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Tribuna:RELATOS DE VERANO
Tribuna
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La sombra del águila (6)

La carga de Sbodonovo

ResumenCampaña de Rusia, 1812. En plena batalla de Sbodonovo, a las puertas de Moscú, un batallón de ex prisioneros españoles, capturados en Dinamarca y enrolados a la fuerza en la Grande Armée napoleónica, intenta pasarse al enemigo. Desde su puesto de mando, Napoleón interpreta erróneamente el movimiento como un ataque heroico, y ordena al mariscal Murat una carga en socorro de aquellos valientes.

Desde su colina, el Enano había visto abatirse la bandera del 326 a pocas varas de los cañones rusos, justo en el momento en que el alférez Muñoz se disponía a sustituirla por la sábana blanca y todos nos preparábamos allá abajo para consumar la deserción, echando a correr hacia los Iván sin disimulo alguno. Era tal la que en ese morenito nos caía encima, raas-zaca-bum y cling-clang por todas partes, que la humareda de los sartenazos ruskis cubría otra vez el avance del batallón, ocultándolo de nuevo a los ojos del Estado Mayor imperial. Con el catalejo incrustado bajo la ceja derecha, el Petit Cabrón fruncía el ceño.-Ha caído el águila -dijo, taciturno y grave.

A su alrededor, todos los mariscales y generales se apresuraron a poner cara de circunstancias. Triste pero inevitable, Sire. Heroicos muchachos, Sire. Se veía venir, etcétera.

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-Ejemplar sa-sacrificio -resumió el general Alaix, emocionado.

De abajo, del flanco derecho cubierto de humo de pólvora, llegaban unos estampidos horrorosos. Ahora era una especie de pumba-pumba en cadena. Toda la artillería rusa parecía ametrallar a bocajarro al batallón, o lo que quedara de él a esas alturas del episodio.

-Escabeche -dijo el mariscal Leloup, siempre frívolo- Los van a hacer escabeche... ¿Recordáis, Sire? Aquel adobo que nos sirvieron en Somosierra. ¿Cómo era? Laurel, aceite...

-Cierre el pico, Leloup.

-Ejem, naturalmente, Sire.

-Es usted un bocazas, Leloup -el Petit lo miró con la misma simpatía que habría dedicado a la boñiga de un caballo de coraceros- Están a punto de hacer trizas a un puñado de valientes y usted se pone a disertar sobre gastronomía.

-Disculpad, Sire. En realidad, yo...

-Merece que lo degrade a comandante y lo envíe allá abajo, al maldito flanco derecho, a ver si se le pega a usted algo de patriotismo de esos pobres chicos del 326.

-Yo... Ejem, Sire -Leloup se aflojaba el cuello de la casaca, con ojos extraviados de angustia- Naturalmente. Si no fuera por mi hernia...

-Las hernias se curan como soldado de infantería, en primera línea. Es mano de santo.

- Acertada preciación, Sire.

- Imbécil. Tolili. Cagamandurrias.

Ése soy yo, Sire. Me retratáis. Clavadito.Y el pobre Leloup sonreía, conciliador, entre la chunga guasona del mariscalato, siempre solidario en este tipo de cosas.

-A ver, Alaix -el Ilustre había vuelto a mirar por el catalejo-. Anote: Legión de Honor colectiva para esos muchachos del 326 en caso de que alguno quede vivo, cosa que dudo. En todo caso, mención especial en la orden del día de mañana, por heroísmo inaudito ante el enemigo.

-He-hecho, Sire.

-Otra cosa. Carta a mi hermano José Napoleón Bonaparte, palacio. real de Madrid, etcétera. Querido hermano. Dos puntos.

