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Stewart Granger, galán del cine de aventuras, muere de cáncer a los 80 años

El actor norteamericano de origen británico Stewart Granger murió el pasado lunes de cáncer en un hospital de California. Famoso por sus papeles de galán en películas de aventuras, como Salomé o El prisionero de Zenda, tenía 80 años. A comienzos de la década pasada, tras haber abandonado el cine, se dedicó a promover urbanizaciones en la Costa del Sol, que además le tuvo como a uno de sus residentes dorados. Según informó un portavoz del hospital St. John de Santa Mónica, Granger falleció "después de librar una larga batalla contra la enfermedad".

Comediante reconvertido en seductor, Granger participó en más de 60 películas, desarrollando una carrera que nunca llegó a consagrarle como un gran actor pero que alcanzó las máximas cotas de popularidad entre las décadas de los cuarenta y de los cincuenta en papeles de, aventura y capa y espada. De la mano de la productora Metro-Goldwyn-Mayer consiguió la fama mundial y, de paso, un lugar en la mitología hollywoodense, tras protagonizar junto a Deborah Kerr la película Las minas del rey Salomón (1950), un costoso proyecto rodado en parajes africanos.Nacido en Londres el 6 de mayo de 1913, inició su carrera cinematográfica en 1933. Era sólo un estudiante de medicina cuando su amigo Michael Wilding le tentó con los placeres de la vida del extra: buena paga y chicas atractivas por el mínimo esfuerzo.

Pese a su predilección por los papeles ligeros, estudió arte dramático en la escuela de Webber-Douglas y realizó su rodaje como actor junto a la Old Vic Company y el Birmingham Repertory, entre otras compañías. La llegada de la II Guerra Mundial le llevó a enrolarse en el Ejército de su país, lo que no le impidió rodar en 1943 el melodrama Perfidia, junto a James Mason.

En su país de origen consiguió dar forma a una brillante trayectoria, sobre todo gracias a su aspecto de duro y agitanado conquistador. Llegó a filmar una veintena de películas, una serie que se inició con Una mente sureña. Convertido en una suerte de símbolo sexual británico de esos años, Granger, cuyo verdadero nombre era James Stewart, emigró a Estados Unidos. Allí, para no ser confundido con el protagonista de Vértigo, cambió su nombre. Pese a ello, sus amigos siempre le llamaron Jimmy.

Su vida privada, como la de la mayoría de las estrellas de su época, estuvo teñida de pequeños escándalos. Después de separarse de su primera mujer, se transformó en uno de los solteros más codiciados de Hollywood, desatando la invención de tórridos romances con figuras tan cotizadas en el momento como Elizabeth Taylor y Betty Hutton. Finalmente, en 1950, se casó con Jean Simmons, una de las grandes actrices ingenuas de los cincuenta. Un año antes habían sido pareja cinematográfica en el filme Adán y ella, y se habían visto envueltos en un desastre financiero gracias a un fracasado montaje teatral de El poder de las tinieblas. Se divorciaron tras una década de matrimonio, durante la cual Granger asumió la nacionalidad estadounidense.

La progresiva decadencia de su figura se inicia a partir de los sesenta, época en que retorna a Europa para participar en filmes de escaso interés, después de haber rescindido su contrato con la gran MGM y de haber rodado dos películas con la Fox: Harry Black y el tigre (1958) y Alaska, tierra de oro (1960), junto a John Wayne y Capucine.

El declive

Cuando ya alcanzaba la madurez física y, por tanto, debía comenzar a olvidar los papeles de vengador de capa y espada, decidió rechazar el papel de Mesala en Ben Hur. A cambio, se embarcó en una superproducción financiada por varios países: Sodoma y Gomorra (1962), de Aldrich, que fue un rotundo fracaso.Antes de llegar al fin de sus días como actor, sin embargo, Granger se dio el lujo de trabajar junto a las más famosas actrices de su época, casi siempre emulando el arrojo de Errol Flynn. Rita Hayworth (Salomé, 1953), Pier Angeli (El milagro del cuadro, 1952), Cyd Charisse (Norte salvaje, 1952), Grace Kelly (Fuego verde, 1955) y Ava Gardner (Cruce de destinos, 1955), entre otras, pasaron por sus fornidos brazos.

Durante los años setenta participó en varias producciones para la televisión (El sabueso de los Baskerville) y en 1991 hizo una espóradica aparición en la serie El fuego de Gabriel. Aprovechando su fama cinematográfica, en 1980 se dedicó a vender urbanizaciones que nunca llegaron a construirse en la Costa del Sol. Como promoción, Granger ofrecía una foto suya al lado del cliente.

Un inolvidable espadachín

El británico Stewart Granger debuta en teatro a principios de los años treinta 3, poco después en cine. Tras la II Guerra Mundial ya se ha convertido en un solicitado galán. Encarna al mismísimo César en César y Cleopatra (1946), una teatral versión de la obra de Bernard Shaw, dirigida por su especialista Gabriel Pascal. Todos estos papeles, en unos años que trabajan mucho a pesar de los desastres de la guerra, están casi olvidados y sólo sirven para que se fijen en él los cazatalentos de Metro-Goldwyn-Mayer y le hagan firmar un importante contrato por el que un mal actor se convierte en un inolvidable aventurero.Su primera película en Hollywood es Las minas del rey Salomón (1950), una nueva versión de la tradicional novela de aventuras de H. Rider Haggard, donde da vida al intrépido cazador africano Allan Quatermain, bajo la dirección de Compton Bennett y Andrew Marton. Prosiguen las aventuras de la mano de este último en Norte salvaje (1952), donde encarna al trampero Jules Vincent, enamorado de la atractiva mestiza Adjidaumo, una guapa Cyd Charisse. Andrew Marton le dirige por tercera y última vez en Fuego verde (1954), donde hace del aventurero Ryan. Mitchel que busca esmeraldas y el amor de una guapa propietaria de una plantación de café, una fascinante Grace Kelly.

Entre medias se sitúan Scaramouche (1952), una nueva versión de la novela homónima de Rafael Sabatini, realizada por George Sidney, en que destaca su duelo con Mel Ferrer, que da vida al malvado marqués de Mayne. El prisionero de Zenda (1952), donde Stewart Granger hace el doble papel de Rudolph RassendylI, y el rey Rudolph de la imaginaria Ruritania, bajo las órdenes de Richard Thorpe, con otro brillante duelo a espada contra un genial James Mason como el malvado Rupert de Hentzau.

Aunque las mejores películas de Stewart Granger son Los contrabandistas de Moonfleet (1955) y Cruces de destinos (1956). Además de ser en brillante technicolor, como todas las demás están rodadas en cinemascope por grandes directores. Esta última es una de las grandes películas de George Cukor, pero está demasiado cortada por los directivos de Metro-Goldwyn-Mayer, que se asustan del tono erótico de algunas escenas.

Durante los años sesenta, este irregular actor convertido en inolvidable espadachín intenta proseguir sus películas de aventuras, pero alejado de la MGM. A pesar de que hace algunas producciones curiosas, como Sodoma y Gomorra (1962), de Robert Aldrich; El último safari (1967), de Henry Hathaway, nunca alcanza su fuerza. Retirado del cine en los setenta, sólo interviene muy de vez en cuando en algún spot televisivo y vive plácidamente durante años en Marbella.

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