por un incendio.

El pasado día 18 ardió un viejo puente de madera del siglo XIV en la ciudad suiza de Lucerna. El suceso que conmocionó al país, pudo, sin embargo, resultar una noticia intranscendente para muchos, desconocedores de que el fuego estaba devorando el símbolo de la ciudad -como pudiera suceder con la Torre Eiffel o el Golden Gate-, y de que cualquier evocación de la misma haría aflorar nítidamente de la memoria la imagen icónica del Kappellbrücke destacando sobre el difuso fondo de un caserío sin estridencias que asciende desde los muelles hacia las verdes colinas de Musegg, Gütsch y Dietschiberg; una imagen dotada de tal potencia que incluso anularía la presencia del vecino Spreuerbrücke, también tendido sobre el río Reuss, igualmente medieval -apenas un siglo más joven- y de similares características y funciones.El proceso por el cual este puente -uno entre los más de 150 ejemplares que se conservan aún en el territorio helvético- se fue invistiendo de las múltiples subestructuras profundas, esenciales, que lo elevarían finalmente a la categoría superior de imagen simbólica desde su humilde origen funcional, fue lento pero no excepcional.

En el principio estuvo la necesidad de salvar un curso de agua estableciendo un paso estable entre ambas orillas: el lugar -en el sentido de Heidegger- tendría su origen en el puente, estratégicamente situado junto a la desembocadura del río en el lago de los Cuatro Cantones -Vierwaldstättersee-. Después, de los recursos propios de un país pródigo en bosques arrancaría la tradición de la construcción en madera, iniciada tendiendo simples troncos sobre la corriente, para complicarse progresivamente en la conquista de mayores luces, creando entramados émulos del famoso puente que construyó César sobre el Rin -alabado por Vitrubio y por Palladio- o incluso de los arcos del no menos celebrado puente levantado por Trajano sobre el Danubio cerca de Orsova (Rumania), obra del ingenio de Apolodoro de Damasco cuya imagen quedaría congelada en la piedra de la Columna de Trajano... Tal tradición fue ampliamente recogida en la Centroeuropa medieval, donde las construcciones en madera proliferaron y llegaron a ser especialmente consideradas dentro de las artesanías populares, dando fama a familias enteras de carpinteros como los Grubenmann: estructuras para puentes, estructuras para edificios públicos -especialmente iglesias-, frecuentemente fundidas en su doble evocación del cobijo y del camino.

Circunstancias formalizadas en un largo puente de 285 metros de longitud -del que actualmente restaban 200 metros- de planta quebrada, oblicua al cauce y apoyada en el tramo intermedio en una torre octogonal de piedra -la Wasserturm- que eleva su silueta sobre el desarrollo horizontal del paso, constituyendo una inflexión tanto en el perfil como en la planta.

Y circunstancias reunidas en la vieja obra mutilada por las llamas: a la vez paseo de ronda -como parte de la defensa de la villa que aún conserva restos de la muralla con siete torres- protegido de las inclemencias del tiempo por una cubierta a dos aguas soportada por 54 cerchas trapezoidales situadas ordenadamente a una distancia casi constante, y reforzadas con tirantes y jabalcones; y vía de acceso al pequeño núcleo urbano que se había consolidado a raíz del establecimiento del puente y se había visto sucesivamente impulsado por la fundación de un convento de benedictinos y, fundamentalmente, desde que se convirtió en una etapa esencial en la comunicación entre Italia y Flandes a raíz de la apertura en el siglo XIII de la ruta del Gotardo; travesía sobre el río conformada por una sucesión de 27 tramos rectos de madera con jabalcones, apoyados sobre tres pilas del mismo material -salvo en los tramos extremos- y sección cuadrada. No obstante la breve descripción, se, evidencia la desconexión existente entre los ritmos de ambas estructuras -puente, cubierta obediente la del primero a las exigencias de una cimentación sólida.

Exhibía además el puente su condición didáctica en una serie de pinturas y versos referentes a la historia de la ciudad y de sus santos patrones -san Mauricio y san Léger-, obra de 1611 debida a Heinrich Wägman; ilustraciones de un pasado de la ciudad en el que se constituyó en reducto católico, cabeza de la resistencia dentro de la ofensiva de la Reforma.

Hoy el símbolo largamente gestado ha estado a punto de desaparecer, pero afortunadamente la conciencia patrimonial y la sensibilidad del país hacia su herencia cultural habían llevado antes del incendio a su estudio integral detallado y a su completa reproducción fotográfica, lo que permitirá inaugurar su reconstrucción en la próxima primavera. Que cunda el ejemplo.

Tomás Abad Balboa es profesor de Historia y Estética de la Ingeniería en la Escuela de Ingenieros de Caminos de Madrid, y Pilar Chías Navarro es profesora titular de Expresion Gráfica en la Escuela de Arquitectura de Madrid. Ambos dirigen, con J. A. Fernández Ordóñez, la catalogación de puentes españoles.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_