El caso de la mujer Capítulo 7
Ancianos, mujeres y niños: eran las personas a las que se ponía a salvo en los naufragios. Y cuando en las numerosas guerras de este mundo se quiere desprestigiar un bando determinado, se le acusa de no respetar a los ancianos, mujeres y niños. A estos elementos se les supone indefensos, y el sentido elegante de las guerras, como el de ciertas reglas de caza, supone que no se debe disparar contra ellos. En una de las más próximas, este papel les ha correspondido en la propaganda internacional a los serbios. De alguna forma hemos intentado ocultar, con el nombre de bosnios, que las víctimas de los serbios eran musulmanes, lo cual hubiese atenuado mucho su ferocidad, y hemos conseguido también no divulgar que los otros combatientes se han mostrado igualmente duros con los musulmanes, y tampoco hemos relatado las atrocidades de los musulmanes mismos. La prensa mundial suele ser muy fina en las apreciaciones que transmite, para que los lectores no tengan falsas impresiones y sepan realmente cuáles son los culpables y a quiénes se debe odiar sin romper el orden establecido. Aunque en la guerra de Yugoslavia haya bas-tantes conflictos para que sepamos quiénes son los malos: depende de quiénes nos los señalen, si son los europeos o los norteamericanos..Pa es -una digresión. La cuestión estaba en las desigualdades, y en la desigualdad de algunas clases no estrictamente sociales: ancianos, mujeres y niños. La idea de preservarlos no esta sólo en el sentido antiguo de lo deportivo: cortesía, buena conducta, saber perder con elegancia, capacidad para dar la razón al adversario (acepciones en completo desuso; más bien, hoy la práctica del deporte comporta todo lo contrario), sino también en un respeto a la utilidad supraespecífica: en los ancianos estaba la capacidad de conservar la sabiduría (hoy basta con los ordenadores) y de aconsejar con certidumbre; en las mujeres, la excelsa posibilidad de engendrar (en tanto que otras formas, que están siendo estudiadas por los juristas tanto como por los científicos, no prosperen más); en el niño, la continuidad (hay quien se estremece de pavor por el futuro al ver a los actuales jóvenes y niños).
Hoy no se tiene en cuenta ninguno de esos valores en las sociedades occidentales, e incluso menos en la nuestra, que está sufriendo unas transformaciones muy curiosas entre la cultura a la que aspira, la que tiene realmente y aquella a la que le arrastra, por la gravedad, su historia (religión, costumbres, códigos). Queda dicho que el anciano está superado, con muchísima ventaja, por el ordenador. La mujer sigue, siendo la encargada de engendrar, pero ella misma está debatiéndose entre varias tendencias con respecto a su papel histórico, su sexualidad, ciertos condicionamientos que la han llevado a situar su libertad en el trabajo (sobre el viejo error de que la independencia es el dinero que se obtiene trabajando) y su independencia como un factor referido al hombre. La nueva ministra de Asuntos Sociales del Gobierno del cambio del cambio, inaugurando ya la propensión ministerial a la frase, se manifestaba enérgicamente en favor de la "dignificación de la mujer": me produce tanto fastidio como cuando oigo a quienes nos quieren engañar prometiendo que vamos a ser europeos. La mujer es digna siempre, y en todos los aspectos de su vida; y los españoles somos europeos de nacimiento; y los ministros, por mujeres que sean, no tienen por qué preocuparse de las mujeres más que de los hombres. Pero a estos errores les lleva la retórica fácil. Y el equívoco de que en el Gabinete haya tres mujeres por una dosificación (mezquina) de sexos.
Nunca he aceptado que el llamado problema de la mujer se resuelva me diante su enfrentamiento con el hom bre, guerra de sexos en la cual sólo creo por razones de la organización de la sociedad: me parece que es la transformación radical de esa sociedad la que podría resolver el problema humano general. Sospecho que el trabajo de la mujer ha terminado siendo una trampa más de los propietarios de todos: hoy la pareja humana no se puede crear más que con el trabajo de los dos miembros, porque el de uno es insuficiente para alcanzar los precios de primer establecimiento de una pareja y los del consumo creciente posterior (un abogado matrimonialista me dice que los problemas actuales en las separaciones no es el reparto de los bienes, sino el de las deudas). El trabajo de la mujer se ha planteado como uno de los proble mas de la revolución burguesa: las de la clase alta -aristócrata o gran pro pietaria- no se lo han planteado nunca mas que como diversión, y el de las clases desfavorecidas ha existido siempre, y lo que importa ahora en sus reivindicaciones no es la posibilidad de obtenerlo, sino el no tenerlo en condiciones peores que los hombres y en no ser utilizadas precisamente para amenazar el trabajo mas culino, aunque se esté, manipulando así. Entre los motivos para que el trabajo sea considerado hoy con un concepto muy distinto del pasado y como un elemento barato de la producción está el aumento de la población activa por la aportación de la mujer, la disminución de la fuerza física por la tecnología y la desaparición de las revoluciones (las huelgas serían un simulacro de esas revoluciones, y por eso se las combate tanto). No deja de ser curioso que las grandes reivindicaciones obreras de principios de siglo fueran que sus mujeres no tuvieran que trabajar y la actual esté en que puedan trabajar, incluso en aquello en que no se quería que estuviesen, como las minas: en medio se ha pro ducido un proceso de digestión del -tema o de conversión de lo negativo en positivo según las necesidades de las clases dominantes.