Y el Ilustre se puso a dictar con destino a su pariente, ése que los españoles llamábamos Pepe Botella por aquello del trinque o la maledicencia, vaya usted a saber, dicen que le daba al rioja pero que tampoco era para tanto, o sea. El caso es que el Petit se despachó a gusto aquella mañana en la moda lidad epistolar desde la colina de Sbodonovo y con Alaix dándole al lápiz a toda leche. Hermanito del alma, tanto llorarme sobre tus súbditos, que si no hay quien gobierne con esta gente y tal, a ver quién se las arregla en un país donde no hay cinco que tomen café de la misma forma, solo, cortado, doble, con leche, para mí un poleo, donde los curas se remangan la sotana, pegan tiros y dicen que despachar franchutes no es pecado, y donde la afición nacional consiste, en darle un navajazo al primero que dobla la esquina, o arrastrar por las calles a quienes sólo cinco minutos antes se ha estado aplaudiendo, y a menudo con idéntico entusiasmo. Me cuentas eso en cada carta, querido hermanito, dale que te pego con lo que vaya regalo envenenado te hice, y que antes que rey de España hubieras preferido que te nombrara arzobispo de Canterbury, nos ha jodido. Pero, entre otras cosas, Canterbury no lo hemos conquistado todavía, y España, para que te enteres, aunque esté lleno de españoles es un país con mucho futuro.- Así que ya está bien de tanta queja y de tanto chivarte a mamá de lo mal que lo pasas en Madrid. Para que te enteres, un batallón de tus súbditos acaba de cubrirse de gloria a las puertas de Moscú, por la cara. Así que ve tomando nota, Pepe. Que no te enteras. Un capullo, eso

es lo que eres. Desde pequeño siempre has sido un capullo.-Pásemelo a la firma, Alaix. Y despáchelo.

-A la orden, Si-sire.

-Y ahora, ¿alguien puede decirme dónde está Murat?

No hizo falta. En ese momento, un marcial toque de corneta ascendía hacia la colina desde el flanco derecho, y mariscales, generales, edecanes, ayudantes y correveidiles al completo saludaron con alborozo la buena nueva, hablando del rey de Roma, es decir, el de Nápoles. Sire, ahí lo tiene en plena carga, lento pero seguro, ese Murat, observe el espectáculo, que tiene tela. Y abajo, en la llanura de maizales chamuscados del flanco derecho, desplegándose en escuadrones multicolores, los húsares y los coraceros, mil y pico sables desenvainados y sobre el hombro derecho, tararí tararí, listos para la memorable carnicería que los haría entrar de perfil, a los vivos y a los muertos, en los libros de historia. Y acercándonos a vista de pájaro al meollo del asunto, volando sobre las apretadas formaciones donde los caballos relinchaban impacientes, tenemos a Murat, todo bordados y floripondios, con una capacidad mental de menos quince pero valiente como él toro español cuando los toros españoles salen valientes, levantando el sable sobre la cabeza rizada con tenacillas y diciendo sus y a ellos, muchachos, ese batallón español necesita ayuda y los vamos a ayudar, voto al Chápiro Verde. Y Murat, que con su dolman de seda y sus rizos de madame Lulú y su menos seso que un mosquito y todo lo que ustedes quieran pero, eso sí, al frente de sus tropas en un tiempo en que los generales y los mariscales aún palman al frente de sus tropas y no de indigestión en la retaguardia, Murat, decíamos, que se vuelve a su cornetín de órdenes y le dice, venga, chaval, toca de una vez esa puñetera carga y que el diablo nos lleve a todos. Y el chaval que escupe para mojarse los labios que tiene secos y toca carga, y Fuckermann y Baisepeau que les gritan a sus húsares y coraceros aquello de al paso, al trote y al galope, y mil y pico caballos que se mueven hacia adelante, acompasando el ruido de los cascos y herraduras. Y Murat grita viva el Emperador y los mil y pico jinetes corean que sí, que vale, que viva el Petit Cabrón pero que aquí podía estar, más cerca, para compartir en persona aunque fuese un trocito de la gloria que a ellos les van a endilgar los cañones ruskis a chorros, a punta de pala, gloria para dar y tomar, un empacho de gloria, mi general, lo que vamos a tener de aquí a cinco minutos. Vamos a cagar gloria de aquí a Lima.

