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Los chuetas

A mí de la intolerancia lo que me molesta no es sólo la intolerancia, sino su idiotez. Como decir que los no vascos tienen el cráneo de un tamaño que hace inviable su vasquidad o que los judíos, cuya nariz es indefectiblemente aguileña, siempre están al acecho para ver cómo nos matan a un mesías. Menos mal que ahora, a los judíos, en lugar de internarlos, basta con mantenerlos a raya. Faltaría más. Aquí todos somos libres.En la localidad mallorquina de Sa Pobla tienen una armada con los chuetas (simpático apelativo con que se conoce a los judíos en estas tierras) que se corre el riesgo de que un día el pueblo indignado cosa a tortas a un comerciante local, joyero por más señas, que intervino hace poco en una tertulia y explicó las perrerías que le hacían en el colegio sus compañeros y, sobre todo, los curas. Y en cuanto a casarse con una cristiana, no digamos.

Con gran sutileza, el párroco de Sa Pobla (que no es antisemita porque para eso es católico) ha salido en defensa del pueblo, asegurando que las afirmaciones del chueta ofenden la dignidad y buen hacer de la noble villa. Qué casualidad que el ofensor sea un judío, caramba. Miquel Mulet, que así se llama el reverendo, escribe cartas incendiarias a los periódicos. A éstas han contestado las gentes de bien con argumentos que ridiculizan al cura y a quienes lo apoyan. Y así, a medida que sube el tono de la correspondencia, crece el ridículo de los antichuetas. Y cuanto mayor el ridículo, más se arriesga que se lancen a la calle a utilizar el supremo argumento de las bofetadas. Siempre es igual. Sólo falta que empiece a circular discretamente el rumor de que los terribles incendios forestales de este verano en la isla se deben a alguna oscura maquinación chueta. Como cuando los jesuítas envenenaban los caramelos de los niños, vamos.

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