En un principio, el trabajo de la mujer de clase medía, a partir de su derecho a la instrucción que antes se le negaba, tenía como base esencial su liberación con respecto a la pareja y con respecto a la natalidad; se hacía posible por la llamada revolución sexual de 1968 y por la tecnología galopante, que permitía que su concurrencia con el hombre dejase de ser física, en la que no podría compararse, para ser intelectual, en lo que tiene las mismas facultades y los mismos defectos.
No parece que la sociedad sin parejas haya prosperado, ni siquiera en España, donde la mujer es más revolucionaria que en el resto de Occidente (hablo de los núcleos más progresivos de la sociedad, a los que nos referimos frecuentemente como si fueran un todo nacional: es inexacto, pero sirve como hipótesis de trabajo); la promiscuidad sexual, aun quitándole todo el arrastre peyorativo de esta palabra, se ha hecho muy difícil: el miedo al sida ha sido muy determinante. Pero tampoco ha evolucionado la sexualidad femenina en ese sentido. Más aún, la dificultad de transformarse la ha ido convirtiendo en un estado de elección imaginario, como si la sexualidad femenina siguiera siendo un tributo que hay que pagar al hombre (y en muchos casos lo es) y hubiese decidido no pagarlo; incluso como si la relación sexual libre fuese una pérdida de la economía que durante años ha administrado la mujer y ha sabido transformarla en medio, de mantenimiento y en procreación. Una cierta forma inquietante de mirar el caso en estos momentos es: si el mantenimiento lo asegura el trabajo, si la procreación no es deseada, la sexualidad femenina no tiene razón de ser o puede encaminarse por otras vías.
En este año, aquí mal contado, to dos estos problemas están en curso y en continuo progreso (quiero decir evolución: progreso es una palabra fastidiosa que se ha entendido como mejora, y no siempre lo es). Como consecuencia del nuevo predominio de la clase posesora o dominante, o patronal, en el aumento actual del paro es mayor el femenino que el masculino, porque las leyes protectoras de la mujer (sobre embarazo, per misos de maternidad, etcétera) la ha cen indeseable con salarios iguales. El número de parejas ha aumentado, incluso por matrimonio legalizado, puesto que las ventajas burguesas con respecto a propiedad, herencia, sepa raciones, no han cambiado en favor de la pareja libre, salvo en algunas sentencias que se presentan muchas veces como hitos, incluso las que se refieren a parejas del mismo sexo, pero que muchas veces son revocadas en instancias posteriores, y la natalidad sigue por debajo de la tasa de re posición (sería hoy de dos hijos por .Mujer, teniendo en cuenta la escasez de la mortalidad infantil, que en España está muy por debajo de la de otros países occidentales), pero con una doble vertiente: están aumentado los partos llamados infantiles (es una denominación moralista y falsa: las niñas no tienen hijos, y todas las que paren son mujeres capaces para ello; pero sirve para marcar unas clases de edad) y los de mujeres que han sobre pasado la edad que se consideraba límite para engendrar. El primer caso revela que la toma de libertad sexual femenina afecta a situaciones irreflexivas, pero si se analiza y se ve a qué grupos económicos afecta más esta sexualidad juvenil (jamás la llamaré prematura, que es otro juicio moral), se ve en qué sentido afecta la ignoran cia, la falta de educación sexual y también la dominación de la mujer por el hombre, más fácil a esas edades. El de las mujeres mayores se ex plíca por un deseo del hijo que toda vía no se ha llegado a concluir si es físico o adquirido (se discute), que se mantiene después de haber conocido la vida llamada independiente: de trabajo, de promiscuidad o de libertad.
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