Y entonces hay como un trueno largo y sordo que retumba en el flanco derecho, y los doce escuadrones de caballería se extienden por la llanura mientras ganan velocidad, y los artilleros rusos que empiezan a espabilarse, Popof, mira lo que viene por ahí, ésa sí que no me la esperaba, tovarich, la virgen santa, nunca imaginé que tantos caballos y jinetes y sables pudieran moverse juntos al mismo tiempo, nosotros dale que te pego, tan entretenidos tirando al blanco con ese batallón de mierda cuando lo que se nos venía encima era esto otro, a ver esa pieza, apunta que las cosas van a ponerse serias, mira cómo grita ahora el capitán Smirnoff, con lo tranquilo y contento que estaba hace sólo cinco minutos, el hijoputa. A ver esas piezas de a doce, apunten, fuego. Dales caña, Popof. Dales, que mira la que nos cae.

Total. Que los artilleros rusos cambian de objetivo y empiezan a arrimarle candela a Murat y sus muchachos, y el primer cañonazo va y arranca de su caballo al general Fuckermann y lo proyecta en cachitos rojos sobre sus húsares que van detrás, ahí nos las den todas pero hay muchas más, raaas-zaca, raaas-zaca, y ya corren caballos sin jinete adelantándose a las filas cerradas de los escuadrones, bota con bota y el sable extendido al frente mientras suena el tararí tararí, y los húsares que sujetan las riendas con los dientes y empuñan en la mano izquierda la pistola, y los coraceros con destellos metálicos en la mano, el pecho y la cabeza, con boquetes redondos que se abren de pronto en mitad de la coraza y todo se vuelve de pronto kilos de chatarra que ruedan por el suelo, tiznándose de hollín y barro mientras sigue el tararí tararí y Murat, ciego como un toro, sigue al frente del asunto y está casi a la altura del 326, húsares por la derecha, coraceros por la izquierda y allá, a su frente, Estambul, o sea, Moscú, o sea, Sbodonovo, o sea, los cañones rusos que escupen metralla como por un grifo. Y por fin llega, galopando a lomos de su caballo, que va desencajado e imparable como una bala, cubierto de sudor y espuma, junto a las filas del heroico 326, y entre el humo y la velocidad ve fugazmente los rostros de esos héroes que lo miran boquiabiertos, socorridos en el último instante cuando libraban su último y heroico combate sin esperanza. Y a Murat, que en el fondo es tierno como el Día de la Madre, se le pone la carne de gallina y grita, enardecido:

-¡Viva el 326! ¡Viva Francia!

Y todos sus húsares y coraceros, que ya rebasan al 326 por los flancos cargando contra los cañones rusos, todos esos jinetes rudos y veteranos que acuden a compartir el hartazgo de metralla que se están llevando esos valientes camaradas de armas del 326, corean con entusiasmo el grito de Murat y, a pesar de la que está cayendo, saludan con sus sables a esos héroes b4jitos y more' nos, los fieles infantes del batallón español, al pasar junto a ellos, galopando en línea recto hacia el enemigo. Y los del 326, mudos de agradecimiento, se ve que no encuentran palabras para expresar lo que sienten.

