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La resignación de Izetbegovic

En Ginebra la sensación es de que esta vez sí que el acuerdo está al alcance de la mano. Puede ser cuestión de días o de semanas. Puede ser obstaculizado por nuevos combates, como los que ensangrientan estos días Bosnia central. Puede ser objeto de correcciones para ajustar las líneas de demarcación a las realidades impuestas por la guerra. Pero el compromiso parece al alcance de la mano.La clave estriba en que Izetbegovic está convencido de que la tan prometida intervención internacional o no se producirá o no cambiará el curso de la guerra. Se ha resignado, también, a convertirse en jefe de uno de los bandos y su prioridad no es ya dar contenido a los órganos centrales de la futura unión (la polémica federación-confederación es irrelevante a estas alturas), sino hacer viable uno de sus Estados: el musulmán. Los otros ya lo son y, en cualquier caso, el objetivo último de los croatas y serbios de Bosnia es unirse a sus respectivos Estados madres.

David Owen, a quien cabe el dudoso honor de ser coautor de un plan del que serbios y croatas no han parado de burlarse desde que lo aceptaron, admite ahora una división basada en criterios étnicos, sobre la que ya nadie discute, porque las armas se han encargado de convertirla en inevitable. El primer obstáculo en el camimo, Sarajevo (que Izetbegovic quiere musulmana y Karadzic mixta), comenzó a despejarse anoche.

Ahora se trabaja en la forma de ampliar hasta un 30% del territorio de Bosnia el poco más de un 10% que ahora controlan los musulmanes, en la forma de otorgar a éstos una salida al mar y un mecanismo de supervivencia a las "zonas de seguridad", algunas de ellas, como el bolsón de Bihac, sin territorio afín en un radio de cerca de 100 kilómetros. También es motivo de especial controversia la línea divisoria entre serbios y musulmanes en la zona del corredor de Brcko, y entre estos últimos y croatas en Bosnia central.

Será, en palabras de Owen, "una paz hecha en el infierno, no en el cielo". Sin embargo, la prioridad máxima es parar la carnicería, a ser posible antes de que comience un invierno que, con las líneas de comunicación cortadas y con la acción humanitaria internacional exhausta, promete ser catastrófico. A falta de ver cómo se aplica sobre el terreno la decisión de permitir la libertad de movimientos de los cascos azules, suscita una cierta esperanza que el flujo de la ayuda humanitaria se restablezca de forma inmediata. También que se respete el alto el fuego, lo que al menos en Bosnia central no ocurre todavía, con croatas y musulmanes combatiendo furiosamente para tener mejores naipes en la mano a la hora de discutir el futuro mapa étnico de Bosnia.

Hasta ahora, la dinámica de la guerra se ha venido imponiendo a la del diálogo, pero es poco lo que puede decir ya la guerra. Por puro agotamiento, ésta es la hora del diálogo. Excepto que la intolerancia y el fanatismo insistan, como en tantas ocasiones anteriores, en imponer su ley.

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