Y es que no hay palabras, Muñoz, quince minutos aguantando el cañoneo a. quemarropa de los ruskis y a punto de conseguirlo, justo en el momento en que bajas la bandera para sustituirla por la sábana blanca que llevas oculta en la casaca, con todos los compañeros acuciándote, date prisa, mi alférez, espabila que nos caemos con todo el equipo, y en éstas los trompetazos y Murat y mil doscientos franchutes cargando a uno y otro lado del batallón y encima pasan vitoreándote, los tíos, hégoes espagnoles, te dicen, camagadas y todo lo demás mientras acuden al encuentro de la metralla rusa, mira, lo positivo es que ahora tocaremos a menos, al repartir. Y todo el batallón que se queda de piedra viéndose en medio de una carga de caballería, y Murat saludando con el sable y su corneta dale al tararí tararí, de qué van estos fulanos, mi capitán, aquí hay un maIententido. Lo que está claro es que nos han fastidiado la maniobra, estos gilipollas. Nos han jodido el invento. A ver quién es el guapo que deserta ahora, rodeado por mil doscientos húsares y coraceros que te dan palmaditas en la espalda.

Y todos nos paramos un instante, aturdidos y sin saber qué hacer, pendientes de lo que dice el capitán García, y el capitán García, y el capitán, pequeñajo y tiznado de pólvora, que nos dirige una mirada de tranquila desesperación y después se encoge de hombros y le grita a Muñoz, eso sí lo oímos todos, alférez, levanta otra vez la bandera franchute, levanta el águila de los cojones y esa sábana blanca la haces cachitos y nos la podemos ir metiendo todos por el culo. Y el águila que se levanta de nuevo, y los coraceros y los húsares que siguen pasando a nuestro lado venga a dar vítores a los bravos españoles, y García que nos dice hijos míos, suena la música así que a bailar tocan, echemos a correr hacia adelante y que sea lo que Dios quiera, allá cada cual y vamos a meternos tanto en las filas de los Iván que al final no tengan' más remedio que cogernos prisioneros., Con que levanta el sable, apunta a los artilleros rusos y dice eso de ¡Vivaspaña! que es la única cosa nuestra que nos queda en mitad de toda esta mierda, y los fulanos del 326 apretamos fuerte el fusil con la bayoneta y echamos a correr entre los jinetes hacia los cañones rusos, aunque, de todas formas, antes de caer prisioneros alguien va a tener que pagar muy cara la mala leche que se nos ha puesto con el patinazo de esta mañana, si no fuera por tanto cañonazo y tanta murga ya estaríamos ahí trincando vodka en plan tovarich después de habéroslo explicado todo, cretinos. Así que ya puedes darte por jodido, Popof, cagüentodo. Como llegue hasta ahí, por lo menos a los de las primeras filas os voy a dejar listos de papeles.

Y los artilleros ruskis, que ya tienen a los húsares y los coraceros encima y se defienden como pueden sobre sus cañones, echan un vistazo al frente y ven que por la cuesta suben cuatrocientos energúmenos erizados de bayonetas y gritando como posesos, cuatrocientos tipos con la cara tiznada por el humo de pólvora y ojos enrojecidos de miedo y rabia, y se dicen fíjate lo que sube por ahí, camarada, ésos no necesitan decir que no hay cuartel, lo llevan pintado en la cara, así que date por jodido, Popof, pero bien.

El primero que llega hasta ellos es un capitán pequeño y negro de pólvora que grita algo así como ¡Vaspaña! ¡Vaspaña! que nadie sabe muy bien lo que quiere decir, y ese capitán se tira encima de los primeros cañones como una mala bestia, y se lía a sablazos, y al capitán Smirnoff, que se ha puesto delante haciendo posturas de esgrima, le patea los huevos y después le abre la cabeza de un sablazo, y ahora llegan todos los demás gritando como salvajes y a golpe de culata y bayonetazos desesperados, como si nada tuvieran que perder, empitonan a Popof y a su santa madre, vuelcan los cañones, rematan a todo el que se mueve y, llevados por el impulso, mientras Murat y sus jinetes retroceden para reorganizar las filas desordenadas por la carga, siguen corriendo entre gritos y blasfemias hacia las filas de los regimientos rusos que, formados a la entrada de Sbodonovo, los miran acercarse inmóviles, incapaces de reaccionar, paralizados de estupor ante el espectáculo.

(Continuará)

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